Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Tras las pisadas de Cristo (VII)

Sin esperanza no podemos seguir a Cristo

Sin esperanza no podemos seguir a Cristo
No dejemos que la desesperación nos haga dejar el Camino, la Verdad y la Vida.

por La divina proporción

Iniciamos el tiempo de adviento. Adviento significa espera, pero ¿Qué esperamos? Esperamos que Cristo vuelva a hacerse presente entre nosotros. El Señor nos dió una maravillosa pista al indicarnos que: donde dos o tres están reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mt 18,15-20). Es decir, la espera que empezamos en este tiempo litúrgico nos lleva a la esperanza que se hace presente cuando estamos unidos y reunidos, en Nombre del Señor. El sentido del Adviento es triple. Por una parte esperamos renovar el nacimiento de Cristo, cada Navidad. Por otra parte, esperamos la nueva venida del Señor. Pero quizás la más importante sea la esperanza de la presencia del Señor entre nosotros. Dios no nos abandona: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mt 28,16). Esta triple espera, nace nuestra esperanza.

Comprender la Nueva Evangelización nos lleva a preguntarnos: ¿Tenemos en nuestro interior la esperanza necesaria? ¿Transmitimos la esperanza a quienes se cruzan con nosotros en el día a día? ¿Seremos capaces de escuchar a Cristo y abrirle la puerta de nuestro ser? Es frecuente que pensemos en la Nueva Evangelización como acciones a realizar de forma concreta y se nos olvida que la Nueva Evangelización es volver al amor primero, en todos los sentidos. Por lo tanto, lo primero que tenemos que hacer es reflexionar sobre la esperanza que llevamos con nosotros. Orar para que nunca nos falte esta esperanza, esta actitud de espera tranquila y sólida que nos permite seguir las pisadas del Señor. Sin esperanza, la fe (confianza) se va secando porque pierde el sentido. No podemos confiar en aquello que no esperamos. Sin esperanza y fe, la caridad también pierde todo sentido. ¿Cómo intentar ver la imagen de Dios en nuestros hermanos si no esperamos que esté entre nosotros?

La esperanza no puede existir sin el amor; pues, como dice el apóstol Santiago, también los demonios creen y tiemblan y, no obstante, ni esperan ni aman; sino más bien, lo que nosotros por la fe esperamos y amamos, ellos temen que se realice: Por esto mismo, el Apóstol aprueba y recomienda la fe que obra por la caridad, la cual no puede existir sin la esperanza. Por consiguiente, ni el amor existe sin la esperanza, ni la esperanza sin el amor, y ninguna de las dos sin la fe. (San Agustín. Manual de fe, esperanza y caridad, I, 8)

El Adviento es un tiempo litúrgico que nos conduce hacia la esperanza. Una esperanza que no debemos olvidar en el resto del año litúrgico o simplemente, caminaremos sin rumbo hasta que nos desplomemos. San Pablo también nos indica lo mismo:

Porque en esperanza hemos sido salvos, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. (Rm 8, 24-25)

¿Dónde nace la esperanza? Nace el centro de nuestro ser por obra del Espíritu Santo. Nace cuando abrimos la puerta del corazón (nuestro ser) al Señor. La Nueva Evangelización conlleva transmitir la esperanza a aquellos que la han perdido. En el camino a Emaús, Cristo habló a unos pobres, deprimidos y desesperados discípulos. Les habló de forma que comprendieran aquello que les causaba dolor. El Señor les indicó que hay sentido en todo y que Él mismo es ese sentido que nos plenifica. Cuando se dieron cuenta que el el propio Cristo quien les acompañaba, dejó de hacer falta la esperanza. Habían logrado la certeza. ¿Qué tipo de esperanza y comprensión damos a otras personas? Porque la evangelización es justamente eso: acompañamiento, comunicación de esperanza y sentido. Seguir las pisadas del Señor necesita de mucha esperanza, porque tenemos que pasar por tiempos duros, complicados, durísima soledad y rechazo de quienes deberían acompañarnos.

No desesperemos. Cristo está con nosotros hasta el final de los tiempos. Esa es nuestra esperanza. Incluso si no conseguimos reunirnos con otras dos o tres personas en su Nombre, Él no nos olvida y nos envía el Espíritu Santo para que no nos perdamos. Pedro se hundía y se ahogaba, pero la mano del Señor le tomó con rapidez. Esta es nuestra esperanza. Él no nos olvida.

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