¿Tiene sentido hacer promesas?
Todos hacemos promesas un día u otro. Las hacemos hoy para cumplirlas mañana. Pero hoy no podemos prever todo lo que va a suceder en los años próximos y lo que va a cambiar nuestra vida. ¿Podremos, a pesar de los cambios, cumplir nuestras promesas? Si vemos la vida superficialmente, tendemos a pensar que prometer para toda la vida es una insensatez. Pero, si cultivamos la "mirada profunda", como estamos procurando en estos artículos, podemos ver estas cuestiones profundas con más hondura.
Les diré escuetamente cómo las entiendo y las he vivido en alguna ocasión, y les propongo que lo apliquen ustedes a su vida. Seguro que les hace bien, porque les ayudará a orientarse debidamente, lo cual significará dar sentido a su existencia y encaminarse hacia la felicidad.
Yo prometo hoy algo porque advierto que lo prometido tiene un gran valor, y lo cumplo en virtud del respeto y la admiración profunda que me inspira ese valor, que es algo que supera el correr de los días y los vaivenes de la vida. Por eso es tan importante en Pedagogía apresurarse a fomentar en los niños la capacidad de asombrarse ante lo valioso. Revivan esta anécdota conmigo.
Por los años 50, estábamos tristes y preocupados en los países hispanohablantes porque el gran escritor y guía de la juventud alemana Romano Guardini había vetado la difusión de sus obras en español. No podíamos comprar obras grandiosas como El Señor, El espíritu de la liturgia, Mundo y persona… Oíamos hablar de ellas, pero nos permanecían lejanas pues no podíamos leerlas. Cuando a mis 22 años fui a Alemania a preparar mis dos tesis, la de licenciatura y la de doctorado, mi buen amigo y gran escritor Gonzalo Torrente Ballester me dio el encargo –en nombre de una editorial española– de conseguir de Guardini que levantara ese veto.
Pero nadie se atrevía a intentarlo, debido a su fama de “persona inaccesible”. Yo lo conocía por sus obras, y pensé que no podía ser inaccesible quien había escrito, por ejemplo, las Cartas de autoformación. Al llegar a Múnich, le llamé y me abrió inmediatamente su casa. La entrevista empezó de la manera más prometedora, pero, al hablarle del veto, se puso muy serio, con un gesto que me pareció decir que no había vuelta atrás. Pero yo, lejos de amilanarme, le dije con toda decisión:
–Si nos levanta el veto, le prometo cuidar sus obras durante toda mi vida: la pulcritud de las ediciones y la fidelidad de las traducciones.
–¿De veras? –respondió él, cogiéndome la mano derecha.
–De veras –le dije sin la menor vacilación.
Muy convincente debió de ser mi actitud, porque con toda decisión me respondió:
–Pues entonces, Opera Omnia: todas mis obras las dejo en sus manos.
Y llamó a su editor, Hans Waltmann, para que me diera un ejemplar de todas sus obras.
Esa promesa la cumplí hasta el día de hoy, durante mi ya larga vida.
Lamentablemente, Guardini nos dejó hace tiempo, pero mi promesa sigue vigente. Para cumplirla hube de emplear mucho tiempo, traducir gratuitamente varios libros suyos (pues la editorial ya no tenía recursos para encargar más traducciones), escribir diversos prólogos a las traducciones, orientar a más de una editorial… ¿Me valió la pena haber mantenido esa promesa de juventud, que no me reportó ningún beneficio económico ni el menor signo de agradecimiento expreso por parte de los editores y del público que volvió a disponer de ese tesoro? Me apresuro a contestar que sí, porque mi fidelidad fue sostenida por el valor de las obras que puse en las manos de tantas personas ansiosas de elevación espiritual y de una honda belleza. Una auténtica promesa se hace con la fuerza interior que nos otorga el valor que encierra lo prometido.
El próximo día concluiremos este importante tema. Hoy nos quedamos meditando la frase del día: “Las promesas están llamadas a durar cuanto duren los valores que las inspiraron” (Alfonso López Quintás).
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