La Iglesia en España, ¿una llama que vacila?
Si la Iglesia, junto con las congregaciones religiosas, especialmente las dedicadas a la enseñanza, no hacen un esfuerzo nuevo y distinto, que no se más de lo mismo, los resultados, a no ser que Dios decida otra cosa, conducen a una Iglesia que se vacía; no porque se vayan, sino porque se mueren y entran pocos
La sociedad española es plural, no laica, esto es una evidencia que solo la ceguera ideológica de quienes proclaman la exclusión de la experiencia religiosa de la vida pública les impide ver.
En este contexto plural, los católicos son con diferencia el grupo social más numeroso, y esta es otra evidencia.
Pero sería imprudente quedarnos ahí porque entonces no encontraríamos explicación para muchos hechos, como que los matrimonios laicos superen a los religiosos, que cada vez se case menos gente, o que comunidades autónomas, donde las cofradías y las prácticas religiosas populares tienen una fuerza inmensa, sean gobernadas de siempre por fuerzas políticas que legislan en un sentido inasumible para la Iglesia o fuerzan la discriminación de los padres a elegir la educación moral y religiosa de sus hijos, sin que todo esto tenga un coste electoral.
Para profundizar en la realidad religiosa española hay que considerar dos tipos de datos, el que diferencia a los católicos según la intensidad de su vínculo con la Iglesia, y la evolución a lo largo del tiempo. En el primer caso, el conjunto realmente significativo es el de los católicos practicantes, que podemos medir en una aproximación razonable como aquellos que acuden a la Eucaristía con cierta regularidad, alguna vez al mes como mínimo.
Un segundo grupo es el que solo la frecuenta en ocasiones muy señaladas, como la Misa del Gallo, o la de la noche pascual. El tercero es el que no va nunca. Este último colectivo, numeroso, tiene juicios y comportamientos semejantes a los indiferentes. En resumen, el fundamento humano de la Iglesia radica en los católicos practicantes y un entorno social de fronteras vagas que mantiene un anclaje en la fe o en la cultura cristiana. El primer grupo permite que funcione, el segundo hace que no se convierta en un reducto. Todo esto es lógicamente matizable pero, dicho por lo breve, creo que es exacto.
Pues bien, estos dos grupos se están reduciendo de manera acelerada, y no se trata de ninguna defección en masa, sino de algo más vegetativo, inercial, y por esta razón más peligroso, porque no existe una conciencia suficientemente extendida e interiorizada de la causa.
Esta caída continuada de la práctica y de los que se consideran católicos responde a un único motivo, en lo fundamental, quiero decir en aquello que causa el estrago. Se trata de la edad. La causa es la sustitución demográfica.
La población mayor de 50 años contiene un porcentaje muy superior de católicos que los menores de esta edad. Hay un salto muy importante entre aquella edad y los 24 años, y todavía otro importante para los menores de 24. Lo que sucede es que mueren personas de edad cuyo porcentaje de católicos es muy elevado, y entran en el censo base de las encuestas habituales jóvenes con niveles mucho más pequeños de religiosidad (18 años). Resultado, la media de católicos se reduce sin cesar.
Creo que harían bien los responsables a quienes corresponda tal tarea disponer de un tipo de estudio relativamente sencillo. Por una parte, una serie suficientemente larga y fiable (para el conjunto de España los datos del CIS) de la autodefinición religiosa de la población por grupos de edad; por otra parte, una prospectiva demográfica también por edades (como las del INE).
Si proyectan unos datos sobre otros constatarán y se sorprenderán de los malos resultados para el 2020, y no digamos más allá. Esto en términos solo humanos, porque nadie le dicta al Espíritu Santo cómo y cuándo insufla la fe, sin olvidar aquello tan conocido de “a Dios rogando y con el mazo dando”.
En el año 2007 les presenté a los obispos de la Tarraconense un informe sobre Cataluña basado en la metodología que he comentado, y esta semana, que he tenido ocasión de volverlo a estudiar con datos recientes y anuales hasta el 2013, hasta yo mismo me he sorprendido de cómo lo sucedido se ajusta a lo previsto hace siete años.
Si la Iglesia, junto con las congregaciones religiosas, especialmente las dedicadas a la enseñanza, no hacen un esfuerzo nuevo y distinto, que no se más de lo mismo, los resultados, a no ser que Dios decida otra cosa, conducen a una Iglesia que se vacía; no porque se vayan, sino porque se mueren y entran pocos.
La clave está situada en el periodo que se sitúa entre la Primera Comunión y la Confirmación, y el punto crucial entre los 13 y 15 años, como orientación cuantitativa.
Todo lo que incida directamente (parroquia, escuela, escultismo y en general intervención en el tiempo de ocio), e indirectamente, a través de las familias, es decisivo para cambiar la tendencia. Esto es tan importante, se juega tanto el futuro inmediato en ello, que si tuviera que asignar una proporción teórica de esfuerzo diría que la relación 60:40, por grande que sea, seria la adecuada.
En todo caso, lo que sí quiero apuntar con énfasis es que a una tendencia con tan fuerte inercia como la que sufrimos no se la vence con retoques, o peor todavía aferrado a la continuidad.
© Fórum Libertas
En este contexto plural, los católicos son con diferencia el grupo social más numeroso, y esta es otra evidencia.
Pero sería imprudente quedarnos ahí porque entonces no encontraríamos explicación para muchos hechos, como que los matrimonios laicos superen a los religiosos, que cada vez se case menos gente, o que comunidades autónomas, donde las cofradías y las prácticas religiosas populares tienen una fuerza inmensa, sean gobernadas de siempre por fuerzas políticas que legislan en un sentido inasumible para la Iglesia o fuerzan la discriminación de los padres a elegir la educación moral y religiosa de sus hijos, sin que todo esto tenga un coste electoral.
Para profundizar en la realidad religiosa española hay que considerar dos tipos de datos, el que diferencia a los católicos según la intensidad de su vínculo con la Iglesia, y la evolución a lo largo del tiempo. En el primer caso, el conjunto realmente significativo es el de los católicos practicantes, que podemos medir en una aproximación razonable como aquellos que acuden a la Eucaristía con cierta regularidad, alguna vez al mes como mínimo.
Un segundo grupo es el que solo la frecuenta en ocasiones muy señaladas, como la Misa del Gallo, o la de la noche pascual. El tercero es el que no va nunca. Este último colectivo, numeroso, tiene juicios y comportamientos semejantes a los indiferentes. En resumen, el fundamento humano de la Iglesia radica en los católicos practicantes y un entorno social de fronteras vagas que mantiene un anclaje en la fe o en la cultura cristiana. El primer grupo permite que funcione, el segundo hace que no se convierta en un reducto. Todo esto es lógicamente matizable pero, dicho por lo breve, creo que es exacto.
Pues bien, estos dos grupos se están reduciendo de manera acelerada, y no se trata de ninguna defección en masa, sino de algo más vegetativo, inercial, y por esta razón más peligroso, porque no existe una conciencia suficientemente extendida e interiorizada de la causa.
Esta caída continuada de la práctica y de los que se consideran católicos responde a un único motivo, en lo fundamental, quiero decir en aquello que causa el estrago. Se trata de la edad. La causa es la sustitución demográfica.
La población mayor de 50 años contiene un porcentaje muy superior de católicos que los menores de esta edad. Hay un salto muy importante entre aquella edad y los 24 años, y todavía otro importante para los menores de 24. Lo que sucede es que mueren personas de edad cuyo porcentaje de católicos es muy elevado, y entran en el censo base de las encuestas habituales jóvenes con niveles mucho más pequeños de religiosidad (18 años). Resultado, la media de católicos se reduce sin cesar.
Creo que harían bien los responsables a quienes corresponda tal tarea disponer de un tipo de estudio relativamente sencillo. Por una parte, una serie suficientemente larga y fiable (para el conjunto de España los datos del CIS) de la autodefinición religiosa de la población por grupos de edad; por otra parte, una prospectiva demográfica también por edades (como las del INE).
Si proyectan unos datos sobre otros constatarán y se sorprenderán de los malos resultados para el 2020, y no digamos más allá. Esto en términos solo humanos, porque nadie le dicta al Espíritu Santo cómo y cuándo insufla la fe, sin olvidar aquello tan conocido de “a Dios rogando y con el mazo dando”.
En el año 2007 les presenté a los obispos de la Tarraconense un informe sobre Cataluña basado en la metodología que he comentado, y esta semana, que he tenido ocasión de volverlo a estudiar con datos recientes y anuales hasta el 2013, hasta yo mismo me he sorprendido de cómo lo sucedido se ajusta a lo previsto hace siete años.
Si la Iglesia, junto con las congregaciones religiosas, especialmente las dedicadas a la enseñanza, no hacen un esfuerzo nuevo y distinto, que no se más de lo mismo, los resultados, a no ser que Dios decida otra cosa, conducen a una Iglesia que se vacía; no porque se vayan, sino porque se mueren y entran pocos.
La clave está situada en el periodo que se sitúa entre la Primera Comunión y la Confirmación, y el punto crucial entre los 13 y 15 años, como orientación cuantitativa.
Todo lo que incida directamente (parroquia, escuela, escultismo y en general intervención en el tiempo de ocio), e indirectamente, a través de las familias, es decisivo para cambiar la tendencia. Esto es tan importante, se juega tanto el futuro inmediato en ello, que si tuviera que asignar una proporción teórica de esfuerzo diría que la relación 60:40, por grande que sea, seria la adecuada.
En todo caso, lo que sí quiero apuntar con énfasis es que a una tendencia con tan fuerte inercia como la que sufrimos no se la vence con retoques, o peor todavía aferrado a la continuidad.
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