Chips implantados en el cerebro humano
por Albert Cortina
Elon Musk, una de las personas más ricas del planeta, acaba de anunciar al mundo que su empresa Neuralink, dedicada al desarrollo de un novedoso interfaz cerebro-computadora, ha logrado implantar su primer dispositivo en un ser humano. Este chip cerebral, al que ha llamado Telepathy [Telepatía], según el empresario permitirá controlar un teléfono o una computadora “simplemente pensando”.
Límites éticos de las neurotecnologías
La función de este implante, según sus promotores, será la de “leer” la actividad cerebral para poder transmitir órdenes que ayuden a restaurar algunas funciones cerebrales gravemente afectadas después de haber sufrido, por ejemplo, un infarto o una esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
Ante este anuncio, la sociedad se pregunta si estamos abriendo una nueva “caja de Pandora” con el desarrollo de estas neurotecnologías emergentes. Así, en la conversación que mantuvimos recientemente en Herrera en COPE nos planteamos cuáles deberían ser los límites éticos de una tecnología que implanta un chip en el cerebro humano.
Actualmente, hay bastantes laboratorios de neurotecnología que llevan tiempo trabajando con diferentes especies animales. Ahora parece que es posible implantar un “chip” en el cerebro humano. Neuralink dice haberlo conseguido.
Para ordenar un poco el debate social que se ha generado en torno a este anuncio, lo fundamental con este tipo de neurotecnologías es saber cuál es su propósito, es decir, en qué ámbito se mueven. A mi entender hay cuatro posibilidades según sus objetivos, su grado de invasión sobre el cerebro y su realismo científico o deseo, más cercano, hoy por hoy, a la ciencia ficción.
-El ámbito terapéutico.
-El ámbito del mejoramiento.
-El ámbito del biopoder.
-El ámbito futurista.
Ámbito terapéutico
El primer objetivo a tener en cuenta en estas neurotecnologías sería el terapéutico, circunscrito al ámbito científico-médico de la salud.
En efecto, todos aquellos avances científicos provenientes de la biomedicina, la bioingeniería, las neurociencias, etc. que tengan por objetivo recuperar la salud, ganar calidad de vida para los pacientes de algunas enfermedades, y llevar a cabo tratamientos que ayuden a restituir las funciones y capacidades físicas, cognitivas o sensoriales de una persona que haya sufrido un accidente, tenga una enfermedad o una discapacidad, son bienvenidos siempre y cuando estén dentro de los límites bioéticos y neuroéticos que la comunidad científica y médica haya establecido. Mayoritariamente, cuando se mueve con estos objetivos, la neurotecnología no tiene implicaciones éticas negativas.
Hasta ahora, las aplicaciones biomédicas de la neurociencia se dividen en las que utilizan técnicas de evaluación y las que utilizan métodos invasivos o intervencionistas en el cerebro humano. El producto Telepathy parece ubicarse en esta segunda categoría.
Ámbito del mejoramiento
Otro objetivo sería el del mejoramiento humano. El ámbito de la neuro-mejora o mejora neuronal encajaría con las bioideologías del transhumanismo y del posthumanismo que pretenden que las tecnologías exponenciales “mejoren” al ser humano. En ese caso estaríamos hablando de implementación e integración de estas biotecnologías en personas que no tengan problemas de salud o de discapacidad. Los experimentos en este ámbito irían focalizados hacia la potenciación, extensión o aumento de las capacidades físicas, cognitivas o sensoriales de una persona sana, que se convertiría en una especie de “superhumano” en un mundo tremendamente desigual.
En este supuesto, los aspectos relacionados con los límites éticos de la aplicación de estas neurotecnologías al ser humano son de gran envergadura.
Ámbito del biopoder
El otro objetivo que pueden tener estas neurotecnologías es el “biopoder”. En otras palabras, la pretensión de usarlas para leer e inducir pensamientos con el fin de controlar a una persona o a un grupo.
Poco a poco vamos viendo hacia dónde nos llevan las bioideologías de disolución de la condición humana y la biopolítica que las sustenta. Nos damos cuenta del riesgo existencial y de los peligros que pueden causar a los derechos humanos fundamentales y al bien común estas antropologías no adecuadas al ser humano.
Los ciudadanos reclamamos que se establezcan unos límites éticos y una regulación clara, para que no se vulnere la libertad y la dignidad de las personas, la lucha por reducir las desigualdades, la implementación de la justicia social y de la democracia a la totalidad de los países y las instituciones internacionales en este mundo globalizado.
Las posibilidades de control mental que pueden desarrollarse con estas neurotecnologías, la lectura y manipulación del pensamiento, la vigilancia y control sobre la población, la vulneración de la intimidad y privacidad de nuestra mente, la utilización militar de estos experimentos, etc. , nos causan un estado de angustia y de miedo que están bien justificados.
Se comprende fácilmente que este objetivo biopolítico lesionaría gravemente la privacidad y la libertad del individuo resultando éticamente reprobable. Por ello, este ámbito no debería avanzar ni implementarse en nuestras sociedades democráticas.
Ámbito futurista
Finalmente, estaría el objetivo futurista. La bioideología transhumanista propone una utopía/distopía futurista en relación a la transmigración de los datos cerebrales de la mente y la transferencia de la conciencia a un soporte no biológico, así como la consecución de lo que llaman “inmortalidad cibernética”. Pensemos, por ejemplo, en un moribundo que desea transmitir todos sus pensamientos, recursos, etc., a un ordenador o a un holograma.
Desde esa visión futurista se profesa una profunda fe en la posibilidad de “trascender” más allá de la vida biológica. En este sentido, una corriente del transhumanismo propone la ciberpreservación de la conciencia humana mediante la construcción de archivos mentales digitales, ya que para los seguidores de esta bioideología, el futuro del ser humano es convertirse en posthumanos o cyborgs, desde una vitología o sustrato puramente robótico, biológico o una combinación de ambos.
Para esta visión futurista, en un tiempo no demasiado lejano se podrá crear un “análogo consciente” de una persona combinando datos suficientemente detallados sobre ella, mediante la construcción de su archivo mental, es decir, de una colección de reflexiones digitales, de los gestos de alguien, de su personalidad, recuerdos, sentimientos, creencias, actitudes y valores (mindfiles), utilizando un software de conciencia futura, es decir, unas tecnologías de la información avanzadas que recreen la conciencia de una persona basada en dichos archivos mentales (mindware). Este análogo consciente, dicen los tecnoentusiastas, podrá descargarse en un cuerpo biológico o nanotecnológico para proporcionar experiencias de vida comparables a las de un humano nacido de forma natural. A este fenómeno sus defensores lo denominan “conciencia transferida”.
Neuroprotección y neuroderechos
En los ámbitos de la mejora, el biopoder y el futurista, que hemos descritos anteriormente, nos hallamos ante unos objetivos utópicos o distópicos en los que se actuaría en el cerebro desde fuera hacia adentro, resultando, en la mayoría de los casos, inaceptables desde el punto de vista ético. En primer lugar, porque se lesiona la dignidad de la persona. Pero, además, porque inducen a querer originar “entidades” como un cerebro global o una “mente colmena” donde estuviesen conectadas en red nuestras mentes humanas.
El peligro real es que, gracias a esa “Supermente”, una élite noocrática lograse gobernar el mundo a través de un gobierno en manos de unos pocos, es decir, un régimen totalitario absolutamente opuesto a la democracia.
En cualquiera de los cuatro ámbitos expuestos anteriormente de forma sintética, deberemos estar muy atentos a los diferentes programas civiles y militares desarrollados en Estados Unidos, a algunos de los programas civiles europeos más modestos, y sobre todo, deberemos estar muy alertas a lo que esté haciendo China, como la mayor potencia emergente del mundo, así como los programas avanzados del resto de estados asiáticos.
Pero también habrá que estar muy atentos a lo que están desarrollando las grandes compañías tecnológicas privadas implicadas en estas avanzadas neurotecnologías.
En este sentido, deberán desarrollarse en paralelo a estos implantes en el cerebro, sistemas de ciberseguridad que impidan el hackeo de la mente y un sistema de principios éticos que sean la base de una regulación legal eficaz, integral y justa.
La neurotecnología, como toda tecnología, en ambivalente: puede usarse para hacer el bien o hacer el mal. Todo depende de la intención de quien la maneja. Es importante conocer en manos de quien está, porque no suelen ser los mismos los intereses del sector público que los del privado.
Ante el presente y el futuro desarrollo de estas técnicas, la solución es la anticipación. A este respecto debemos actuar con urgencia, pues las cosas transcurren con gran velocidad. Se trata de desarrollar un marco ético, jurídico, democrático e internacional que defina los límites en que debe moverse estas prácticas neurotecnológicas. Ese marco debería proteger la libertad cognitiva, la privacidad e integridad mental y la continuidad psicológica, es decir, garantizar que la identidad personal no se vea comprometida.
En el sentido de la neuroprotección, un grupo de senadores de la Comisión de Desafíos del Futuro del Senado de Chile ha presentado un proyecto de ley para regular la figura de los llamados “neuroderechos” y, de manera simultánea, un proyecto de reforma para su incorporación en la Constitución. En su artículo 2, letra D, se definen los neuroderechos como “nuevos derechos humanos que protegen la privacidad e integridad mental y psíquica, tanto consciente como inconsciente, de las personas del uso abusivo de neurotecnologías”.
Estoy totalmente convencido que en Europa y en nuestro país deberíamos estar ya redactando un proyecto de ley sobre los neuroderechos y constituyendo comités neuroéticos para anticiparnos a los nuevos desarrollos y desafíos de las neurotecnologías avanzadas.
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