Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

«No tenéis hijos... ¡acabaréis teniendo perros!»

Una pareja con un perro en un parque infantil.
Hay en muchos seres humanos una dependencia emocional de la mascota que raya lo irracional. Foto (contextual): Simon Hurry / Unsplash.

por Daniel Arasa

Opinión

“No tenéis hijos. ¡Acabareis teniendo perros!”. Esta frase la podríamos pronunciar hoy todos. Es más que evidente en nuestra sociedad. Pero alguien la dijo hace muchos años, en los 60 del siglo pasado, cuando en las ciudades apenas había canes, casi todos los cuales vivían en los pueblos y zonas rurales y eran “usados” como medio de vigilancia o para la caza, en absoluto con el concepto de mascota que se tiene hoy, y mucho menos con un trato preferente en no pocos casos, casi humano. Ahora incluso se les trata mejor que a muchas personas.

Quien dijo aquella frase, con verdadero profetismo, fue el sacerdote Jesús Urteaga. Los mayores se acordarán de él. Era un sacerdote del Opus Dei que daba charlas religiosas por Televisión (solo había una cadena y en blanco y negro), fue el primer director de la revista Mundo Cristiano y publicó libros que en su momento fueron de éxito como El valor divino de lo humano o Dios y los hijos.

No era normal hablar de aquello en dicha década, sencillamente porque, de un lado, la mayoría de familias aún tenían hijos, y en muchos casos bastantes, pero entre algunos empezaba a disminuir la natalidad y, vale la pena recordar que fue entonces, en los 60, cuando salió la píldora anticonceptiva. De otro lado, la concepción que se tenía de los animales estaba en las antípodas de la actual. Basta pensar algo que hoy puede sonar a sacrilegio: además de que solo comían de los restos de la comida de los humanos y que el manjar de los canes eran los huesos, a los perros se les hacía pasar hambre porque “perro harto no caza”. A nadie le pasaba por la cabeza considerarlos miembros de la familia.

Hoy nos encontramos con la enorme crisis demográfica derivada del nacimiento de niños muy por debajo del número necesario para el relevo generacional, con pocas familias numerosas y muchísimas parejas sin hijos, a la vez que con un boom de animales de compañía, especialmente perros.

Reconociendo el valor de su compañía, su fidelidad, el buen servicio que pueden prestar a personas solas que requieren acompañamiento, el número alcanzado por los perros mascota y el trato que reciben es una muestra del deterioro ético de la sociedad, incluso de una perturbación intelectual colectiva, sobre todo porque millones de personas no ven la diferencia abismal entre el animal y la persona y actúan en consecuencia. Hay en muchos seres humanos una dependencia emocional de la mascota que raya lo irracional, se gastan enormes cantidades de dinero en atender a los animales y se les ha “humanizado”. Ahí los tenemos vestidos con todo tipo de adornos, restaurantes para ellos, llevados en cochecitos como bebés, besos y abrazos, hablarles como si de un humano se tratara, someterles a costosos tratamientos veterinarios en caso de enfermedad, se busca el pedigrí aunque los costos de compra sean altos, se les considera y presenta como un miembro de la familia… Y se hace referencia a los derechos de los animales y se los prioriza, sin darse cuenta de que los sujetos de derechos son las personas.

El Papa Francisco contó a un periodista lo que le ocurrió hace unos meses. Una mujer le pidió que bendijera lo que llevaba en el cochecito. El Papa, solícito, fue a hacerlo, partiendo de la base de que se trataba de un hijo de la señora, un bebé humano. Pero al quitar la mantita, la capucha o el moisés, resultó que era un perro. El Santo Padre no dejó de expresar su indignación. Y, por supuesto, no lo bendijo.

Nada tiene que ver con la bendición de los animales que se hace en el día de San Antonio Abad, en enero, que hay que enmarcar en lo genérico de dirigir hacia Dios todo lo creado, también los animales. O incluso con las bendiciones a viviendas, objetos o vehículos. En este caso no hay una personalización del animal u objeto que pueda llevar a confusión.

Hemos ido mucho más allá de la ley del péndulo. En otro tiempo el trato a los animales domésticos fue incluso cruel, y ello embrutece al hombre. Hoy no solo se ha pasado al extremo contrario, el de cuidarlos correctamente incluso con algún mimo, sino a cambiar la esencia, confundiendo ser humano y animal.

Entretanto, el número de mascotas sigue creciendo en nuestra sociedad. Vemos personas mayores con ellos y entendemos que quizás les son de mucha utilidad. Y también muchas parejas jóvenes paseando su perro. Uno piensa: lo que deberían llevar es un niño. Esperamos que algún día se dé la vuelta a esta desnortada tendencia.

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