Miércoles, 04 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Barcelona y el catolicismo: callar es un fracaso


Hay una ideología políticamente dominante que considera el cristianismo como algo a excluir de la sociedad, hecho que sitúa a los cristianos como ciudadanos de segunda

por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

La lectura de un tipo de padrenuestro irreverente en pleno Salo de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, con el Consistorio reunido en pleno para entregar los premios Ciutat de Barcelona a la cultura, ha escandalizado e indignado a mucha gente; también a los no creyentes, que quieren y respetan la plegaria por excelencia de su infancia.

Sobre el significado de aquella poesía- que ahora aparece como un posible plagio de un escritor aficionado- puede dar una idea la encuesta no censal de La Vanguardia, en la cual una abrumadora mayoría del 83% la considera blasfema.

Hay que remarcar que el hecho se produjo en el marco de un acto institucional en la “Casa Grande”, que representa a todos los barceloneses, y que el entuerto contó con el posterior apoyo de Ada Colau, quien acusa de “patriarcales” a aquellos quienes criticábamos el hecho. También el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, manifestó su apoyo, y de este modo se incorporaba a la agresión moral y social.

Porque lo que ha sucedido va más allá de una cuestión aislada. Responde a una ideología del gobierno municipal de Barcelona, compartida, además, por otros grupos como PSC, ERC y CUP, y el mismo presidente de la Generalitat, de Junts pel Sí. Esta es la realidad que hay que asumir: Hay una ideología políticamente dominante que considera el cristianismo como algo a excluir de la sociedad, hecho que sitúa a los cristianos como ciudadanos de segunda. De continuar con esta dinámica las consecuencias serán múltiples y graves. Esta mentalidad, cada día más fuerte y beligerante, se expresa en el caso del Ayuntamiento desde el primer día.

La alcaldesa retiró del programa de la Fiesta Mayor de la Mercè, la misa conmemorativa, la práctica más tradicional de todas las que la festividad ha incorporado. Cabezones y pasacalles sí; la misa, no, en nombre de una pretendida laicidad, que lejos de la neutralidad, significa la exclusión de la tradición cristiana y de los cristianos, de la gran fiesta de la ciudad. La fiesta institucional no la quiere ni en el programa. Así están las cosas y negarlas es engañarnos.

Fijaos. No se trata del hecho que la alcaldesa acudiera a misa cómo han hecho, por amar la tradición, los alcaldes precedentes, muchos de ellos no creyentes. Se trata de otra cosa: de borrar La Virgen de la Mercè, de la vida y memoria de la ciudad. Pero cuando llega el año nuevo chino de la Mona de Fuego, Ada Colau ha participado encantada en sus celebraciones, fruto de una tradición muy lejana. Solo rechaza la tradición cristiana.

En unos carteles en los paneles municipales de la vía pública se puede leer “La única iglesia que *ilumina es la que paga el recibo de la luz” que parece una boutade, que no viene a cuento. En realidad, es hacer un guiño a aquellos que comparten la pintada que han sufrido varias iglesias de Barcelona. “La única iglesia que ilumina es la que quema” Un viejo eslogan anarquista de trágica memoria.

Por eso os digo que el escándalo del Padre Nuestro no es un hecho aislado sino que responde a una ideología política que actúa y lo continuará haciendo, creando conflictos, discriminando y excluyendo, polarizando los sentimientos, si los cristianos junto con otra gente de buena voluntad, no transformamos la situación.

La declaración conjunta del papa Francisco y el patriarca de Moscú Kirill refiriéndose a Europa afirma: “Estamos preocupados por la limitación de los derechos de los cristianos, por no hablar de la discriminación hacia ellos, cuando algunas fuerzas políticas, guiadas por la ideología del secularismo que en numerosos casos se vuelve agresivo, tienden a empujarlos al margen de la vida pública”. Parece escrito por nuestra situación.

El criterio de guardar silencio, de mirar hacia otro lado, ha fracasado estruendosamente. Solo nos ha traído a la irrelevancia social, que dificulta enormemente la transmisión de la fe. Si los cristianos de los primeros cuatrocientos años, que pasaron de ser una minoría de unos pocos millares en un rincón del Imperio romano, a ser la mayoría en el siglo IV, hubieran actuado igual, habríamos desaparecido. Hay que dialogar, hacerse entender, claro que sí, pero a la vez hay que hacerse presentes en la vida pública con dignidad para lograr el reconocimiento y respeto. Como cristianos y como ciudadanos de una sociedad plural tenemos que ejercer el derecho a que nuestra fe, cultura y religión, que además es la constitutiva de nuestro constitución colectiva, estén presentes y sean respetadas en la vida pública y, todavía más, en nuestras instituciones de gobierno y entre nuestros gobernantes.

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