Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Los milagros de la Medalla Milagrosa

Vidriera que representa la aparición de la Virgen a Santa Catalina Labouré.
Vidriera que representa la aparición de la Virgen a Santa Catalina Labouré (1806-1876).

por Angélica Barragán

Opinión

La Medalla Milagrosa tiene su origen en la aparición que recibió la joven novicia Catalina Labouré el 27 de noviembre de 1830. En ésta, vio a la Santísima Virgen de pie sobre el orbe y aplastando la cabeza de la serpiente al tiempo que sus manos irradiaban rayos de luz. Alrededor de la Virgen había un óvalo con la frase: “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.

Cuando dicha imagen giró, la novicia observó un óvalo de 12 estrellas y, en el centro, una gran M coronada con una Cruz que tenía debajo los corazones de Jesús (coronado de espinas) y el de María (atravesado por una espada). Acto seguido, la Virgen le pidió mandase acuñar una medalla con el modelo que acababa de ver asegurándole que todos los que la llevasen alrededor del cuello con devoción recibirían grandes gracias.

El simbolismo de la Medalla Milagrosa. Fuente: Militia Inmaculatae (PDF).

El simbolismo de la Medalla Milagrosa. Fuente: Militia Inmaculatae (PDF).

Dicha revelación fue recibida por el padre Alabel, confesor de la novicia, con gran cautela, pero después de dos años de minuciosa investigación tanto él como el arzobispo de París, monseñor de Quélen, reconocieron el carácter sobrenatural de la aparición y aprobaron la fabricación de la medalla.

El cólera

Sucedió que mientras se elaboraban las primeras medallas una terrible epidemia de cólera se extendió por todo París cobrando la vida de miles de personas.

Pocos meses después, la Casa Vachette entregaba las primeras 1.500 medallas que las Hijas de la Caridad distribuyeron rápidamente entre los afectados. La epidemia remitió inmediatamente y muchos enfermos fueron curados.

Además de dichas curaciones, gracias a la medalla, se produjeron una serie de sucesos prodigiosos.

El obispo renegado

Entre estos, destaca la conversión de monseñor de Pradt Dufour, clérigo rebelde que, durante las disputas entre Napoleón y la Iglesia, se colocó del lado del Emperador, quien le había nombrado, de manera ilegítima, capellán y arzobispo de Malinas.

Monseñor de Quélen temía que el conocido prelado muriese sin reconciliarse con la Iglesia, pues aun en su lecho de muerte persistía en sus errores. Por ello, le entregó una medalla de la Inmaculada Concepción (como se le llamaba originalmente) encomendándole a la Santísima Virgen su conversión.

Poco después, el prelado pedía ver al arzobispo para retractarse de todos sus errores y recibir los sacramentos. La inesperada conversión de tan conocido personaje influyó notablemente en la propagación de la medalla que, debido a los prodigios que su devoción producía, empezó a recibir el nombre de medalla milagrosa.

De judío a sacerdote

Otra de las conversiones más sobresalientes, debida a las gracias otorgadas a través de la medalla milagrosa, es la de Alfonso Ratisbonne, joven perteneciente a una familia de ricos banqueros judíos y que desde la conversión de su hermano, Teodoro, al catolicismo, profesaba un gran odio a la religión católica. Alfonso tuvo un encuentro fortuito con un amigo de la infancia, el barón de Bussières, quien lo desafió a usar la medalla y rezar el Memorare diariamente. Ratisbonne, a fin de burlarse de las “supersticiones católicas”, aceptó el reto.

En los días siguientes, la familia Bussières rezó intensamente por la conversión de Alfonso y además pidieron a varios de sus amigos, entre ellos el conde Augusto de La Ferronays, hombre de reconocida virtud y piedad, que se unieran a su intención.

Al poco tiempo Ratisbonne comenzó a soñar con la cruz y después de algunos días acompañó a su amigo a la iglesia de Sant ’Andrea delle Fratte para organizar el funeral, precisamente, del conde de La Ferronays. Mientras el barón estaba en la sacristía, Alfonso permaneció en la iglesia. De repente, vio a Nuestra Señora, grandiosa, radiante, llena de majestad y dulzura, tal como está representada en la medalla y quien, con Su sola presencia arrancó las vendas de sus ojos haciéndole comprender, en un instante, el horror de su estado, la deformidad del pecado y la belleza de la religión católica. Cuando de Bussières regresó, encontró a Ratisbonne arrodillado junto a un altar, llorando y sin otra aspiración que seguir a Jesucristo, a quien reconoció como su Dios y Redentor.

La noticia de tan súbita y prodigiosa conversión se difundió inmediatamente. El Papa Gregorio XVI ordenó una meticulosa investigación del suceso la cual culminó con la certificación de la autenticidad del milagro.

En su bautismo, Alfonso tomó el nombre de Alfonso María. En 1847 fue ordenado sacerdote y, posteriormente, por sugerencia del Papa Pío IX, se unió a su hermano Teodoro para fundar, la Congregación de Nuestra Señora de Sión, dedicada a la conversión de los judíos. Ambos hermanos, conocidos por sus virtudes excepcionales, murieron en 1884. En la capilla en la que tuvo lugar la aparición a Ratisbonne hay una placa que dice: “El 20 de enero de 1842, Alfonso Ratisbonne entró aquí como judío obstinado. La Virgen se le apareció tal como la ves, y, arrodillándose judío se levantó cristiano. Extranjero: lleva a tu patria el precioso recuerdo de la misericordia de Dios y del poder de María”.

La humildad

Por su parte, Catalina Labouré, después de hacer sus votos perpetuos, permaneció en el anonimato cuidando enfermos, hasta su muerte, en 1876. Cuando su tumba fue abierta, en 1933, su cuerpo estaba incorrupto.

Fue canonizada en 1947 por el Papa Pío XII, quien resumió su vida con la frase: “Ama nesciri [Ama pasar inadvertido]". Frase que debemos recordar actualmente que buscamos, a cualquier precio, el reconocimiento y la admiración olvidando que la humildad es una de las virtudes más preciadas por Dios. El 23 de julio de 1894, el Papa León XIII instituyó un Oficio y Misa especiales, el 27 de noviembre, de la Manifestación de la Inmaculada Virgen bajo el título de Medalla Milagrosa.

Fomentemos ésta y todas las devociones a través de las cuales la Santísima Virgen María, mediadora de todas las gracias, nos ofrece Su amor y protección maternal. Recordemos que, como afirma San Juan Damasceno, la devoción a María es un arma de salvación que Dios da a aquellos que quiere salvar. Y repitamos con gran devoción y frecuencia: “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”.

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