Martes, 03 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

En los Congresos Católicos y Vida Pública falta algo


No sugiero que se monte ahora un partido católico, que acaso quedaría en el andén contemplando la partida hacia el futuro del tren de la historia, pero seguro que a don Ángel se le ocurriría algo, no sé, tal vez un movimiento cívico o cosa parecida, en apoyo de candidatos con principios sólidos, aunque actuasen en formaciones más “generalistas”.

por Vicente Alejandro Guillamón

Esta semana pasada se celebró, un vez más, el Congreso Católicos y Vida Pública, que organiza desde hace diez años la ACdP (Asociación Católica de Propagandistas) y la Fundación San Pablo-CEU. De nuevo han intervenido en él personalidades eclesiásticas y civiles de muy alto nivel que, supongo, habrán expuesto análisis muy certeros sobre el mundo que vivimos, que no es, a efectos de la fe, un camino de rosas precisamente, y si las hay, tienen que ser rosas con muchas espinas, como aquella cuyo pinchazo causó la muerte al poeta checo de lengua alemana, Rainier María Rilke. En los primeros años seguí muy de cerca el desarrollo, conferencias, debates y ponencias de estos congresos, cuando los dirigía Carla Díez de Rivera, puesto que entonces un servidor era miembro inscrito, o sea, novicio, de la ACdP., y recibía todo el material, con el boletín interno incluido, que salía de la asociación. Sin embargo, un buen día, hará cosa de un par de años, recibí una carta de la secretaría del Consejo Nacional, en la que, sin mayores preámbulos ni consideraciones previas, me daban de baja de la asociación, porque había pasado mucho tiempo –lo menos ocho años digo por mi parte-, sin ascender a la condición de “propagandista activo”, es decir, de pleno derecho, aunque lo pedí en más de una ocasión y hasta busqué recomendación de algún socio veterano, como González Páramo, Enrique Andréu, Andrés Piñón, etc., pero sin ningún resultado. Ezequiel Puig Maestro-Amado, el secretario del centro de Madrid, no me consideraba apto. Cierto que no acudía mucho a los actos comunitarios, porque vivo distante de la capital, y los transportes públicos, en particular los fines de semana, no ayudan a la participación en nada más allá de las cosas del pueblo. Pero el echo de haber causado baja de la ACdP, no significa que no me interesen sus actividades, como no dejo de leer cualquier información que se refiere a las demás realidades eclesiales. Todo el que se mueve y hace algo en cualquier sentido, no deja de llamar mi atención y, generalmente, mi admiración, si mantiene su comunión con los pastores legítimos y el obispo de Roma. Por eso he seguido observando, hasta donde me ha sido posible, los congresos de los que estoy hablando, en los que vengo echando en falta que no se pase de las palabras a los hechos. Allí se han dicho siempre palabras muy elocuentes y cosas muy incitantes, pero nunca se traducen, me parece a mí, en acciones concretas. Si don Ángel Herrera viviese y todavía no se hubiese ordenado sacerdote, a estas alturas, su inmenso espíritu creador ya hubiese puesto en marcha alguna actividad que permitiera a los católicos su participación real en la vida política, a tenor de las necesidades y circunstancias actuales. En 1911 fundó, sin tener un duro, La Editorial Católica y El Debate, el periódico más moderno y técnicamente mejor hecho de la época. En España había entonces muchos diarios o semanarios católicos, dependientes, en su mayoría, de los respectivos obispados, pero tenían más aspecto de pías hojas parroquiales que de verdaderos periódicos. También existían los de carácter carlista o integrista, como El Siglo Futuro, El Correo Catalán o El Pensamiento Navarro (del que día el “liberalote” de Pío Baroja, que “si era navarro, no podía tener pensamiento, y si tenía pensamiento, no podía ser navarro”). Pero estos periódicos habían quedado desfasados, perdidos en aquella confusión de legitimismo dinástico, Iglesia anquilosada o regalista y arcaísmo ideológico. Don Ángel hizo más. A los muy pocos días de proclamarse la República en abril de 1931, reunió a sus colabores y puso en marcha rápidamente un partido católico, al que terminó llamando Acción Popular, núcleo aglutinador en torno al cual se creó la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), liderada por José María Gil Robles. Herrera Oria, con las personas valerosas que arrastró tras de sí, plantó cara al vendaval republicano-socialista que se apoderó de España, y sólo dos años y medio después del 14 de abril, ganó ampliamente las elecciones de noviembre de 1933, constituyéndose en la formación política con mayor número de diputados de todo el período republicano. Y así hubiera seguido de no haberse producido aquella especie de golpe de Estado encubierto en las fraudulentas elecciones de febrero de 1936, marcadas por la feroz violencia de las izquierda. Pues bien, ¿qué queda hoy del espíritu “herreriano”? Hermosas palabras, ciertamente, pero ¿hay algo más? No sugiero que se monte ahora un partido católico, que acaso quedaría en el andén contemplando la partida hacia el futuro del tren de la historia, pero seguro que a don Ángel se le ocurriría algo, no sé, tal vez un movimiento cívico o cosa parecida, en apoyo de candidatos con principios sólidos, aunque actuasen en formaciones más “generalistas”. Los tiempo de la República eran mucho más difíciles que los actuales, pero sería necesario que apareciese ahora un nuevo Herrera Oria, y los grandes personajes no suelen repetirse. Vicente Alejandro Guillamón P.S. No me olvido del tema de la masonería. Tengo noticias frescas muy interesantes que guardo para la semana que viene.
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