Miércoles, 13 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

En la selva freudiana

Sigmund Freud, en un retrato de 1921 obra de Max Halberstadt, su fotógrafo y yerno.
Sigmund Freud (1856-1939) en torno a 1921, en un retrato de Max Halberstadt, su fotógrafo y yerno.

por Juan Manuel de Prada

Opinión

Seguramente, si tuviéramos que elegir una personalidad que haya influido sobre todas no sólo en su disciplina, sino también en el clima mental de las gentes de nuestra época, tendríamos que mencionar necesariamente a Freud. Los presupuestos filosóficos y antropológicos del psicoanálisis freudiano han permeado la cultura y la mentalidad contemporáneas hasta extremos inconcebibles, incluso (o sobre todo) entre personas legas en cuestiones psicológicas. Pero lo cierto es que tales presupuestos filosóficos y antropológicos son un completo dislate, fundados en intuiciones que se riñen con el método científico (el propio Freud le reconocía con desparpajo a Jung que "no estoy en absoluto organizado como un investigador inductivo, sino enteramente con vistas a lo intuitivo"). Jacques Maritain lo expresaba de forma brutal pero muy atinada en Cuatro ensayos sobre el espíritu en su condición carnal (1939): "Esta psicología [freudiana] está invadida e inundada por todas partes por una pseudometafísica de la más vulgar calidad, que […] combina todos los prejuicios del cientificismo determinista y materialista con todos los prejuicios del irracionalismo".

Y esta suma de prejuicios confluye en una ensalada de errores burdos (y muy dañinos) que, sin embargo, se han convertido en piedra angular del pensamiento moderno, en su fase involutiva de putrescencia acelerada. Ocurre así, por ejemplo, cuando Freud afirma que la conducta humana está "determinada" por diversos factores (culturales, educativos, económicos, etcétera) que impiden al ser humano ser auténticamente libre. De este modo, Freud descarta (cómo no) la existencia del pecado, pero también la responsabilidad ética y hasta el ejercicio de la voluntad libre; pues la negación de la libertad (entendida como 'libre albedrío') implica, inevitablemente, la negación de la responsabilidad. No negaremos que los factores culturales, educativos, económicos, etcétera (y en este etcétera se podían sumar todos los que deseemos, desde familiares hasta geográficos) pueden influir sobre nuestro comportamiento y hasta condicionarlo; pero en ningún caso lo 'determinan'. Lo único que puede determinar la acción de las personas es su voluntad; y sobre la voluntad humana actúa la conciencia personal.

Pero para Freud la conciencia no es más que una especie de aspaviento o jeribeque moral que sale a relucir por sometimiento a las convenciones sociales; pues para él el ser humano es una suerte de hormiguero de pulsiones e inhibiciones. Así Freud llega a la conclusión de que todo sentimiento de culpa es "patológico" y, por lo tanto, debe ser eliminado. Se trata de otro burdo y muy dañino error que ha modelado la mentalidad contemporánea, siempre a la búsqueda (como nos enseñaba el Gran Inquisidor de Dostoievski) de absoluciones sin penitencia ni arrepentimiento. El método psicoanalítico, a la postre, no busca otra cosa sino lograr que el paciente 'se sienta bien', erradicando sus sentimientos de culpabilidad, sin considerar si esos sentimientos obedecen a una culpa real o imaginaria. Porque, por supuesto, hay culpas reales, que nacen de la comisión de actos reprobables (y el ser humano, como nos enseña Aristóteles, se distingue por discernir la naturaleza moral de sus actos). Y el único tratamiento ante el sentimiento de culpa que la comisión de estos actos nos genera es el arrepentimiento, la petición de perdón, la reparación del daño causado, el cambio de conducta. Todo 'tratamiento' que trata de saltarse estos pasos sólo contribuirá a agravar nuestro mal interior, bajo la máscara de un alivio pasajero. Los zoquetes suelen oponer aquí que el sentimiento de culpa es un producto artificial de la educación y de la religión. Pero lo cierto es que el sentimiento de culpa es una facultad moral de nuestra conciencia que todos los hombres, en todas las culturas, han reconocido. Una facultad moral que las religiones pueden haber perfeccionado (o, si son falsas, oscurecido); pero que, en cualquier caso, forma parte de la naturaleza humana; y que, desde luego, nada tiene de patológica, cuando nos señala nuestras malas acciones (u omisiones). Lo 'patológico' (o, dicho en términos aristotélicos, auténticamente bestial o animalesco) es no sentir culpa cuando cometemos actos reprobables; en este sentido, Freud lo que propone es una "involución de la especie".

En definitiva, en contra de lo que propone Freud, el hombre puede decidir libremente su conducta y dominar sus impulsos, puede discernir la naturaleza moral de sus actos y reconocer su culpa y responsabilidad cuando obra mal. Negar tales evidencias significa retroceder filosóficamente más atrás de Platón y Aristóteles, más atrás incluso que los presocráticos. Significa volver a la selva, nostálgicos del rabo y las cuatro patas.

Publicado en XL Semanal.

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