¿Discurso de odio?
Hace ya varios años que se ha puesto de moda cancelar, aniquilar, “vaporizar” -diría George Orwell- todo aquello que suene a “discurso de odio” (en inglés, “hate speech”). Todo dicho, imagen o acción capaz de ofender los hipersensibles oídos, ojos y/o corazones de los adalides de la tolerancia políticamente correcta debe ser erradicado de la faz de la tierra, como si de virus se tratara.
En efecto, hay quien se horroriza y patalea si uno dice que el aborto es un homicidio, porque -dicen- hay que evitar ofender y/o estigmatizar a las mujeres que alguna vez abortaron. En algunos lugares del mundo que se tienen por “civilizados” -como la “pérfida Albión”-, uno hasta puede ir preso por rezar en silencio, parado frente a una clínica abortista…
También hay quien se rasga las vestiduras si uno afirma que sólo hay dos sexos, varón y mujer. O si uno si se atreve a sostener que no debería permitirse a barbados adultos que se autoperciben como niñas de 7 años, asistir a la escuela primaria vestidos con pollera y trencitas… ¡y usar el baño de las nenas!
Causará gran revuelo quien ose criticar la ideología de género, el cambio climático, las vacunas, la Agenda 2030, el lenguaje inclusivo, el movimiento animalista o los dislates de la inefable Greta Thumberg… "¡Discurso de odio!", gritarían enseguida. En algunos lugares del planeta está penalizado tratar de “señor” a un individuo que si bien se llama Juan, se autopercibe Jacinta. De hecho, por un caso parecido, Jordan Peterson fue condenado en Canadá a recibir un curso de reeducación “para corregir la expresión pública de sus ideas”.
Lo realmente curioso es que, en un mundo tan preocupado por la equidad y la no discriminación, el discurso de odio se percibe tal si y solo si se dirige “de derecha a izquierda”. En la dirección contraria, parecería que nadie lo advierte: cuando señala y condena a los fundamentalistas, oscurantistas, medievales e intolerantes, cuando se usa para lanzar furiosos dardos envenenados contra los malditos fascistas, parecería que nadie lo ve, que nadie lo escucha, que nadie lo registra, que nadie lo critica. Ni siquiera el insulto más soez es capaz de inmutar la selectiva hipersensibilidad de los tolerantes. Además, ¿para qué molestarse, si los ultraderechistas carecen de sentimientos?
En efecto, nadie parece advertir discursos de odio en las consignas que miles de mujeres alrededor del mundo entonan el 8 de marzo. Por ejemplo: “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”; “¡Un macho muerto, un femicidio menos: muerte al macho!”; “Virgen María, aborta a Cristo y hazte feminista”. Cabe recordar aquí el caso de una mujer que en la puerta de la catedral de Tucumán (Argentina), disfrazada de la Santísima Virgen María, parodió el aborto de nuestro Señor Jesucristo. Allí la Justicia determinó que se trataba de un caso de discriminación. Pero quienes viven atentos al presunto discurso de odio “de la derecha” -o mejor, de todo aquello que no es izquierda radical y agendista- parecen no haber encontrado odio alguno en las manifestaciones de aquella feminista.
Naturalmente, tampoco sería para algunos discurso de odio dirigir las peores invectivas contra personajes políticos tildados de “ultraderechistas”. Entiéndase bien: estamos hablando de argumentos ad hominem, de insultos y ataques dirigidos contra personas y a veces contra instituciones, no de críticas más o menos lícitas contra argumentos, ideas o cosmovisiones.
Algunos pensarán que ese odio está justificado. Otros creerán que despreciar a los “fascistas” es un acto de amor a los progresistas. Y como en ambos casos se cree que lo real es la percepción, independientemente de lo que diga la realidad, difícilmente advertirán la profunda incoherencia de su conducta.
A nosotros no nos sorprende, naturalmente, que operadores de ultraizquierda, feministas y otros militantes de colectivos “prosistema” -pro ONU, pro Agenda 2030, pro agenda de derechos, etc.- lancen furibundos discursos de odio mientras lloriquean al escuchar verdades como puños que sus obcecadas conciencias son incapaces de encajar.
Lo que sí llama la atención es que ciertos políticos y/o periodistas que aparentan ser intelectualmente honestos convaliden con su silencio o con su apoyo tácito -y a veces explícito- semejantes contradicciones. Salvo, por supuesto, cuando les toca a ellos caer en la picota: cuando el avión empieza a caer, hasta los ateos empiezan a rezar el Padrenuestro…
En lo que a los católicos respecta, no podemos callar la verdad. No podemos rebajar las exigencias de la ley natural. No podemos ceder a la corrección política, rebajando la moral y las exigencias del Evangelio por temor al qué dirán. Si algunos hipersensibles perciben que nuestro discurso -que es de fe, esperanza y caridad, de bien, belleza y verdad-, es de odio, allá ellos. Nosotros, a lo nuestro: a ganar el Cielo y a ayudar a muchos a alcanzar la vida eterna.
Otros artículos del autor
- Paz y gracia
- ¿Cuál es el problema con Luce?
- La dictadura del pensamiento
- «Este es mi cuerpo»: el aborto como «sacramento» de Satanás
- ¿Está mal que un sacerdote intente ser misericordioso?
- De lo útil y lo inútil
- José Gervasio Artigas: gobierno y caridad cristiana
- El argumento religioso provida y profamilia
- ¿Callar o hablar?
- Un proyecto de ley descabellado