¿Renace la Acción Católica parroquial?
Algún detalle de sus estatutos me producen inquietud. Por ejemplo al definirse como «un Movimiento de ámbito estatal». Esta es una expresión acuñada por las organizaciones comunistas de la más variada especie.
Del 30 de julio al 2 de agosto se celebró de Cheste (Valencia) la asamblea constituyente (y no «Constitucional» como han dejado dicho en las páginas de Internet) de la Acción Católica General, con asistencia de 600 «militantes» de 46 diócesis y presencia de numerosos prelados, entre ellos los arzobispos de Valencia y Zaragoza, el emérito de esta última archidiócesis y el ordinario de Ciudad Rodrigo, don Atilano Rodríguez, consiliario de la Acción Católica Española. Hasta aquí la noticia escueta, que a mí, personalmente, me llena de esperanza y de nostalgia, porque todo lo que soy en el sentido religioso, se lo debo enteramente a la Acción Católica, en particular a la Juventud de A.C., donde desarrollé y fortalecí mi fe, contra la que no han podido los numerosos avatares adversos en los que me he visto metido. La Acción Católica, creada por Pío XI en 1922 como una asociación de apostolado seglar por lo general de carácter parroquial y dependencia jerárquica, es decir, sujeta a los pastores diocesanos, adquirió gran fuerza en los países europeos y americanos, no sé si también en otros continentes, proporcionando a las iglesias locales y al mundo civil de sus respectivos ámbitos, gran número de seglares de profundas convicciones religiosas y a veces de comportamientos heroicos y martiriales, como en España durante la guerra civil. Aquí la genial idea del papa Ratti, prendió pronto y con vigor merced al empeño que pusieron en ello la generalidad de los obispos y sus párrocos, aparte del apoyo decisivo que prestó la ACNdeP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas) de don Ángel Herrera y el padre Ayala, facilitando numerosos dirigentes tanto de ámbito nacional como diocesano. Cierto que hoy nos resultan un tanto rancias y desfasadas las imágenes de aquellos primeros tiempos y aún de los que siguieron a la guerra civil, con el despliegue de banderas y profusión de insignias de diversos colores, según la rama a la que perteneciera los respectivos miembros: blanco los aspirantes, verde esperanza los jóvenes, azul pureza las «jóvenas», rojo martirio o fortaleza, los hombres, y dorado de generosidad y entrega a la familia, las mujeres. Su lema era «piedad, estudio, acción», aunque eso de la acción no estaba claro en qué consistía. Con frecuencia, simplemente en hacer cosas: excursiones, teatro de la Galería Salesiana, montar centros recreativos abiertos a todo el mundo para atraer al personal, organizar equipos deportivos y, en cierta época, promover cursillos de cristiandad, nacidos en la JAC de Mallorca. Aquella A.C. pecaba de reglamentista y cierta rigidez organizativa, que el canónigo de Zaragoza, don Francisco Izquierdo, se encargó de «formatear »en un voluminoso manual, guía del funcionamiento interno de los centros y de la estructura diocesana y nacional. Pero la cosa marchaba y era una de las cuatro patas en que se apoyó el vigor apostólico parroquial de toda una época. Las otras tres las constituían la catequesis de niños, especialmente de primera comunión, la acción caritativa de las damas de San Vicente de Paul o de Cáritas, y la religiosidad popular, con sus grandes solemnidades y procesiones de participación masiva. Las órdenes y congregaciones religiosas no se implicaron mucho en la tarea. Seguramente temieron la pérdida de clientela por la competencia que suponía la actividad parroquial del clero secular. Los poderosos jesuitas, por ejemplo, se echaron a un lado y siguieron con sus congregaciones marianas, que al final del ciclo se transformaron en nidos de comunistas o socialistas masones. Dicha estructura se mostró obsoleta hacia los años sesenta. El fraccionamiento de la A.C. general en numerosos movimientos especializados debilitaron mucho su cohesión y fortaleza. Sólo de la rama juvenil masculina (JAC) surgieron las siguientes hijuelas: JOC (obrera), JEC (estudiantil), JARC (rural), JIC (independiente), etc., con sus revistitas y boletines propios, en un verdadero minifundio disperso de eficacia apostólica cada vez menor y más reducida. La gran desbandada que provocó el Concilio, por la mala interpretación que muchos curas, frailes, religiosos y religiosas hicieron de él, asestó la puntilla final. En 1967 sobrevino la crisis total con la disolución de la UNAS (Unión Nacional de Apostolado Seglar), muy politizada, por parte de la jerarquía o el grupo de obispos que entonces ejercían mayor poder en el episcopado (D. Casimiro Morcillo, D. José Guerra Campos, D. Pedro Cantero Cuadrado, etc.) más adictos al régimen de Franco, ya en proceso lento de extinción. No sé el rumbo que tomará la nueva Acción Católica General, ni la implantación territorial que tiene ni el apoyo del episcopado con que cuenta, por consiguiente ignoro, obviamente, el futuro que le espera, aunque se lo deseo plenamente exitoso para bien de la Iglesia y del catolicismo español, en momentos tan complicados como los presentes. Sin embargo, algún detalle de sus estatutos me producen inquietud. Por ejemplo al definirse como «un Movimiento de ámbito estatal». Esta es una expresión acuñada por las organizaciones comunistas de la más variada especie, cuando se refieren al espacio nacional, cuyo calificativo lo reservan exclusivamente a los territorios nacionalistas de este desdichado país, que ya son casi todos. ¿Ello significa que la ACG también está en el proyecto de trocear España, o se han metido dentro submarinos que trabajan para otros, como ya hicieron en épocas anteriores, o simplemente los dirigentes de la nueva A.C. desconocen el valor de las palabras y su significado real? ¿O están contaminados por la jerga destructora que usan los enemigos interiores de «este país»? ¿Desde cuando un movimiento apostólico, eclesial, puede ser estatal, o sea, dependiente del Estado? ¿Quiénes les han colado ese gol?
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