Domingo, 29 de diciembre de 2024

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Solemnidad de la Epifanía del Señor

Demos testimonio en medio de la tormenta

Demos testimonio en medio de la tormenta

por La divina proporción

En la solemnidad de Epifanía del Señor, celebramos que Dios se hace presente entre nosotros y se muestra a quien quiera acercarse a Él. Cristo, recién nacido, se muestra a pastores y a sabios, todos llamados por el Cielo para adorar a Dios nacido. En el caso de los Sabios de Oriente, llegaron después de un largo viaje y pasaron por el escrutinio de Herodes. Herodes quiso hacerlos instrumentos de su voluntad humana, pero la Voluntad de Dios fue la que prevaleció. Para muchos de nosotros, el fallecimiento de Benedicto XVI ha sido un causa adicional de dolor, pero esto no nos debe de hacer mirar atrás y dejar de remar con fuerza.

Los sabios soberbios del mundo son como Herodes. Los sabios soberbios no son capaces de ver a Dios en todo lo que les rodea. Buscan ser los primeros y ser adorados por sus conocimientos, poder e influencia. Los Sabios de Oriente dejaron que el Espíritu Santo les señalara el lugar donde nacería el Salvador. No buscaban ser los primeros. Su objetivo era adorar a Dios hecho carne. Como dice San Antonio el Grande, hasta lo que es penoso y nos hace sufrir tiene algo que enseñarnos. También es un medio para que entendamos que la soberbia no nos llevará muy lejos.

El hombre, dotado de razón, realmente sólo tiene un gran interés : obedecer y agradar al Dios del universo y formar su alma con la única preocupación de serle agradable. Agradeciéndole por la realidad y la fuerza de su Providencia con la que dirige todas las cosas, no importa lo que suceda, durante la vida. Sería fuera de lugar no agradecer por la salud del cuerpo a los médicos, porque nos prescriben remedios amargos y desagradables. Pero rechazaríamos de Dios la gratitud por cosas que nos parecen penosas. Como si no supiéramos que todo llega cuando debe llegar y es a nuestro beneficio, por los cuidados de la Providencia. Ya que el conocimiento de Dios y la fe en él, son la salvación y la perfección del alma. (San Antonio el Grande. Exhortaciones 2-3, 132-133, 137, 170)

Pensemos en el momento actual. El fallecimiento de Benedicto XVI es un golpe más que nos puede hacer tambalearnos. A corto y medio plazo, podemos esperar más problemas sociales, económicos e incluso, eclesiales. Vivimos tiempos revueltos y amargos. Tiempos que pueden enseñarnos mucho, si dejamos de lado la tendencia a quejarnos y buscamos las huellas que Dios deja en todo lo que sucede.

La tormenta económica, social y cultural que nos rodea es fuerte e irá creciendo poco a poco. Pero Dios es quien maneja las mareas del mundo, no lo olvidemos. Tampoco olvidemos que Dios nos ha regalado faros de gran potencia y mapas de gran precisión. Tenemos que hacernos responsables de navegar con esperanza y templanza. 

Deberíamos darnos cuenta del inmenso legado que Benedicto XVI nos ha dejado. Sus reflexiones nos ayudan a entender lo que sucede y encontrar el lugar donde podemos ser herramientas útiles en manos de Dios. No olvidemos orar por Benedicto XVI y por la Iglesia fiel a Cristo. No olvidemos agradecer al Señor los mapas que nos ha legado a través de él. Tenemos nuestra conciencia como brújula que nos indicará hacia dónde debemos ir. Si dudamos, los faros son imprescindibles para situarnos y recalibrar la brújula: lectura de los Evangelios, Padres de la Iglesia, oración y sacramentos. Los medios de comunicación y los poderes de los que dependen, intentarán que olvidemos esto para hacernos dependientes de sus indicaciones.

Al igual que los Sabios de Oriente, debemos seguir la Estrella que nos guía y nos ayuda a no olvidar el objetivo de nuestra vida: “obedecer y agradar al Dios del universo y formar su alma con la única preocupación de serle agradable”, porque tenemos que dar testimonio de Cristo, que es Agua Viva, Piedra Angular, Buen Pastor, Camino, Verdad y Vida. En medio de la tormenta, es necesario dar testimonio con valentía y templanza. Las olas y los vientos, intentarán que caigamos al agua, pero la Mano del Señor siempre está atenta para rescatarnos.

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