El ilustrado Agustín de Betancourt y la fe católica
Una vez más se nos ofrece la posibilidad de recordar la perenne conciliación de la ciencia con la fe católica en un personaje concreto cual es el canario Agustín de Betancourt (1758-1824). Su vida y logros son innumerables, y para hacerse una sucinta idea nada mejor que acudir al Diccionario Biográfico español de la Real Academia de Historia.
Lo de nacer en el Puerto de la Cruz ya fue algo premonitorio, de algún modo, en su vida. Vaya por delante -en el mismo sentido- que la Ilustración española fue capitaneada por la Iglesia católica, su desarrolladora y mecenas, bien a través de instituciones, bien, sobre todo, a través de personas concretas. En Francia, durante la Ilustración, se empeñaron en guillotinar a gente -murieron, sobre todo, proletarios y obreros- y en realizar masacres como las de La Vendée, mientras que en España Betancourt y otros muchos demostraron que no hacía falta eso para mejorar.
Agustín de Betancourt inventó e instaló en España el telégrafo óptico, que permitía enviar un mensaje de Madrid a los Pirineos en aproximadamente seis horas, cuando un jinete podía tardar tres días en llegar. Un avance importante en las comunicaciones, implantado por un científico católico.
Betancourt comenzaba sus cartas con la Cruz. Se formó con una esmeradísima educación católica.
Fue varias veces pensionado para realizar estudios en Inglaterra y también en París, donde convivió con los inicios de la Revolución Francesa, cuyos excesos acabó condenando.
Contrajo matrimonio católico con Ana Jourdain. Se incorporó a la Orden de Santiago, rigurosa en cuanto a la admisión de caballeros en lo tocante a su fe y religiosidad. Su religiosidad católica la atestigua también su descendiente Juan Carlos Cullen Salazar, depositario de un importante archivo personal de Betancourt que no permite afirmar nada en contra de su catolicidad, sino todo lo contrario.
En España, Betancourt desempeñó el cargo de intendente de Provincia y de Ejército, consejero de Hacienda, comisario de Caminos, inspector general de Caminos, etc. En ese cargo erigió la primera Escuela de Ingenieros de Caminos y Canales de España, instalada en el Palacio del Buen Retiro. Fue director del Real Gabinete de Máquinas.
Betancourt murió en Rusia, sirviendo al zar Alejandro I, que le nombró inspector del Instituto del Cuerpo de Ingenieros y director del Departamento de Vías de Comunicación, cargos que alternó con la dirección académica del Instituto de Ingenieros y con obras públicas como la construcción del puente sobre el Málaya Nevka, la modernización de la fábrica de armas de Tula, la fábrica de cañones de Kazán, los andamiajes para la catedral de San Isaac o la columna de Alejandro I, el canal Betancourt de San Petersburgo, la catedral de la Transfiguración de Nizhni Nóvgorod, la fábrica de papel moneda, el picadero de Moscú, la navegación a vapor en el río Volga, sistemas de abastecimiento de aguas, ferrocarriles y otras tantas magníficamente recogidas en Wikipedia.
Nada de su catolicismo se ha recordado en este año del bicentenario de Betancourt, y a buen seguro que tampoco se hará en la Residencia de Estudiantes, donde impera un discurso laicista y ateo sobre la historia de la ciencia que, por incompleto, no puede ser calificado más que de pseudocientífico.
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