Gay State
Vivimos en el Gay State, el paraíso donde adanes y evas son insolencias de la naturaleza a domesticar; donde la muerte y el dolor ya no existen oficialmente, donde la verdad se ha disuelto en el aguarrás de la banalidad.
por José Luis Bazán
Las fuerzas rectoras del siglo ya han sentenciado: por la igualdad seremos salvos. Y en su big bang ideológico, han multiplicado los «géneros». Dios los creó varón y mujer, y el Estado ha creado los LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales). El Código civil no miente, y el Registro civil da fe de la nueva condición humana.
Vivimos en el Gay State, el paraíso donde adanes y evas son insolencias de la naturaleza a domesticar; donde la muerte y el dolor ya no existen oficialmente, donde la verdad se ha disuelto en el aguarrás de la banalidad, donde el placer es el leitmotiv de la existencia y el carpe diem cotidiano. Es nuestro estado de pirotécnica felicidad, a pesar de crisis económicas, parados en colas kilométricas y tragedias familiares.
Un Gay State en el que la naturalidad se transmuta en exhibicionismo, donde la Reina del Cielo se sustituye por la reina del orgullo sodomita y la verdad se amorfa en blandiblug manoseado, sin sentido ni esplendor.
El Gay State ha despeñado la naturaleza humana por la roca tarpeya del BOE, ha proclamado con estratosférica solemnidad que el interés y la voluntad desviada son derecho, si las bendiciones parlamentarias le acompañan. Ya anunció el apóstol de los gentiles: «Vendrá un tiempo en que no soportarán el saludable magisterio sino que esclavos de sus caprichos y ávidos de novedades, se rodearán de una turbamulta de maestros». Y en esas estamos: el coro celestial del Gay State, con sus doctores ensalzando las bondades de la tolerancia, afilado cuchillo siempre usado para erradicar fe y dogmas, esos peligrosos enemigos del orden público, de este desorden establecido.
El instinto de supervivencia de este Gay State le impulsa a la reproducción artificial, antídoto de la esterilidad natural, que asegura su continuidad con futuros ciudadanos sin padre y madre, hijos vidriosos de laboratorios y anónimos espermatozoides. ¡Cuánto les importa la infancia! Y a los niños con padres, nada como sodomizar sus conciencias. ¿Qué otra cosa podría hacer un Gay state sino ejercer de tal? Obliga a los infantes a mamar la mala leche de la Educación para la ciudadanía y aparta a los padres del ejercicio de su sagrada patria potestad, no vaya a ser que le enseñen en su hogar que el matrimonio es la unión entre varón y mujer o que los hijos son una bendición divina a acoger desde que son engendrados. Los padres son en estos tiempos sospechosos incompetentes, por lo que es mejor asegurar la calidad ideológica de los angelitos con la educación obligatoria y laica en igualdad. Toda otra educación queda fuera del sistema del Gay State.
Un tercer pilar cimenta el Gay State además de la reproducción artificial y la educación filosodomita: la penalización de la llamada «homofobia». Previa a tal tipificación penal, ya se impone la censura social y la reprimenda mediática como formas de presión sobre personas e instituciones defensoras de una sexualidad fértil con sentido humano. Quien critique la sodomía, sea anatema. Y por extensión, quien se resista a aceptar las bondades de otras relaciones erótico-festivas.
El precedente del pastor sueco Åke Green –procesado en 2004 al predicar la condena bíblica de la sodomía por promover el odio a la minoría homosexual- muestra el camino pretendido por el Gay State: la proscripción de quien ose despojarle de su “género" y exija un Estado asexuado.
Así que ahora que aún podemos ejercer libremente la sana crítica, aprovechemos, ya que cada vez queda menos tiempo para que el GayState escriba un código penal a su medida. El delito de «homofobia» está a la vuelta de la esquina.
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