Miércoles, 04 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Conflicto y esperanza en la universidad de Notre Dame


La cuestión en juego en el conflicto respecto al aborto, en Estados Unidos y en otros lugares, es sobre cuál es la noción de conciencia la que prevalecerá: ¿la conciencia como voluntad de Dios o como voluntad propia? La esperanza que sostiene a los que están formados en la tradición de la sabiduría católica es la esperanza escrita en la misma medalla «Laetare», que el juez Nooan ha citado como conclusión de su discurso: «Magna est Veritas et praevalebit», grande es la Verdad y prevalecerá.

por Robert Imbelli

La ceremonia de este año para el otorgamiento de las licenciaturas en la universidad de Notre Dame, en Indiana, ha sido una de las más controvertidas en la ilustre historia de esta prestigiosa universidad católica. El motivo ha sido la invitación al nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para pronunciar un discurso a los graduados y para recibir el Doctorado «honoris causa» en Derecho. Lo que provocó una explosión de críticas ha sido, en particular, el otorgamiento de un título honorífico a un presidente cuyas políticas sostienen el derecho al aborto y promueven la investigación sobre células estaminales extraídas de embriones. Con un desaprobación pública que no tiene precedentes, más de setenta obispos de Estados Unidos han criticado severamente a Notre Dame por haber violado los lineamientos de la conferencia episcopal respecto al otorgamiento de títulos honoríficos a quienes se oponen a la enseñanza católica sobre puntos fundamentales. El obispo de la diócesis en la que está asentada Notre Dame ha boicoteado la ceremonia en señal de protesta. Además, Mary Ann Glendon, ex embajadora en la Santa Sede y docente de Derecho en la Universidad de Harvard, que había sido designada para recibir la medalla «Laetare», el más alto reconocimiento de Notre Dame, ha rechazado el premio, a causa de la desobediencia de Notre Dame a la directiva de los obispos. La polémica explotó semanas antes de la ceremonia, lo cual ha hecho que recibiese una amplia cobertura en los medios de comunicación, tanto laicos como religiosos. La discusión ha continuado ininterrumpidamente desde entonces en sitios católicos, diarios y revistas. Aquí ofrezco algunas reflexiones, suscitadas tanto por el discurso del presidente como por el discurso para la medalla «Laetare» pronunciado por el magistrado John Noonan, juez de la Corte de Apelaciones de Estados Unidos, ex profesor de Derecho en Notre Dame y distinguido autor de numerosos ensayos sobre el desarrollo de la doctrina moral católica. Como se esperaba, el presidente Obama ha pronunciado un discurso retóricamente poderoso y eficaz. Ha combinado conmovedoras referencias sobre su propia historia personal con una apasionada defensa de la civilización y del diálogo, especialmente cuando los ciudadanos adhieren a diferentes credos y posiciones. Ha visto en esto un requisito previo para un intercambio constructivo en una democracia y para establecer un «terreno común». Ha puesto en guardia en particular contra la tentación de demonizar a aquéllos con quienes estamos en desacuerdo. Obama dijo que, cuando él era un joven organizador comunitario en Chicago, se había inspirado en el desaparecido cardenal Joseph Bernardin, a quien definió como «un hombre gentil, bueno y sabio». También mencionó cuán impresionado había quedado por el hecho que las Iglesias cristianas en el área de Chicago trabajaban juntas al servicio de los necesitados, pobres y marginados. Fue el testimonio de estas Iglesias lo que lo llevó a convertirse en miembro de la Iglesia en una de las parroquias protestantes. También los que han criticado la invitación de Notre Dame al presidente y su discurso reconocen que él llevó a cabo algunos gestos orientados a las cuestiones que preocupan a sus críticos. Habló de un esfuerzo común para reducir el número de abortos, para promover la adopción de neonatos y para proteger la objeción de conciencia de médicos y enfermeros contrarios al aborto. Estos serían pasos significativos, si se hicieran realidad. Pero los críticos insisten en el hecho que la llamada del presidente al diálogo, si bien estratégicamente sagaz, sirve para camuflar cuestiones de importancia considerable. Para ellos, su llamado a la discusión civil enmascara un inflexible apoyo al derecho al aborto, que golpea el derecho a la vida de las más vulnerables de las creaturas de Dios. Y es claro que la exhortación a proseguir el diálogo puede ser un recurso fácil, cuando en definitiva el poder de decidir y de poner en ejecución reside exclusivamente en las manos de quien lanza el llamado, el único que detenta el impresionante poder de la presidencia. En consecuencia, en este aparente estancamiento ¿dónde asoma la esperanza? Quisiera llamar la atención sobre tres elementos del discurso del presidente, que hasta ahora han sido poco comentados. Ante todo, él no ha dicho solamente que, gracias al testimonio de cristianos socialmente comprometidos, se convirtió en miembro de una Iglesia. Ha dicho algo más digno para destacar: que gracias a su testimonio «él ha sido llevado a Cristo». Naturalmente, ir a Cristo conlleva a consecuencias morales, pero lleva también más allá de la moralidad, a un nuevo orden de relaciones y a una conversión continua. Segundo: ¿es a la luz de este ir a Cristo que el presidente Obama ha podido hablar, en modo casi agustiniano, de «pecado original»? No recuerdo haber escuchar salir el concepto de pecado original de la boca de un anterior presidente americano, por cierto, no con la fuerza y convicción que Obama ha mostrado. Él ha hablado de «nuestro egoísmo, nuestra altivez, nuestra obstinación, nuestra pretensión de poseer, nuestras inseguridades, nuestro ego». Estas cosas nos afectan a todos, oscurecen nuestro intelecto y disminuyen nuestro amor. Por último, el presidente Obama ha recordado la «ley que une a los pueblos de todas las confesiones de fe con los que no profesan ninguna fe… Esa ley es ciertamente la regla de oro: el llamado a tratar al otro tal como queremos ser tratados: el llamado al amor y el llamado a servir». Aunque no ha utilizado el término, es lo que dice la tradición católica cuando habla de la ley natural escrita por su Creador en los corazones de los hombres. En consecuencia, si en un primer nivel el presidente ha mostrado que se concentraba primariamente sobre un diálogo respetuoso y sobre «palabras bien dispuestas», en un nivel más profundo ha parecido estar a la búsqueda de principios unificadores que, quizás, puedan estar en desacuerdo con sus posiciones prefijadas. En efecto, estos principios, si recibieran plena libertad de acción, podrían también llevar al presidente – no sin costos personales – a reconsiderar algunas de las prácticas que actualmente apoya. En un generoso tributo de homenaje, el presidente Obama ha definido a Notre Dame como «un faro que se eleva aparte, iluminando con la sabiduría de la tradición católica». Un fino representante de esta sabiduría católica es el juez John Noonan, que ha pronunciado el discurso «Laetare» en lugar de la embajadora Glendon. Molesta que su equilibrado discurso no haya recibido casi ninguna mención en las crónicas de los medios de comunicación, obsesionados por las celebridades y las polémicas. Pero sus observaciones, concisas y respetuosas además de agudas, merecen una atención pormenorizada. La suya ha sido una voz mesurada y amable, como el susurrar de la conciencia. El juez Noonan ha hecho referencia al desarrollo de la sensibilidad moral humana, que ha llevado al mundo civilizado a denunciar el genocidio, la tortura y la esclavitud como males morales injustificables. Sin embargo, él ha puesto en claro que esta claridad moral ha emanado a partir de siglos de conflictos, de experiencias y de dolorosas intuiciones y «por la luz irradiada por el Evangelio». Ha insistido sobre el hecho que, si bien la «conciencia» se ha de respetar siempre y jamás se la debe coaccionar, no toda conciencia está moralmente informada por igual sobre lo moral ni tampoco procede rectamente. Significativamente, Noonan ha elegido un ejemplo sorprendente para ilustrar su tesis: la disputa entre el presidente Abraham Lincoln y el ex esclavo Frederik Douglass. Fueron la claridad moral y las convicciones de Douglas las que ayudaron a guiar la visión moral de Lincoln, al punto de hacer surgir la «Proclama de emancipación», que dio la libertad a los esclavos en los Estados secesionistas. La implicancia, planteada sutil pero inequívocamente, es que también el presidente Obama, al igual que Lincoln (tan venerado por él), puede alcanzar una mayor claridad respecto a la apremiante cuestión moral del aborto. Una posterior dimensión del discurso del juez Noonan, dejada de lado también por quien se había tomado la molestia de ir y de escucharlo, ha sido el tácito recuerdo de John Henry Newman. En un pasaje que hace eco a Newman, tanto en el contenido sustancial como en la terminología, Noonan dijo: «Con la conciencia, comprendemos lo que Dios pide de nosotros… Esta guía misteriosa, impalpable, imprescriptible, indestructible e indispensable gobierna nuestra vida moral». Tanto para Newman como para Noonan, la conciencia no es un impulso atávico, no es un impulso emotivo, no es una creatura del hombre, sino que es la voz de Dios. Es una conciencia así entendida la que, en las deslumbrantes palabras de Newman, es «el vicario aborigen de Cristo». Como Newman expresó en su célebre carta al duque de Norfolk: «La conciencia tiene derechos, porque tiene deberes; pero en esta época, para una gran cantidad de gente, el derecho y la libertad de conciencia son justamente lo que hace caso omiso de la conciencia, ignoran al Legislador y Juez, se independizan de las obligaciones inadvertidas». La cuestión en juego en el conflicto respecto al aborto, en Estados Unidos y en otros lugares, es sobre cuál es la noción de conciencia la que prevalecerá: ¿la conciencia como voluntad de Dios o como voluntad propia? La esperanza que sostiene a los que están formados en la tradición de la sabiduría católica es la esperanza escrita en la misma medalla «Laetare», que el juez Nooan ha citado como conclusión de su discurso: «Magna est Veritas et praevalebit», grande es la Verdad y prevalecerá. Pero hay una esperanza ulterior, casi imperceptiblemente trenzada en el tejido de las togas académicas de Notre Dame, inclusive en la utilizada por el presidente Obama al recibir su licenciatura honorífica. Tres palabras latinas: Vita, Dulcedo, Spes [Vida, Dulzura, Esperanza]. Naturalmente, están tomadas de esa antigua oración a la Virgen que es la «Salve Regina». María es vida, dulzura y esperanza. Y estas tres realidades se han encarnado en el fruto de su vientre y del vientre de toda madre: «benedictum fructum ventris» [bendito el fruto de tu vientre]. Que la Madre de Dios, Sede de la Sabiduría, pueda guiar e inspirar a su Universidad, de tal forma que la Verdad del Evangelio pueda prevalecer verdaderamente.
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