Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Del rey abajo, todos


Todos somos responsables, en mayor o menor medida, de la estructura social que permite que un aberrante proceder –un delito de facto- se haya convertido en un derecho.

por José Joaquín Iriarte

Opinión

Con el título de «Del rey abajo, ninguno», el dramaturgo Francisco Rojas Zorrilla escribió una obra en verso que cuenta una historia típica del siglo XIV en la que se dirime el conflicto entre el sentimiento del honor y la confianza ilimitada en la institución monárquica.
 
Parafraseando el título del drama de Rojas – y a la vista del acontecimiento más «sanguinario» del momento- se puede decir «del rey abajo, todos». Todos somos responsables, en mayor o menor medida, de la estructura social que permite que un aberrante proceder –un delito de facto- se haya convertido en un derecho.
 
Decir todos puede ser una injusticia. Lo es.  Por de pronto, tenemos al primer partido de la oposición que –incluido Ruiz-Gallardón- ha prometido que, cuando el PP alcance el poder, se derogará  la ley. Antes planteará un recurso de inconstitucionalidad ante el Tribunal Supremo. Como ya existe jurisprudencia sobre el aborto podría no ser necesario un nuevo fallo. Veremos.  Y tenemos, sobre todo, a unas asociaciones pro-vida que se han convertido en una fuerza imparable, con la maravillosa desvergüenza de quien defiende el valor supremo. La manifestación a favor de la vida del pasado domingo fue una muestra más de que se ha cruzado el Rubicón de la mentalidad triunfadora.
 
La ministra Aído dio en el clavo. Se le entendió estupendamente cuando dijo que el feto era un ser vivo, no un ser humano. Su  acientífica aseveración era la única que podría explicar la ley del aborto que, para desconsuelo de muchos, ha sido sancionada por el rey y publicada en el BOE el jueves, día 4.  No hay ni un motivo  para «desembarazarse» de  una criatura si no es con el argumento de que ese «ser vivo» pertenece al reino animal o vegetal. Convenía encontrar la fórmula «milagrosa» de que «el feto no es un ser humano». Lo dijo la ministra y no le pusieron de patitas en la calle. Y ya se sabe que cuando uno obra en desacuerdo con lo que piensa, acaba pensando como obra. La inteligencia humana es «una chispa de la sabiduría divina» pero el hombre la puede convertir en un incendio diabólico.
 
La ministra, en cierto modo, dio en el clavo. Si en el vientre de la madre se desarrolla una especie de ameba, ¿qué motivos hay para dejarse llevar de escrúpulos de conciencia? Algún día nos dirán cuando empieza la vida humana.
 
La ciencia, sin embargo,  es unánime en proclamar que esa vida humana comienza con la fecundación.  Y las últimas investigaciones dicen algo curioso: que a los seis u ocho días de la concepción es perceptible al microscopio un destello, una luz tenue que es toda una afirmación de vida. Y habrá más descubrimientos, ninguno que abone la tesis de la ameba (de que el feto no es un ser humano).
 
Hundido el ser humano en la impotencia de la política como arte de manipular la realidad,   ¿qué necesidad hay de plazos? ¿Qué  más da eliminar al «nasciturus» con doce que con catorce semanas? ¿Por ventura tiene un secreto científico Zapatero y los suyos en el que se afirme taxativamente que hasta las doce semanas menos un día no hay vida y la hay un día después? ¿Qué juego es éste? Juegan con la vida.
 
Dice Zapatero que a partir de ahora las mujeres que aborten no irán a la cárcel, como si hasta ahora hubieran ido. Y es razonable suponer que tampoco entrarán en prisión una vez que la nueva ley entre en vigor si se conculcan algunas de las limitaciones de la norma.
 
Tengo la absoluta seguridad de que, transcurridos unos años y todos tengamos una información más exacta de lo que de verdad es un aborto (de la aberración que supone en una sociedad presuntamente civilizada), ocurrirá en España lo que ocurrió en Alemania después de la II Guerra Mundial. Los alemanes, unos por ignorancia, otros por no querer enterarse, se encontraron un buen día con que aquel dictador del bigote, que se había suicidado con su amante, ¡gaseaba a los judíos en los campos de concentración! Para no sentirse mal en conciencia, dijeron que no habían recibido noticia de aquella monstruosidad. Aquí también (tiempo al tiempo) llegará un día que muchos adoptarán una postura parecida.
 
La «marea roja» que vimos el domingo en Madrid podría haber alargado el trayecto y llegar hasta el palacio de La Moncloa. Y aplicar la antigua teoría de santo Tomás (hoy desfasada) del «tiranicidio» en la que, como es sabido, se justifica la muerte violenta a un tirano en aras del bien común. Pero no estamos en tiempos de santo Tomás ni sería práctico – ni creativo-  eliminar por la fuerza a un hombre indigno por sus obras pero tan digno hijo de Dios como los demás.
 
La solución es más democrática y más humana. Hay que conseguir como sea que se celebren elecciones anticipadas y echarle del Gobierno. Porque su presencia es una amenaza constante. Sólo con otra persona en la jefatura del Gobierno cabe la esperanza de que el mal no se presente como bien y al revés.
 
Hay otro personaje digno de lástima: el rey. En mis tiempos de estudiante, se contaba una charada malévola: Si se te pierde la cartera y la encuentra un moralista, no cuentes con ella. Empezará con distingos… y acabará por quedársela. Siempre habrá un moralista que pueda encontrar justificaciones  en aras del bien común y la estabilidad política del  país  –porque, en efecto, las hay- para firmar una ley inicua.
 
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