¿Dejará el Tribunal de Estrasburgo que le engañen las abortistas?
Las cigüeñas han emigrado ya de Estrasburgo, y a la vista de la enfermedad moral que parece acaecer al europeo tribunal que allí toma sus decisiones, es de temer que la verdad esté preparando las maletas para exiliarse.
por José Luis Bazán
La legalización del aborto fue en su origen una mentira prefabricada en Estados Unidos, gracias a la perversidad de las abogadas feministas de los casos Roe c/ Wade y Doe c/. Bolton, que engañaron miserablemente a las mujeres demandantes y embaucaron al Tribunal Supremo norteamericano.
Décadas después nos encontramos en Europa con un nuevo caso prefabricado de aborto, el A, B y C c/. Irlanda, que el próximo 9 de diciembre conocerá la Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Las cigüeñas han emigrado ya de Estrasburgo, y a la vista de la enfermedad moral que parece acaecer al europeo tribunal que allí toma sus decisiones, es de temer que la verdad esté preparando las maletas para exiliarse.
Retirados los crucifijos por ministerio de la irresponsabilidad, parece que ahora los utilizarán -¿alguien tiene duda de lo contrario?- como instrumento para permitir el homicidio a instancia de madre. A menos crucifijos, más muerte, o en idéntica fórmula de certeza matemática, a más laicidad, más inhumanidad.
Nos hablarán de la excepcionalidad de la situación de las demandantes y del sufrimiento que padecen, de la fácil solución ya ofertada por la inmensa mayoría de una degenerada Europa que ha disminuido jibáricamente su sentido moral. Pero ¿qué valor pueden tener las mentiras de las discípulas europeas de Sarah Weddington, abogada que reconoció años después en un discurso en el Instituto de Ética de la Educación, en Oklahoma que la improvisada historia y la alegada falsa violación de «Roe» en el Tribunal Supremo norteamericano, habían sido una estratagema para lograr la despenalización general del aborto? Estamos, simplemente, viviendo la historia de una falsificación en versión europea.
Ya el Tribunal de Estrasburgo nos ha avanzado su interés por la excepcionalidad de «todo a cien» del caso: está dispuesto a inaplicar la norma relativa al agotamiento de los recursos internos. Según dicha norma, no puede acudirse al Tribunal internacional sino cuando se han agotado todos los posibles recursos nacionales, de cualquier tipo y naturaleza, en atención al carácter subsidiario de esa jurisdicción europea respecto de las jurisdicciones internas de cada Estado. Pero, ¿a quién se pretende engañar? ¿Qué confianza puede merecer un Tribunal que desde hace algo más de una década (curiosa coincidencia con los derroteros de otras tantas instituciones internacionales) se ha reinterpretado a sí mismo traicionando el espíritu del Convenio que aplica? Su tan repetida fórmula jurisprudencial «in the light of present-day conditions» («a la luz de las condiciones actuales») parece la varita mágica de uso tópico en temas de alto contenido ético, lo que nos permite predecir su posición en este caso contra Irlanda, que como en otros tantos asuntos calado moral (v. gr., transexualismo), se regirá con toda probabilidad por un pernicioso relativismo.
Encomiables son los esfuerzos del European Centre for Law and Justice, la Alliance Defense Fund (y especialmente de Roger Kiska) y la Society for the Protection of Unborn Children, que han presentado sus argumentos ante el Tribunal de Estrasburgo como amicus curiae, para defender no sólo la vida del no nacido sino a la mujer, del descaro de la mentira y violencia abortistas. Pero me temo que el 9 de diciembre (en el que se conmemora la santidad de Siro de Pavia, Pedro Fourier, Bernardo María Silvestrelli, Juan Diego y Clara Isabel Fornari) no será un día de celebración, sino el comienzo de la gran coartada europea para aplastar a los pocos Estados que, como Irlanda, han dado ejemplo de respeto a la persona y promoción del bien común, al defender la maternidad.
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