Lo que el Covid nos ha traído al corazón
por Albert Cortina
El pasado 20 de octubre, festividad de Nuestra Señora de la Salud, patrona de la diócesis de Tarrasa, se celebró, como cada lunes, God’s Plan, una bellísima adoración al Santísimo destinada a los jóvenes de la Parroquia de Sant Pere d’Octavià en el Monasterio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona).
Posteriormente, Miquel, de 18 años, dio un impresionante testimonio de fe y de confianza en Dios, explicando cómo había decidido ser feliz junto a Jesús conviviendo desde hacía un año con el Sarcoma de Ewing.
A pesar de que yo por mi edad no formo parte del colectivo convocado a participar en la citada Hora Santa , me colé y pude ver a más de un centenar de jóvenes entre 25 y 30 años entregados en lo más íntimo de su ser a la acción amorosa del Espíritu Santo. ¡Sus corazones ardían!
Siguiendo las estrictas medidas sanitarias de seguridad impuestas con motivo de la Covid-19 y que fueron respetadas escrupulosamente durante todo el tiempo, y a pesar de todas las dificultades existentes en el exterior, aquellos chicos estaban siendo transformados en su interior. Sin importarles las mascarillas y la distancia social que respetaban por responsabilidad, todos ellos estaban unidos como hermanos por su fe y confianza en Jesucristo.
Asistir a esa Adoración de jóvenes a Jesús Sacramentado ha sido el motivo por el cual he creído necesario escribir este artículo. Creo que a pesar de que la pandemia nos ha quitado muchas cosas en los actos públicos de culto y en la celebración de la sagrada liturgia, Dios está utilizando este pre-aviso a toda la humanidad para darnos una nueva oportunidad para unirnos a Él.
Realmente estamos en Tiempos de Misericordia en los que tenemos delante una ocasión especial y única para que volvamos nuestra mirada hacia Jesucristo y tengamos una verdadera conversión del corazón.
De este modo, justo cuando parece que podemos volver en las próximas semanas a nuevos confinamientos y a mayores restricciones sanitarias que condicionaran la celebración pública de la Santa Misa y del resto de los Sacramentos, la grave situación provocada por la Covid-19 puede aportarnos, al menos, estos diez efectos positivos:
-Un gran deseo de ser mejores hijos de nuestro Padre del Cielo.
-Una profunda confianza en nuestro amigo Jesús.
-Una mayor atención a lo que nos inspira el Espíritu Santo.
-Un convencimiento de que estamos protegidos por nuestra Madre, la Virgen María.
-Un agradecimiento sincero por toda la ayuda recibida de nuestros ángeles custodios.
-Una mayor devoción a los santos, incluidos "los de la puerta de al lado”.
-Una certeza firme en que debemos santificarnos.
-Una conciencia más clara de que somos custodios de la creación.
-Una vivencia más intensa de lo que de verdad importa.
-Una acción más comprometida de servicio a los demás.
A continuación me gustaría desarrollar sintéticamente estos diez efectos positivos enunciados ya que, a pesar de las dificultades por las que estamos atravesando, son motivo de auténtica luz y de esperanza.
Un gran deseo de ser mejores hijos de nuestro Padre del Cielo
No sé si voy a resultar algo “indiscreto” si explico en este artículo que yo cuando me dirijo a la Primera Persona de la Santísima Trinidad muchas veces lo hago llamándole Abbá, utilizando la forma coloquial del lenguaje arameo que consta en los Evangelios con la que Jesús de Nazaret se dirigía a Dios Padre Todopoderoso. Incluso a veces utilizo las palabras “papá” o “papito” como lo hacen mis hijos Anna y Àlex de once años. Y es que cuando digo a Dios que le quiero, me gusta usar estas palabras de ternura y de proximidad.
Creo sinceramente que la fuerte experiencia que estamos viviendo en nuestros días, causada por la pandemia del coronavirus, ha transformado muchos corazones y los ha hecho de carne para dejar de ser de piedra. Los hombres y mujeres de buena voluntad estamos recibiendo un aviso potente del Cielo para que nos convirtamos y seamos mejores hijos de Dios.
Y es que en el fondo de nuestro corazón, aunque muchas veces lo ocultemos, nuestro mayor deseo como seres humanos es sentirnos hijos amados de Dios. Esa condición es la que nos hace plenamente felices. Y a Él, si le aceptamos, también.
Una profunda confianza en nuestro amigo Jesús
Decíamos en un artículo anterior que una de las cosas que la Covid-19 parecía haberse llevado por delante era la confianza de los cristianos en Jesús Sacramentado. Tuve reacciones un tanto polémicas y a veces muy duras de algunos amigos míos católicos por haber realizado esta afirmación públicamente.
No obstante, mediante aquella reflexión, quise abrir un debate sobre si la sociedad contemporánea postcristiana y muchos católicos secularizados anteponían la salud del cuerpo a la salud del alma.
En efecto, a todos nos preocupa enfermar, sufrir y morir. Pero San Agustín ya nos dio una fórmula en el siglo IV que cobra plena actualidad en el siglo XXI: “Cuida tu cuerpo como si fueses a vivir siempre. Cuida tu alma como si fueras a morir mañana”.
A su vez, la pandemia por el coronavirus ha hecho que muchos católicos y personas que habían abandonado la fe o que no habían tenido ninguna formación cristiana, descubriesen en el mensaje del Evangelio y en la persona de Jesús -verdadero Dios y verdadero hombre- a aquel amigo en quien poder confiar. Han visto en Cristo a aquel hermano mayor y maestro en quien poder depositar todas nuestras angustias, tribulaciones y sufrimientos ocasionados por esta situación tan grave de emergencia sanitaria, económica, social, ambiental y espiritual que estamos viviendo.
Siempre me ha gustado la frase -también atribuida a San Agustín- que dice así: “Haz lo que puedas, pide lo que no puedas, y Dios te dará para que puedas”.
Una mayor atención a lo que nos inspira el Espíritu Santo
Aunque aparentemente la oscuridad y las tinieblas avanzan por este mundo igual que lo está haciendo el coronavirus, frente a la pandemia de apostasía y confusión, los cristianos tenemos un remedio eficaz: la gracia santificante.
Somos muchos los que creemos que estamos viviendo en estos Tiempos de Dios una acción extraordinaria del Espíritu Santo en las almas de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Una autentica efusión del amor divino desinteresado y gratuito hacia la humanidad.
Al igual que el prodigioso acontecimiento de la venida del Espíritu Santo que se produjo bajo la forma de lenguas de fuego, en el Cenáculo de Jerusalén, donde los Apóstoles se habían reunido en oración con María, nuestra Madre Celestial, también en estos tiempos, recogidos en oración en el Cenáculo espiritual del Inmaculado Corazón de María, los cristianos nos preparamos para recibir el don prodigioso del segundo Pentecostés.
Tenemos la promesa que ese nuevo Pentecostés descenderá en los corazones para transformarlos y volverlos sensibles y abiertos al amor, humildes y misericordiosos, libres de todo egoísmo y de toda maldad.
En estos momentos de desánimo para algunos, y de confusión para otros, vemos sin embargo con ilusión como niños, jóvenes y adultos atentos a lo que les inspira el Espíritu Santo aceptan su vocación evangelizadora y su misión apostólica.
Un ejemplo de esta realidad aconteció recientemente en la diócesis de Tarrasa, el pasado domingo 18 de octubre, festividad de San Lucas Evangelista, cuando en la catedral del Sant Esperit de Tarrasa, el obispo José Ángel Saiz Meneses ordenó tres nuevos sacerdotes –mosén Enrique Catalán, mosén Gustavo Lezama y mosén Jean Damascène Rutaysire- y próximamente tiene previsto ordenar a mosén Àlex Serra, destinado precisamente a la parroquia del Monasterio de Sant Cugat del Vallès.
Ábside de la catedral del Sant Esperit de Tarrasa. Foto del autor.
Monseñor Saiz Meneses, citando a San Juan María Vianney, manifestó que “el celo evangelizador debe ocupar toda nuestra existencia, debe quemar nuestro corazón, y se debe proyectar sobre la vida de todas las personas que nos han sido encomendadas”.
El Espíritu vivificador soplaba en la basílica de Tarrasa y penetraba en nuestros corazones, a pesar de que todos los asistentes tuviésemos que llevar puesta la mascarilla de rigor.
Un convencimiento de que estamos protegidos por nuestra Madre, la Virgen María
Otro efecto inesperado de la pandemia por la Covid-19 es que podemos observar una fuerte intensificación en la devoción a la Santísima Virgen María. En efecto, durante el confinamiento más estricto producido por el estado de alerta decretado en los meses de marzo, abril y mayo, muchas familias convirtieron sus casas en auténticas iglesias domésticas presididas por una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y una imagen de la Virgen María.
Imagen de la Virgen María obra del escultor Juan Cortina. Foto: Albert Cortina.
Dado que se suprimió el culto público y que los fieles no pudieron asistir presencialmente a la Santa Misa en sus iglesias y parroquias habituales -aunque sí podían hacerlo de forma virtual en las distintas emisiones on line que se generalizaron-, el rezo del Santo Rosario personal o en familia fue una auténtica medicina espiritual para los fieles católicos.
La contemplación de los veinte "misterios" –acontecimientos o momentos significativos de la vida de Jesús y de María-, divididos desde la publicación de la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae en cuatro "rosarios", tuvo efectos espirituales muy significativos a lo largo del periodo de confinamiento estricto y los sigue teniendo en esta nueva fase de la pandemia. El rezo de las Avemarías del Rosario ha consolado y llenado de esperanza a un número creciente de creyentes en estos momentos en que necesitamos especialmente la protección de la Virgen María. Ella nos mira amorosamente y nos mima como solo sabe hacerlo una Madre para que nos acerquemos a Jesús, ya que es el único camino para llegar al Padre.
Un agradecimiento sincero por toda la ayuda recibida de nuestros ángeles custodios
¡Cuánto trabajo deben de estar teniendo los ángeles en estos tiempos!
Peor que la pandemia por el coronavirus es la pandemia de pecado y la falta de amor a Dios que se ha desatado en nuestro mundo postmoderno. El misterio de la iniquidad ya no solo se manifiesta a través de la indiferencia hacia Jesucristo -Creador, Redentor y Salvador de la humanidad-, sino que algunos sacerdotes de la Iglesia católica especialistas en estos temas, observan con estupor y denuncian sin miedo el incremento de los actos de adoración satánica y de entrega explícita de voluntades al demonio mediante prácticas esotéricas y rituales que pasan desapercibidos a la mayoría de nuestros conciudadanos secularizados o descristianizados pero que están en la raíz de muchos de los males actuales de los seres humanos, de la carencia moral de nuestras sociedades avanzadas y de la degradación ambiental de nuestro entorno natural.
Solo tenemos que recordar como muchos enfermos y moribundos han estado solos en sus casas, en las residencias de ancianos o en los hospitales sin poder tener la compañía de sus familiares y amigos en esos momentos tan duros de su vida. Tampoco pudieron tener la asistencia espiritual de un sacerdote durante el tránsito hacia la vida eterna. No obstante, ahí estaban permanentemente los ángeles custodios para ayudarles en esos momentos de soledad y a la hora de recibir su alma para presentarla al Altísimo.
Una mayor devoción a los santos, incluidos "los de la puerta de al lado”
También los Santos han ayudado a muchas personas durante el primer confinamiento decretado por la pandemia global y siguen ayudando a muchos hombres y mujeres de buena voluntad en estos momentos de gravísima crisis sanitaria, económica, social y especialmente espiritual.
Viendo cómo fueron sus vidas y aprendiendo de su ejemplo muchas personas -entre las que me incluyo- se esfuerzan por atender a esa llamada universal a la santidad tan actual y necesaria en nuestros días, tal y como ha sido a lo largo de todos los tiempos.
Cuando contemplamos, por ejemplo, la historia de santidad de Carlo Acutis, un adolescente italiano que murió de leucemia cuando tenía tan solo 15 años y que recientemente ha sido proclamado beato, nos saltan las lágrimas de gozo y le pedimos a Jesús en nuestro interior: ¡Señor, yo quiero tener el mismo amor por Ti y por la Eucaristía que el joven Carlo!
Los santos “de la puerta de al lado” -como le gusta denominarlos al Papa Francisco-, los tenemos a nuestro alrededor. No son santos del pasado. Están aquí hoy en día. Solo hace falta poner un poquito de atención para reconocerlos.
Una certeza firme en que debemos santificarnos
Muchas personas que nos rodean y que santifican su vida y su trabajo ordinario cada día, en medio del mundo contemporáneo, son ejemplo de cómo llevar la Cruz junto a Jesús y cómo responder a su Amor infinito.
Estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir requieren serenidad, paz interior, generosidad y fraternidad cristiana.
Creo sinceramente que la pandemia del coronavirus ha incrementado dicho espíritu de hermandad. Así lo he podido comprobar entre mis amigos de la comunidad parroquial de Sant Cugat del Vallès, en mi entorno familiar y en las amistades que tienen la misma espiritualidad cristiana y el mismo carisma que yo, entre los profesores, padres y alumnos de los colegios católicos a los que van mis hijos para recibir una formación en valores y en virtudes que les hagan crecer en la fe, así como también entre mis amigos que practican otras religiones, tienen otras creencias o expresan sus convicciones agnósticas o ateas.
Ciertamente, he detectado en la mayoría de ellos, preocupación e incertidumbre, incluso confusión y desaliento, pero también muchos deseos de santificación en los que son creyentes y espíritu de fraternidad humana en los que no lo son.
Insisto en que tengo la certeza de que este coronavirus va a “fabricar” muchos santos y que el Covid-19 va a acercar a muchas personas a Dios. Parece un contrasentido, pero los planes de Dios son muchas veces así de sorprendentes.
Una conciencia más clara de que somos custodios de la creación
Es curioso como un minúsculo virus ha puesto en jaque a toda nuestra sociedad del bienestar, del consumo y del progreso. Hemos recibido una cura de humildad y ahora entendemos que es el Creador quien rige la creación y no el ser humano.
Creíamos ser como dioses y a través de las circunstancias que estamos viviendo nos damos cuenta que el pecado de soberbia es realmente el que nos conduce –como les sucedió a nuestros primeros padres- a la entropía del mundo, a la falta de armonía del cosmos y al extravío de nuestra alma respecto al fin último para el cual hemos sido creados.
Es decir, nuestra soberbia es la que nos impide gozar plenamente de la mirada amorosa y misericordiosa de Dios, entrar en su Sagrado Corazón, y ser plenamente felices en nuestra vida terrenal y, posteriormente, durante toda la eternidad.
Recientemente hemos celebrado en muchas parroquias el Tiempo de la Creación. Han sido unas semanas maravillosas que nos han permitido rezar, meditar y contemplar nuestra condición de criaturas y nuestra misión en la evolución, no perdiendo de vista que no somos los dueños sino los custodios de la creación.
Este Tiempo de la Creación ha servido -a pesar de los confinamientos parciales y las restricciones por motivos de seguridad sanitaria- para alabar a nuestro Creador y darle gracias por toda la belleza, la verdad, la bondad y la justicia con la que ha creado todo el cosmos, tanto en su dimensión natural y visible como en su dimensión sobrenatural e invisible, así como al ser humano, creado a su imagen y semejanza.
Una vivencia más intensa de lo que de verdad importa
Creo sinceramente que la dura lección que nos impone la pandemia está ayudando a muchas personas a vivenciar lo que de verdad importa. En este sentido, a los cristianos nos ha hecho valorar más la celebración de la Santa Misa y el poder recibir la Eucaristía y el resto de Sacramentos.
También hemos aprendido a valorar más las cosas pequeñas y sencillas. Un paseo, una comida familiar, una sonrisa, un baile, una canción, una conversación con un amigo, una oración…
Hemos visto ante tanto dolor la importancia de la ética del cuidado que nos une a todos en la confianza de que los más desfavorecidos van a recibir nuestros cuidados, atención y amor. Muchas personas se están volcando en este servicio.
Por ejemplo, las familias que conozco -con sólidas virtudes cristianas y valores humanos-, han mejorado su trato hacia las personas mayores. Los abuelos tienen un papel fundamental respecto al legado cultural y espiritual hacia sus nietos. El coronavirus se ha cebado cruelmente en las residencias de ancianos y en los domicilios donde muchos de ellos viven solos. Es por ello que algunas personas han optado por el reagrupamiento familiar y los mayores, de este modo, se sienten felices.
Creo que estos son algunos de los maravillosos frutos que se han dado en medio de esta tragedia que estamos viviendo. Y es que Dios permite el mal para sacar un bien mayor.
Una acción más comprometida de servicio a los demás
La Covid-19 se ha llevado de nuestras vidas muchas cosas y nos ha traído una “nueva normalidad” que nos inquieta. Intuimos que no nos va a gustar mucho lo que se nos viene encima. Vamos a necesitar fuertes dosis de “amor en acción” como decía Santa Teresa de Calcuta para superar esta grave situación de tribulación.
No obstante, tal y como hemos visto en los apartados anteriores, los efectos de la pandemia por el coronavirus también han sido positivos para algunas personas que han logrado incrementar su vida interior y han puesto esa gran fuerza espiritual al servicio de los demás.
Debemos contagiarnos los unos a los otros de esa fe y confianza total en Jesucristo, el verdadero Salvador de la humanidad, para que Él traiga a nuestros corazones la paz interior necesaria que nos permita evangelizar sin miedo, ser faros de luz en nuestro mundo y llevar esperanza a nuestros hermanos.
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