Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Recibir, aceptar y aceptarse

La Creación de Adán de Miguel Ángel.
El Creador no podría crear un don para ser rechazado por el hombre. Lo crea para que libremente sea aceptado. Y su propia existencia es ese don. 'La creación de Adán' de Miguel Ángel Buonarroti.

por Domingo Aguilera Pascual

Opinión

Desde los primeros tiempos del cristianismo el cuidado del “otro” fue una idea que les identificó como seguidores de Jesucristo y que impactó en las tres culturas dominantes del momento. Comenzó entonces la construcción de hospitales, hospicios, escuelas y edificios para la atención a viudas, pobres y desfavorecidos. La sociedad cristiana fue generosa con sus bienes materiales y así se pudo mantener una beneficencia que no aportaban los poderes civiles.

Las palabras de Jesucristo “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hech 20, 35) fueron una realidad vivida entre aquellos primeros seguidores del Maestro. Aunque a veces han sido malinterpretadas cuando lo que se da es de lo que sobra. La limosna más agradable al Señor fue la de aquella viuda que echó de lo que no tenía, de lo que no comió ese día. En ella nació ese movimiento tan profundo de generosidad que salió del fondo de su corazón y que conmovió al de Jesucristo.

No todo lo que se da es una donación. Para que la entrega de algo sea considerada una donación y no una compra, ha de ser un regalo hacia el “otro” por el hecho de existir. Es la forma más alta de mostrarle el cariño al “otro”. Sólo la persona es capaz de donar porque sólo la persona es capaz de amar en libertad.

La voluntad también muestra el querer. Cuando la inteligencia le muestra algo como bueno, la voluntad lo quiere. El “te quiero con todas mis fuerzas” muestra la fuerza de la voluntad, que es la que quiere y ejecuta las acciones. Las ejecuta con la libertad del “libre albedrío”, que es la que nos permite escoger entre un bien u otro. Pero la voluntad es necesitante, quiere para sí, quiere para vivir mejor, para tener. Por eso la voluntad no hace dones, sino adquisiciones, compras, regalos interesados, etc.

Me sorprendió la definición tan profunda que hace Leonardo Polo de la donación: “Persona humana significa coexistencia carente de réplica; transparencia; libertad; criatura donal”. Así que la donación en su máxima expresión, es un acto de libertad que parte de la intimidad personal, no de la voluntad y con esta premisa, el don no ha de ser recibido sino aceptado. “La noción de recibir es inferior al dar- 'es mejor dar que recibir'-. Por consiguiente, el dar personal no comporta recepción, sino aceptación” (Antropología Trascendental, Obras Completas t. XV, pág. 248)

En el caso de la persona humana, para mostrarse a los demás necesita constituir un don, que siempre será una “cosa” o un “algo” perteneciente a la esencia del universo, no al ámbito de la intimidad personal. La persona no puede donarse como “cosa”. Puede establecer relaciones personales con su Creador, pero no puede ofrecerse como don. Cuando rezamos “yo te ofrezco en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón, en una palabra, todo mi ser” le ofrecemos toda nuestra esencia (ojos, oídos, etc.,) como don y nos gustaría ofrecerle ese ser que somos; pero quien ofrece no puede ser la ofrenda.

A diferencia de la voluntad, el amar personal es donal, es darse. Este es el Amor con mayúsculas que nos muestra el Creador: nos regala dones constantemente con su gracia. Nosotros, para constituir un don, necesitamos ofrecerle algo nuestro: una mortificación, una jaculatoria, un decir “te quiero” o “gracias”. Con una idea muy clara: nosotros no añadimos nada al Creador, es Él el que sí nos añade mucho. Con nuestras buenas obras no añadimos nada a la gloria de Dios. Es Él el que nos regala todo por nada. Por pura efusión, por querer darse.

El drama del donar es que el receptor, por ser libre, puede que no acepte el don. Entonces ese donar se frustra y no cumple su fin. Porque el donar, al ser la expresión más grande de un amor libre, demanda la libertad personal del “otro”. No su voluntad, como un mero recibir, sino con un profundo aceptar. Es entonces cuando el donar produce una enorme alegría. Es la alegría máxima entre el donante y el que acepta el don.

Estamos acostumbrados a recibir mensajes que nos solicitan donaciones, incluso existe toda una legislación sobre las mismas, que tienden a estimular a la voluntad para que sea generosa con sus bienes. Esto está muy bien y además es necesario para que la sociedad sea más justa. Pero en el plano trascendental estas donaciones no hacen mejor a la persona. El mero hecho de donar, véase el caso del rico y la viuda, no mejora al donante, sino que es al revés, es la viuda pobre la que mejoró con su donación, porque desde su intimidad personal hizo un acto profundamente humano, mientras que el rico puso mucho dinero en el gazofilacio, pero no mejoró como persona. El rico mejoró en su imagen y en su “yo” pensando que él era mejor que la viuda. Pero no acumuló nada como ser trascendente.

Sólo volviendo a darnos cuenta de lo grande que es el Creador y de que nosotros somos sus criaturas, podremos salir del viaje al pasado que nos proponen las ideologías modernas. Saber que el Creador se ha enamorado de su creación y especialmente del hombre, al que le ha dado la capacidad de transmitir la vida humana, capacidad que no tienen los ángeles, es saber mucho. Es saber que Él nos ha llenado de dones.

Vencer esta mentalidad postmoderna, que parte del “yo” como único sujeto del universo digno de ser reconocido por sus méritos y condiciones, no es tarea fácil, sobre todo si tratamos de convencerla desde sus propios planteamientos cerrados.

Porque el crecimiento del hombre está en el futuro, no en el pasado. La propuesta del Creador para el hombre es de futuro, es de hallazgo continuo, de innovación constante y no de recordar o de permanecer en el pasado, y menos de desaparecer como persona. Leonardo Polo afirma que “la clave está en la libertad de un futuro que no puede dejar de serlo”.

Así las cosas, lo más alto del amor personal no está en el dar, ni en el recibir, sino en el aceptar. Si aceptamos el don, podremos recibirlo y darlo. Como dice la sabiduría popular “nadie da lo que no tiene”.

¿Qué hace Jesucristo sino aceptar la voluntad de su Padre Dios? ¿Y la Virgen María? Ella aceptó todo el futuro como esclava del Señor. Algo sabía, por el libro de Isaías, acerca del Mesías: que moriría en una cruz y lo aceptó, y también aceptó todo aquello que no conocía. Aceptó el futuro que Dios Padre había pensado para ella, sin condiciones ¿Y San José? Cuando el Ángel le dice que él le pondrá el nombre al Mesías, que acaba de concebir su mujer del Espíritu Santo, le acepta como hijo suyo.

Las antropologías postmodernas prometen la felicidad en el “hacerse a sí mismo” y a base de retos y superaciones llegar a consumir toda una vida ¡para nada! En cambio, si partimos del hecho de ser criaturas y de que la persona humana se constituye al aceptar la esencia humana puesta por los padres, y al aceptar el don de la vida (el acto de ser coexistente creado por el Creador), entonces el planteamiento es que nuestra esencia, por deficitaria que sea, la ha escogido el Creador para algo tan grande como es “ser trascendente”. El Creador no podría crear un don para ser rechazado por el hombre. Lo crea para que libremente sea aceptado.

Aceptarse como un don, sea cual sea nuestra naturaleza, es el camino que lleva a la máxima felicidad aquí en la tierra. Nacemos varón o mujer porque desde el primer instante somos varón o mujer, independientemente de que cuando lleguemos al uso de la razón nos percibamos de otra forma. Podemos incluso no nacer o ser abortados, pero ya somos personas que han recibido un don superior: la vida humana, el acto de ser coexistente.

El no nacido no es como un animal antes de salir del vientre de su madre. Tampoco es un amasijo de células, es algo tan grande que ya está “diseñado” para ser eterno. Es un “quién” no un “qué”, aunque su manifestación esté limitada por su naturaleza.

Para amar donalmente y vivir en ese futuro que no cesa, es necesario primero aceptarse cada uno como realmente “es”: como un hijo. Que eso “somos”.

Lo segundo es aceptar también a nuestros padres y a los demás tal como el Creador los acepta. Todos diferentes y con sus defectos y virtudes, pero todos hijos de Dios. ¿O acaso somos nosotros los que debemos juzgar cómo han de ser los demás?

Esta sociedad postmoderna no sabe aceptar, simplemente recibe a las personas como objetos. Es la crisis de la libertad, que es la crisis del espíritu.

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