Mujeres en el Opus Dei
Del total de fieles, aproximadamente un cincuenta y cinco por ciento son mujeres y un cuarenta y cinco por ciento hombres.
Viernes, 14 de febrero de 1930. Aquel día –ahora se cumplen ochenta años- se fundó la sección de mujeres del Opus Dei. San Josemaría Escrivá, a la sazón un joven sacerdote de 28 años, celebraba la Santa Misa cuando, después de la Comunión, vio con los ojos de su alma la presencia femenina en la Obra, dieciséis meses después (2/X/1928) de que «viera» de un modo global, sin detalles concretos, todo el Opus Dei, en el momento fundacional de la rama masculina. El sacerdote aragonés no era precisamente un «milagrero». Le bastaban los milagros del Evangelio y consideraba que ya era un prodigio que saliera el sol todos los días. Estaba, desde años atrás abierto a la voluntad de Dios que, poco a poco, fue dictándole lo que debía hacer. Sin espectáculo, como Isaías, que sentía la presencia de Dios no en el viento huracanado, ni el terremoto, ni en el fuego, sino en el murmullo de la brisa… No, Josémaría Escrivá no recibió el encargo divino como san Pablo camino de Damasco, merced a una gracia tumbativa porque, si se me permitido decirlo así, hubiera sido un contrasentido para el espíritu de la institución. Quien luego predicaría con tesón y claridad la santificación de la vida ordinaria, no podía «ver» la Obra de un modo extraordinario.
Más eco que el nacimiento de la rama femenina del Opus Dei tuvo ese año de 1930 el descubrimiento de Plutón, el planeta más distante del sol. Lo verdaderamente extraordinario en la fundación del Opus Dei (tanto en la sección de hombres como en la de mujeres) fue la preparación del fundador. Ingresó en el Seminario de Zaragoza para encaminar su alma a los designios divinos. Se hizo sacerdote para que el Cielo escuchara su grito incesante: «¡Ut videam!» (Que vea). Estudió la carrera de Derecho como una corazonada de que tendría necesidad de una mente jurídica. Pero, sobre todo, fue un seminarista –y más tarde- un sacerdote que vivió la ascética cristiana hasta sus últimas consecuencias y sazonó su crecimiento espiritual a través de los tres pilares fundamentales: oración, mortificación y acción.
Si, ochenta años después de la fundación de la rama femenina de la Obra, entra uno en internet y escribes en Google la fecha «14 de febrero de 1930», todos los enlaces de la primera página se refieren a esta efeméride. Y en sucesivas páginas, varios links invitan a documentarse sobre ella. En un mundo tan alejado de los valores religiosos, la «aldea global» permite más que otras fuentes de información que la palabra Dios sea noticia.
En España se vivía el interregno entre los «felices veinte» y la proclamación de la II República que, según numerosos historiadores, fue la espoleta de la Guerra Civil. Tanto la contienda española como después la II Guerra Mundial (1939-45) convirtió a Europa en un gigantesco cementerio. Para el Opus Dei los conflictos bélicos significaron una frontera infranqueable en España y Europa que separó a sus miembros y retrasó la expansión apostólica.
Hoy, el Opus Dei es una realidad extendida por todo el mundo. Después de España, se empezó a trabajar en Portugal (1945) y, según los datos informativos de la Prelatura, el último de los países donde se empezó la labor fue en Rusia (2007).
Hoy, el Opus Dei es una realidad extendida por todo el mundo. Después de España, se empezó a trabajar en Portugal (1945) y, según los datos informativos de la Prelatura, el último de los países donde se empezó la labor fue en Rusia (2007).
De acuerdo con las mismas fuentes, forman parte de esta institución de la Iglesia más de 87.0000 personas, de las que en torno a 1.900 son sacerdotes. Del total de fieles, aproximadamente un cincuenta y cinco por ciento son mujeres y un cuarenta y cinco por ciento hombres.
«En la Obra –afirmaba san Josemaría- las dos secciones son como dos borriquillos que tiran de un mismo carro, en la misma dirección». Se ve, por la ligera diferencia, que uno de los dos borriquillos tiene un ímpetu, una fortaleza superior.
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