Tiempo de paz
Los grandes adelantos tecnológicos de los que “gozamos” actualmente no han venido sin costo. Por el contrario, las múltiples pantallas con acceso al amplio y atractivo mundo de internet, así como la rápida difusión y normalización de los teléfonos móviles, con su amplia gama de aplicaciones, han dado origen a la llamada cultura de la inmediatez, puesto que el efecto de gran velocidad y urgencia que produce la conectividad digital ha habituado, especialmente a los más jóvenes, a obtener resultados rápidos y gratificación instantánea en prácticamente todos los aspectos de la vida.
Así, a golpe de clic, mandamos y obtenemos información; recibimos y enviamos vídeos, fotos y actualizaciones; respondemos en tiempo real a mensajes, correos electrónicos y tuits. Por si esto fuese poco, también, con un par de movimientos, podemos ordenar los más extravagantes objetos de nuestros deseos, muchos de los cuales, además, son entregados en nuestros hogares en cuestión de horas. Asimismo, el acceso permanente e inmediato a la novedad ha fomentado en un gran número de personas la adicción al bullicio, a la recompensa y al entretenimiento constante, al grado que cada vez son menos las personas que pueden pasar un par de horas sin echar un vistazo a su móvil.
Pascal señaló: “Toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación”. Y aun cuando, en la actualidad, son muchos los que pasan horas encerrados en su habitación, la gran mayoría está muy lejos de buscar el reposo al que se refiere Pascal, pues están con el móvil en la mano, la mirada fija en la pantalla y la mente aturdida por una cantidad ingente de notificaciones, imágenes y vídeos, en el mejor de los casos superficiales y, no pocas veces, francamente inmorales. El reposo en silencio, que permite la introspección (esa mirada al interior de nosotros mismos), es el gran ausente en una mayoría que parece temer quedarse a solas consigo misma.
Creemos tenerlo todo y la realidad es que cada vez nos contentamos con menos, pues promovemos lo fácil, lo superficial y lo inmediato. Nuestra búsqueda constante y frenética de distracciones y placeres está afectando gravemente a nuestra capacidad de contemplar y gozar aun de las cosas más bellas. Por ello, muchas personas, ante un magnífico paisaje o una excelente obra de arte, lo que buscan es obtener el selfi perfecto, sin detenerse siquiera un momento a contemplar la belleza que tienen delante. Pues nuestra sociedad ha sustituido la búsqueda del bien, la verdad y la belleza por la gratificación inmediata, la autoafirmación y el entretenimiento; todo lo cual nos ha dejado con una sensación de insatisfacción permanente.
Bien lo señaló Pasolini cuando lamentaba que su “arcaico [PDF]" pero amado mundo había, desgraciadamente, desaparecido: “Un mundo represivo es más justo, mejor, que un mundo tolerante, dado que en medio de la represión surgen las grandes tragedias, brotan la santidad y el heroísmo” (Panorama, 8 de marzo de 1973; Escritos corsarios, 1975).
Así es, el esfuerzo, el sacrificio y hasta el sufrimiento son necesarios para templar el espíritu y engrandecer el alma. Por el contrario, el tan cacareado “bienestar” que ha favorecido la cultura de la inmediatez, ha producido una sociedad hedonista, infantil y fácilmente manipulable, pues depende de estímulos constantes que el sistema imperante otorga a manos llenas. Basta con ver cómo los almacenes, centros comerciales y la publicidad en general aún no retiran lo relacionado con una determinada celebración o temporada cuando ya están anunciando la siguiente. Ya que nuestra sociedad, en su agitada búsqueda de lo superfluo y lo inmediato, ha secularizado y deformado aun las celebraciones más sagradas e importantes.
De ahí que se empiece a celebrar la “temporada navideña” aun antes del Adviento, cuyas piadosas y austeras prácticas (tendientes a prepararnos para la Navidad) han sido sustituidas por fiestas superficiales y compras frenéticas.
Sin embargo, nuestra cultura de la inmediatez no nos ha traído la felicidad tan anhelada. Al contrario, somos una sociedad que presenta altos niveles de frustración, ansiedad, angustia y depresión.
Por ello, hoy en día es muy necesario rescatar el olvidado tiempo litúrgico del Adviento que, con sus piadosas y sencillas prácticas, enseña a nuestro mundo, tan impaciente como hedonista, la olvidada virtud de la paciencia y a prepararnos, mediante la penitencia, las obras de caridad y la oración, a celebrar el gozo inefable y la gran esperanza que produce el anuncio: “Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo que tiene sobre los hombros la soberanía, y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz” (Isaías 9, 6).
Concluyo con unos pensamientos de San Anselmo: "[Adviento], tiempo de dejar, al menos por un rato, nuestras ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes y las inquietudes trabajosas. Dedica un rato a Dios y descansa siquiera un momento en Su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto a Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: 'Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro'. Y ahora, mi Señor y mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. (...) Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré".