Sobre la cultura y la fe cristiana
Vengo señalando la importancia política de presentar y ofrecer la cultura cristiana como la mejor y más completa respuesta a la policrisis de nuestras sociedades, que nos está destruyendo. A la respuesta a piñón fijo, que esta es una 'propuesta confesional' para una sociedad basada en el pluralismo político, respondo con un evidente 'no hay tal cosa', porque la propuesta cultural cristiana no parte de la fe, que es lo que determina la confesionalidad, sobre todo si es vivida dentro de una confesión religiosa, sino que se fundamenta solo en la aceptación de la razón.
Un ejemplo lo puede ilustrar.
Para un católico, la unión entre un hombre y una mujer se realiza en el sacramento de la Iglesia, pero para que tal sacramento sea efectivo, ambos han de creer en él (por eso una de las causas de anulación es la de declarar que no creía en el matrimonio como sacramento en el momento de contraer la boda y mintió al asumirlo). Pero este hecho sacramental, decisivo para los católicos, no impide valorar en términos de raciocinio lo que de óptimo tiene este modelo de unión: la unión con la voluntad de permanencia hasta el fin de uno de los dos contrayentes, la voluntad de tener hijos y educarlos, de respetarse mutuamente, guardarse fidelidad, construir la compañía que sucederá a la pasión inicial, etc.
Este modelo está empíricamente demostrado (véase, por ejemplo, mi libro Una nueva Teoría de la Familia, 2015) y es ampliamente superior a todos los demás en los beneficios que genera para sus miembros y para el conjunto de la sociedad, a causa de cómo actúa sobre el crecimiento económico y las condiciones que hacen posible el bienestar. Asumir que este modelo es mejor y apostar por él en términos de políticas de fomento es una propuesta de política pública basada en la cultura cristiana y su aceptación se mueve en el debate de los hechos, no de la fe de cada cual. Por esta razón, como toda otra cultura dirigida al bien común, debe formar parte del debate político y la tarea es llevarlo a cabo.
Pero no solo la gran revolución de postular la cultura cristiana como fundamento político a la policrisis y a la permacrisis es vista con recelo o con oposición por ciudadanos seculares, sino que también hay católicos que lo consideran negativamente.
Sus razones pueden resumirse en estos términos:
-'Si es cristiano, es confesional; negarlo es desvirtuar su objetivo'.
Esto no es acorde con la realidad. Al revés: la mayoría de los cristianos, de los católicos, no forman parte de la Iglesia o de otra confesión religiosa. Es tarea de la Iglesia y de sus organizaciones vincularlos a la práctica de la fe, pero eso no quita que la realidad sea la que es.
-'Implica una consideración reduccionista de la fe, presupone su desconexión con la razón'.
Es una forma de ver solo el dedo, pero no la luna que aquel señala. Nadie desconecta nada. Lo que se dice es algo muy potente. El cristianismo es tan la respuesta que la humanidad necesita, que desde el punto de vista del bien común y sus políticas públicas, puede fundamentar las respuestas utilizando la cultura que ha generado. Lo cual no significa que quienes viven en la fe no vivifiquen la razón gracias a ella. Son dos cuestiones de órdenes distintos. No debería costar tanto entenderlo.
-'Al dejar al margen la fe, empobrecemos la cultura cristiana, la cual pierde su alma'.
Aquí sí hay una parte de verdad. A medio plazo y claramente a largo, una cultura cristiana sin sujetos individuales y el sujeto colectivo que es la Iglesia, es decir, sin sujetos que vivan intensamente la fe, no subsistiría. La cultura es el agua; la fuente es la fe. Pero eso no significa que se deba cercenar el potencial secular para construir el bien común y regenerar la política que tiene la cultura cristiana. Significa que el sujeto cristiano, individual y colectivamente, ha de vivir y proclamar la fe. Esa es precisamente la tarea de la Iglesia y de sus organizaciones y movimientos. Esa... y una más que tiene absolutamente abandonada: la pastoral de la política. Existen pastorales para casi todo, desde el tráfico hasta los presos, y no tiene una pastoral para aquello que ella misma proclama una gran doctrina, la social. ¿Cómo se entiende tal cosa?
Pero es que, incluso desde la idea necesaria de la propagación de la fe, el planteamiento de una sociedad que acoja la cultura cristiana resulta extraordinariamente favorable, como claramente lo perciben quienes desde la secularidad radical están en contra. La razón es muy concreta. Los marcos de referencia, es decir, las ideas clave que configuran la forma de pensar de la cultura dominante, son contrarios al cristianismo y lo expulsan de dichos marcos. El resultado es que la fe cristiana es vista por muchos como una anomalía, como algo incluso contrario a la naturaleza humana. La mayoría de las personas piensan dentro de estos marcos y si los actuales no son modificados, el testimonio y la palabra de la fe es rechazada o desvirtuada.
La revolución de la cultura cristiana modificaría desde la razón secular estos marcos y la consecuencia sería que la evangelización resultaría mucho más fácil porque la palabra y el testimonio serían claramente inteligibles. No ver esto es no entender nada.
La revolución de la cultura cristiana, como proyecto político para una sociedad plural, significa que el conjunto de notas características del cristianismo son las más adecuadas para responder a las crisis, necesidades y exigencias del tiempo en que vivimos; sin más. Se trata del conjunto de valores, virtudes, actitudes, moralidad y concepciones morales, ética, antropología, sentido de la vida, así como las instituciones sociales que han surgido del cristianismo y se han establecido con más o menos cambios.
Publicado en Forum Libertas.
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