¿Renovar el aborto?
Un Congreso que se moviliza “Frente a la intolerancia y la exclusión social” no puede, coherentemente, optar por la mayor intolerancia y la más grande exclusión, que consiste en eliminar al llamado a nacer.
Leo una noticia sobre un Congreso de la Unión Progresista de Fiscales que, al parecer, se ha celebrado en Cáceres. El ministro de Justicia, en la clausura de ese evento, se ha manifiestado a favor de renovar, entre otras, la ley que regula la interrupción del embarazo. Renovar, dice el Diccionario, es “hacer como de nuevo algo, o volverlo a su primer estado”. El que renueva sustituye una cosa vieja, inservible, por otra nueva, más útil y adecuada. Yo estoy de acuerdo con el ministro: Hay que renovar la ley despenalizadora del delito de aborto en determinados supuestos. Pero disiento en lo que concierne a la dirección que debería tomar esa renovación. A mi juicio, lo viejo, lo inservible, lo caducado, es apostar por la muerte; permitiendo, empujando o consintiendo que la madre - y el padre - se hagan violencia a sí mismos matando su maternidad/paternidad y, de paso, destrozando a su hijo. Lo auténticamente nuevo sería apostar por la vida y poner las bases legales para que ese bien fundamental fuese protegido en todo caso y en toda circunstancia. Un Congreso que se moviliza “Frente a la intolerancia y la exclusión social” no puede, coherentemente, optar por la mayor intolerancia y la más grande exclusión, que consiste en eliminar al “inoportuno”; al que causa molestia; al que, llamado a nacer, a última hora se le cierra la puerta de la vida, convirtiendo lo que tendría que ser un alumbramiento en una siniestra guillotina. El Congreso ha premiado a un sacerdote por su labor en pro de los desfavorecidos. Es de esperar que, entre estos desfavorecidos, estén también los niños que terminan en las cubetas, la carne de cañería, los desperdicios quirúrgicos que a los que se les quiere privar hasta de la consideración de restos humanos. Los Fiscales (que se vacunan de todo vituperio autocalificándose de progresistas) invocan el derecho de las mujeres a decidir. Que decidan. Sobre ellas mismas. No sobre sus hijos. Y que no enarbolen, esos Fiscales, el estandarte del “Estado laico”. Si un “Estado laico” fuese, necesariamente, aquel que pasase por encima del derecho a la vida, la consecuencia que se impondría es que esa “laicidad” sería perversa e idolátrica. Ya se sabe, cuando no se quiere reconocer a Dios, otras cosas, que no son Dios – el egoísmo, la comodidad, el dinero – , ocupan su papel. Paradójicamente, los Fiscales dicen defender la “normalización de las personas con discapacidad”. No se compagina esta defensa con el sostenimiento de un ley de la interrupción del embarazo que “normaliza” lo contrario: la muerte de un niño en camino con la única “culpa” de ser sospechoso de una hipotética incapacidad. En fin, junto a algunas cosas buenas, pocas, muchas otras negativas. Y eso que los Fiscales, en teoría, representan el interés público. Como para preocuparse. Guillermo Juan Morado
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