Tras las pisadas de Cristo (VI)
Cambiar nuestro camino para seguir sus pisadas
Sigamos reflexionando sobre las pisadas que Cristo ha dejado marcadas para que le sigamos. Una de las pisadas que olvidamos es la que nos señala que Cristo es Rey. ¿Rey de qué? No se trata de un reinado político, social, cultural o estético, como se suele reclamar con frecuencia. A Cristo tenemos que adorarle en nosotros mismos, que somos templo del Espíritu Santo. Cristo es la piedra angular que sostiene nuestra vida. Cristo debería ser el Rey de nuestro ser. San Agustín nos recuerda la adoración de los Magos de Oriente y el comportamiento de los mismos tras el encuentro con Cristo:
Una vez conocido y adorado nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien, para consolarnos a nosotros, yació entonces en un lugar estrecho y ahora está sentado en el cielo para elevarnos allí; nosotros, de quienes eran primicias los magos; nosotros, heredad de Cristo hasta los confines de la tierra, a causa de quienes la ceguera entró parcialmente en Israel hasta que llegare la plenitud de los gentiles, anunciémosle, pues, en esta tierra, en este país de nuestra carne, de manera que no volvamos por donde vinimos ni sigamos de nuevo las huellas de nuestra vida antigua. Esto es lo que significa el que aquellos magos no volvieran por donde habían venido. El cambio de ruta es el cambio de vida. También para nosotros proclamaron los cielos la gloria de Dios; también a nosotros nos condujo a adorar a Cristo, cual una estrella, la luz resplandeciente de la verdad; también nosotros hemos escuchado con oído fiel la profecía proclamada en el pueblo judío, cual sentencia contra ellos mismos que no nos acompañaron; también nosotros hemos honrado a Cristo rey, sacerdote y muerto por nosotros, cual si le hubiésemos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo queda que para anunciarle a Él tomemos la nueva ruta y no regresemos por donde vinimos (San Agustín. Sermón 202)
Es un Rey un poco especial, ya que nos dijo que “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) y no reclama los bienes de este mundo para sí: “dad Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Entonces ¿Qué es lo que reclama de nosotros?
Cristo nos convoca de muchas formas. A los Magos de Oriente los llamó a través desde la ciencia de las estrellas. A los Apóstoles los encontró uno a uno y llamó a la puerta de su ser. Al Buen Ladrón, lo encontró en la Cruz y le señaló que estaba a puertas del Paraíso. A Zaqueo, subido en un Sicómoro, le llamó para que lo alojara en su casa, en su ser. A la Samaritana cuando buscaba agua en un pozo, le pidió agua y le ofreció Agua Viva para llenar el vacío interior en su ser. etc. Al ciego Bartimeo le devolvió la vista y después de eso, siguió sus pasos. Podemos decir que Cristo, a cada uno de nosotros nos llama en un momento y una forma diferente. Nos llama de forma personal, llamando a la puerta de nuestro ser. La evangelización nunca puede ser una obra de masas ni de grandes medios de comunicación. Es una obra que suma personas, una a una. El objetivo de evangelización es que cambiemos el camino de nuestra vida. San Agustín lo indica claramente al señalar: “sólo queda que para anunciarle a Él tomemos la nueva ruta y no regresemos por donde vinimos”. Cuando nos preguntamos qué es la Nueva Evangelización, solemos pensar en herramientas, actividades o shows diversos. Pero la Nueva Evangelización es algo muy diferente, es dar testimonio con nuestra propia vida.
San Agustín interpreta el cambio de camino de regreso de los Magos de Oriente: “El cambio de ruta es el cambio de vida”. Tras el encuentro personal con Cristo, siempre hay un cambio en el camino de nuestra vida. ¿Qué camino tenemos que tomar? El camino que Él mismo indica con sus huellas. Él mismo es Camino, Verdad y Vida. Seguirle es vivir siguiendo el sendero nos conduce a Dios.
Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. (Jn 14, 6).
¿Se puede decir más claro? ¿A qué esperamos? Quizás no estamos dispuestos a dejar la ruta que la sociedad tanto valora y aplaude. Pero no nos queda otro remedio que seguir las pisadas del Señor.
… sólo queda que para anunciarle a Él tomemos la nueva ruta y no regresemos por donde vinimos (San Agustín. Sermón 202)
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