Viernes, 13 de septiembre de 2024

Religión en Libertad

Posthumanismo: la agenda del Anticristo

El inquietante y misterioso caballo, de significación apocalíptica, que recorrió el Sena durante la blasfema ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París.
El inquietante y misterioso caballo, de significación apocalíptica, que recorrió el Sena durante la blasfema ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París.

por Albert Cortina

Opinión

No debemos tener miedo a decir claramente que el transhumanismo y el posthumanismo, además de ser una bioideología que tiene como objetivo final la destrucción de la persona humana mediante la disolución de su naturaleza, resulta ser también la auténtica agenda del Anticristo, personaje y sistema que Satanás va construyendo para instaurar su reinado como “Príncipe de este mundo”. 

El Príncipe de este mundo

En primer lugar es importante precisar el sentido de la palabra mundo. Este término no significa aquí ni el cosmos ni la humanidad, sino -como indica un exegeta, el padre Stanislas Lyonnet, SJ- "el conjunto de hombres que rechazan a Dios", del que Satanás es el jefe espiritual. El demonio es, por lo tanto, el príncipe de todos los hombres que rechazan someterse a Dios.

Santo Tomás explica así la expresión "príncipe de este mundo": "Al diablo se le llama 'príncipe de este mundo' en razón no de una dominación natural legítima, sino a causa de la usurpación de poder, en el sentido que los hombres carnales han despreciado a Dios para someterse al diablo. Como escribe San Pablo a los Corintios: 'El Dios de este mundo ha oscurecido el entendimiento a los incrédulos' (2 Co 4,4). Es por tanto el 'príncipe de este mundo' en la medida en que es jefe de los hombres carnales, los cuales, según San Agustín, están extendidos por el mundo entero".

La palabra príncipe se debe tomar, por tanto, no en sentido propio, como si se tratase de una autoridad mundial, sino en sentido figurado.

Un teólogo greco-ortodoxo contemporáneo, Panagiotis N. Trembelas, subraya la necesidad de una exposición clara sobre la omnipotencia de Dios y sobre la potencia del mundo demoníaco. Señalar la presencia activa de Satanás no es disminuir a Dios: "Admitir al demonio no se opone a la dominación absoluta y a la omnipresencia de Dios... porque Dios no podría dejar de tener una autoridad plena y absoluta sobre el universo y sobre el mismo Satanás. Dios limita por otra parte la influencia y la acción de los espíritus malignos, de modo que estén al servicio de los designios y de los planes divinos. (....) El origen cristiano de esta doctrina establece un baluarte infranqueable delante del dualismo idólatra. Para los antiguos persas significaba la existencia de dos principios distintos y personales en lucha el uno contra el otro; para los griegos y los germanos, por el contrario, insinuaba el triunfo del bien en un combate contra las tinieblas, en medio del caos".

Dios, Rey del universo y Señor de la historia y Satanás, príncipe de este mundo: no existe el peligro de ponerlos en el mismo plano para quienes se acerquen un poco a las profundidades liberadoras de la Revelación.

Transhumanismo, Superinteligencia Artificial y Anticristo

Satanás sabe que le queda poco tiempo para intentar destruir la bella obra de la creación, y por ello provoca con más intensidad que nunca la rebelión del ser humano contra el Creador, fomentando la deificación de una “criatura” híbrida biodigital y no binaria, que bajo la pretensión de haber alcanzado la condición posthumana de Homo Deus, se verá atrapado por un sistema totalitario global dominado por el Anticristo.

Una vez se haya manifestado, según nos dice el Apocalipsis de San Juan, gran parte de la humanidad idolatrará al Anticristo. Seguramente dicho personaje y sistema utilizaran la superinteligencia artificial, la hibridación y la modificación genética como instrumentos biotecnológicos de sumisión del ser humano. En ese momento, una vez su proyecto de destrucción de la naturaleza humana esté avanzado, el Señor del mundo exigirá para sí adoración y apostasía respecto al Redentor.

No obstante, los cristianos debemos recordar constantemente, con esperanza, las siguientes palabras del Evangelio: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación" (Lucas 21, 20-28). Nuestra espera, por tanto, es dinámica, activa, comprometida. Tenemos mucho que trabajar para el bien de la humanidad, llevando a cabo la misión que inició Cristo y que luego nos encomendó a nosotros. Por ello, nos viene bien pensar que la meta es la vida eterna, la victoria final, junto al Hijo del Hombre. Meta que nos conducirá a la paz perdurable en la gloria de Dios.

Por todo ello, no debemos temer ni a la manifestación del Anticristo ni a su agenda para implantar un sistema transhumanista y posthumanista totalitario y global, ni a su aparente victoria final, dado que como cristianos sabemos que Cristo ya ha triunfado.

En la reciente ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024, se ofreció al mundo entero una escena donde un caballo mecánico, montado por una enigmática jinete enfundada en un vestido futurista, galopaba por encima de las aguas del Sena, evocando una escena apocalíptica (cfr. Ap 19, 11-21) que bien podía haber sido compuesta por una inteligencia artificial.

En ese momento, la percepción que me causó la escena fue la de una ciudad sometida a las tinieblas donde ese ser hibrido no anticipaba nada bueno. Parecía como si los creadores de esa escena hubiesen querido mostrar, de forma oculta, que dicho ser robotizado avanzaba imparable y se hacía finalmente con el liderazgo sobre todas las naciones del mundo, preanunciando esa nueva gobernanza global posthumana.

El sujeto trans-posthumano que se nos propone desde esa agenda anticristiana es un hombre y una mujer que se transforman en un flujo de operación extrínseca, donde lo “trans” lleva a lo “post”, y lo “post” empuja a una mutación vertiginosa e imparable. El resultado previsible es la constitución informe de una corporalidad mutante y pansexual que, en el fondo, es un acto de rebelión contra la naturaleza creada y un grito de odio contra Dios Padre.

El profesor Juan Fernando Segovia, en un capítulo sobre la progresiva destrucción de la naturaleza y la naturaleza humana, incluido en el libro del catedrático español Miguel Ayuso titulado ¿Transhumanismo o posthumanidad? La política y el derecho después del humanismo (Marcial Pons, 2019), nos muestra la infinita distancia que habita entre lo que el transhumanismo pretende destruir y lo que aspira a levantar. Por un lado, tenemos a la naturaleza, como medida de las cosas, y, tras ella, al Dios Creador y Providente. En el otro lado, tenemos un proceso de deconstrucción destinado a bestializar y a nadificar al ser humano, por exigencia de una suerte de “idolatría protésica”.

En otro capítulo del citado libro, el profesor César Félix Sánchez nos propone reflexionar sobre el delirio y el totalitarismo trans, concretamente sobre la utopía transhumanista y la ideología de género. Dicho autor afirma que “estamos en la época de lo irracional, donde el sueño transhumanista pulsa por hacerse realidad más allá de las categorías utópicas. La ideología de género es una pieza privilegiada del proyecto, que esconde, cada vez menos, su carácter totalitario, vinculándonos a la época del Anticristo”.

Debemos pues concluir, tal y como señala el escritor Juan Manuel de Prada en uno de los capítulos del libro citado, que “el transhumanismo no tiene nada que hacer en el orden histórico. En la cima de su desarrollo le esperará no la vitalidad, sino la muerte.”

Desde una visión cristiana, confiamos en el derrumbe de ese sistema totalitario propuesto por la bioideología del transhumanismo y del posthumanismo coincidente, de forma progresiva y gradual, con la agenda del Anticristo. Desde la más pura esperanza cristiana, tenemos la certeza de la victoria definitiva del plan del Creador y de la restauración de todas las cosas en Cristo.

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