Domingo, 29 de diciembre de 2024

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Tras las pisadas de Cristo (III)

Necesitamos tomar la cruz de cada día

Necesitamos tomar la cruz de cada día
Tomemos la cruz de cada día

por La divina proporción

No es la primera vez que hablo sobre la necesidad de re-evangelizarnos. La Nueva Evangelización es recobrar el “amor primero” para compartirlo. Amor primero que tenemos olvidado en un rincón de nuestra vida, en el caso de que lo hayamos encontrado antes. Cuando hablamos de Nueva Evangelización, tendemos a apartar la mirada de nosotros mismos y de las personas que más lo necesitan. ¿Qué significa tomar la cruz cada día?

El deseo de sufrir la muerte por Cristo, la mortificación de los sentidos corporales -mientras se vive en la tierra-, el estar dispuesto a enfrentar cualquier peligro en obsequio del Señor y no aficionarse a las cosas de esta vida, es lo que se llama tomar su cruz. Por lo cual prosigue: "Y tome su cruz cada día". (San Basilio in regulis fusius disputatis ad interrog. 6)

La vida no es un cuento de hadas en el que actuamos con la típica sonrisa de dentífrico. La vida es complicada, dura y duele. Dios nos permite seguir adelante porque tiende su manos para sacarnos de lo profundo de las aguas de la desesperación. Así sacó Cristo a Pedro, cuando perdió su confianza al intentar andar sobre las aguas. ¿No es eso justamente lo que nos pasa? Necesitamos la mano del Señor. Las sonrisas de marketing no nos llevarán muy lejos. San Pedro lloró tras negar tres veces al Señor. Estaba desesperado y su actitud le hundió más aún. ¿Nos creemos mejores que él? San Pedro perdió ese amor primero y tardó en volver a Él. Tuvo que llorar y sentir dolor. Tuvo que tomar la cruz con todo su peso y confiar. Confiar es la palabra clave. Tener fe.

El mundo moderno, igual que Pedro, ha renegado de Cristo. El hombre contemporáneo ha tenido miedo de Dios, miedo de hacerse discípulo suyo. Ha dicho: «No quiero conocer a Dios». Ha temido la mirada de los demás. Le han preguntado si conocía a Cristo y ha contestado: «No conozco a ese hombre». Ha sentido vergüenza de sí mismo y ha jurado: «¿Dios? ¡No sé quién es!». Hemos querido brillar ante los ojos del mundo y por tres veces hemos renegado de nuestro Dios. Hemos afirmado: no estoy seguro de Él, ni de los evangelios, ni de los dogmas, ni de la moral cristiana. Nos hemos avergonzado de los santos y de los mártires; Dios, su Iglesia y su liturgia nos han causado rubor; nos hemos echado a temblar ante el mundo y sus servidores. (Card. Robert Sarah. Se hace tarde y anochece)

¿Miedo? Sí, miedo. ¿Por qué tememos a Cristo y a la Buena Noticia? Tenemos miedo porque “seguir las pisadas del Señor” conlleva negarnos a nosotros mismos. Dejar de ser nosotros implica dejar atrás todo lo aparente y secundario, para quedarnos sólo con lo esencial: Cristo. Pero nosotros preferimos escondernos en las burbujas sociales. Salir al mundo señalando a Cristo es duro.

¿Por qué es duro? Que se lo digan a los Apóstoles: Dura es esta palabra: ¿Quién la puede oír? (Jn 6, 60). ¿Qué es lo que les decía el Señor? Dijo algo que no llegamos a entender ni en el 1%: Enuncia un Misterio tan profundo, que sólo podemos sorprendernos al mirar su profundidad desde el borde de la vida cotidiana. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final (Jn 6, 54). ¿Qué le preguntó Cristo a Santiago y a Juan cuando su madre quería que se sentaran a su derecha e izquierda? ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? (Mt 20, 22). Y ambos, Santiago y Juan, dijeron sí, sin saber qué era lo que les esperaba: El les dijo: Mi copa ciertamente beberéis, pero sentarse a mi derecha y a mi izquierda no es mío el concederlo, sino que es para quienes ha sido preparado por mi Padre. (Mt 20, 23)

No desesperamos. San Pedro, Santiago, Juan, Tomás y todos los Apóstoles, tuvieron que convertirse en repetidas ocasiones. Regresar al “Amor primero” va convirtiéndonos poco a poco. Cristo sabe que nada podemos con nuestras escasas fuerzas humanas, pero todo es posible para Dios. Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible (Mt 29, 16). ¿Creemos esto realmente?  

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