Milagros en amputaciones
Una vez examinado todo, nosotros decimos, pronunciamos y declaramos que Miguel Juan Pellicer, habitante de Calanda, de quien se ha ocupado el presente proceso, ha recuperado milagrosamente la pierna derecha que le había sido amputada.
por Vittorio Messori
Auguste Vallet, célebre médico y célebre investigador del enigma pirenaico asegura: «La medicina no conoce ninguna enfermedad que en Lourdes, por lo menos una vez, no haya encontrado una curación inexplicable y bien comprobada». Ya: pero, ¿las piernas amputadas? ¿Los brazos cortados? ¿Las extremidades reducidas a muñones por nacimientos deformes o por enfermedades o acontecimientos traumáticos? «En la gruta hay muchísimas muletas, ninguna pierna de madera». Así decía Émile Zola. Y, con él, otros muchos, antes y después. ¿Por qué nunca se ha registrado en Lourdes, preguntaba un médico, el «crecimiento aunque sea sólo de una pierna amputada, prodigio nunca ocurrido y que, sin embargo, sería decisivo?». Henos aquí para buscar – desde una perspectiva de fe pero, también, de historia – una posible respuesta. En primer lugar: dejando, de momento, Lourdes y mirando al conjunto de la historia católica, no es verdad que nunca se haya verificado un reconocimiento eclesial oficial de «hecho milagroso» -obtenido por intervención explícita de la Virgen – y referido a una extremidad que haya vuelto a crecer. Al menos una vez (según nuestro conocimiento: por tanto, no excluimos otros casos) este reconocimiento lo dio el arzobispo de Zaragoza; y de forma especialmente solemne, tras un proceso digno de los métodos críticos modernos. En efecto, el 27 de abril de 1641, el alto prelado de esta ciudad española (tan querida para todos los ibéricos y, también, para los hispanoamericanos por el gran santuario de la Virgen del Pilar) proclamaba un decreto oficial en latín cuyas líneas finales suenan, traducidas, así: «Una vez examinado todo, nosotros decimos, pronunciamos y declaramos que Miguel Juan Pellicer, habitante de Calanda, de quien se ha ocupado el presente proceso, ha recuperado milagrosamente la pierna derecha que le había sido amputada. Esta restitución no puede ocurrir naturalmente, sino que ha ocurrido de forma admirable y milagrosa (mirabiliter et miracolose) y debe registrarse como un milagro, puesto que concurre todo lo que – según el derecho – corresponde a la esencia de un auténtico prodigio. Por tanto, reconocemos el hecho presente como un milagro y lo autorizamos; y, así, nosotros decimos…». Se equivocaría totalmente quien meneara la cabeza, pensando a una especie de delirio o de ilusión supersticiosa a encuadrar dentro del «fanatismo español del siglo XVI». Se equivocaría porque pocos hechos, en la historia, han sido comprobados con la precisión y seguridad de lo que fue conocido como el Gran Milagro de Calanda: una pierna amputada por debajo de la rodilla y, en una noche, recrecida. O, mejor, «reimplantada», puesto que se constató que al muñón del joven Miguel Juan Pellicer se le añadieron instantáneamente la parte inferior de la pierna en cuestión y el pie, ambos sepultados en el cementerio del hospital de Zaragoza, casi tres años antes del milagro. Es realmente extraordinario que, prácticamente, se haya perdido memoria, incluso en la Iglesia, de un prodigio atestado irrefutablemente, con todas las garantías. Yo mismo, que investigo en este mundo, tuve noticia tardía sólo de un dossier publicado en 1959 y editado de nuevo en 1977 (tras rigurosas indagaciones en los archivos y lugares) por el abbé André Deroo, no por casualidad, historiador y apologista muy conocido de los hechos de Lourdes. Y decimos «no por casualidad» porque son especialmente estrechos los lazos entre el gran santuario de la Virgen del Pilar (por intercesión de la cual el joven de Calanda fue protagonista del clamoroso milagro) y el igualmente grande – aunque bastante más joven – santuario de los Pirineos. Partiendo de la petición de don Deroo, después de repetidas visitas a España, tuve que rendirme a la evidencia: tomar en serio la verdad de aquel hecho no significaba entrar en las filas de los crédulos, ingenuos y visionarios. Esto lo he intentado documentar en un libro (Il Miracolo, Rizzoli Bur) que, habiendo tenido gran difusión y traducciones a algunas lenguas, ha determinado el renacimiento de una peregrinación hacia la remota Calanda.
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