La sexualidad humana
La sexualidad humana, con todo lo que conlleva, es lo que hace ser, actuar y comportarse al varón como varón y a la mujer como mujer, siendo masculinidad y feminidad dos realidades complementarias.
por Pedro Trevijano
La sexualidad humana es una realidad compleja. Pertenecemos a una especie biológica sexuada, y es esa pertenencia biológica a la especie humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, y, por tanto, esencialmente superior a cualquier otro animal (cf. Gén 1, 26), la que nos constituye como personas, es decir, individuos poseedores de una dignidad y unos derechos inalienables e irrenunciables, por lo que no se nos debe tratar como simples objetos o medios. Somos seres con un cuerpo sexuado desde antes de nacer hasta el último momento de nuestra existencia, estando toda nuestra vida e identidad sexual teñida por el hecho de ser varones o mujeres y sólo podemos ser lo uno o lo otro. La dignidad personal no admite excepciones, por lo que la reconocemos también en los no nacidos, o nacidos con deficiencias notables, o enfermos que suponen para los suyos cargas notables, o deficientes mentales, o ancianos incapaces ya de valerse por sí mismos. «La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otros» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2332). Por supuesto, hay en ella el impulso biológico a la conservación de la especie, pero humanizado por la razón y el amor. Tiene, por tanto, relación con el amor, el matrimonio y la procreación. Está constituida por elementos fisiológicos, como los órganos genitales y otros elementos corporales, psicológicos, de tipo pulsional, afectivo e interactivo, espirituales, como los que hacen referencia a aspectos culturales, de voluntad o de tipo religioso, pues es algo bueno creado por Dios y confiado a la libertad responsable del ser humano. Atrae al hombre hacia la mujer y viceversa, superando lo puramente biológico para convertirse en algo psíquico e interpersonal. Por tanto, no es sólo instinto, sino abarca a toda la personalidad y su dinámica de relación. Pero su unidad no es un fruto espontáneo, sino una integración laboriosa y problemática dificultada por el pecado. La sexualidad humana, con todo lo que conlleva, es lo que hace ser, actuar y comportarse al varón como varón y a la mujer como mujer, siendo masculinidad y feminidad dos realidades complementarias. Es una riqueza y una característica esencial de la persona y desvela su identidad personal, un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor, un elemento de la personalidad necesario para la madurez personal. La sexualidad está modelada también por la cultura, que se adquiere a través de la educación familiar y del entorno social, cultura que nos transmite unos valores y pautas de comportamiento que vamos interiorizando y haciendo nuestros. Cuestiones tales como la adquisición de la propia identidad y de la autoestima, el aprendizaje de modos satisfactorios de socialización y comunicación, la confianza en uno mismo y en los demás, la salud personal y social tienen mucho que ver con la adecuada integración de la sexualidad en la personalidad. Supone una exaltación del cuerpo, una manera de estar en el mundo, una fuerza que es la fuente de un poderoso impulso de deseo y placer, de erotismo en suma, pero que puede y debe también educarse y convertirse en lugar de reconocimiento del otro, de encuentro y de amor, es decir en una causa de humanización, hasta el punto de que una sexualidad desligada del amor es una sexualidad gravemente mutilada, porque el ser humano es sexualidad y amor, y, si los separamos, esa sexualidad así vivida es un caos moral y antropológico, causa de perturbaciones afectivas y psíquicas e incluso puede llegar a ser una fuente de maldad y brutalidad. Pero, además de separar la sexualidad del amor, muchos en nuestra sociedad también la han separado del matrimonio, así como de la procreación e incluso están recorriendo el camino inverso de procreación sin sexualidad, intentando manipular al ser humano como se hace con cualquier otra cosa, es decir llegar a que sea un simple producto planificado, introduciéndole en la vida en virtud de un proceso artificial. Pero no podemos resignarnos a esta concepción, porque somos mucho más que meros individuos solitarios, pues tenemos una dignidad y estamos hechos para amar y el amor es nuestra necesidad más profunda, la fuente máxima de alegrías y tristezas, lo que supone entrega y generosidad, da sentido a nuestra vida, y nos permite realizarnos como personas, porque es el valor supremo, lo que configura la conducta personal e introduce un desarrollo hacia la madurez en la vida del sujeto, hasta el punto de que, a lo largo de toda la Historia, los hombres y las mujeres se han esforzado sin cesar por amar y ser amados y muchos de ellos han logrado así dar pleno sentido a su existencia.
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