Preparados
Eso tenemos que hacer nosotros, orar y pedir oración para que no tengamos miedo de seguir anunciando el único Evangelio de Jesucristo, firmes en la fe, con las armas que hemos descrito, tomando conciencia de quiénes son nuestros verdaderos enemigos
por Manuel A. Serra
El Apóstol nos exhorta a que busquemos nuestra fuerza en Dios y en Su poder. La vida cristiana en medio de las vicisitudes de este mundo requieren la continua búsqueda de fuerza, poder, apoyo. Pero, ¿dónde acudimos de verdad en busca de fuerza y poder? Pocos lo hacen realmente en Dios.
Se acude de "boquilla", para pedir, pero sin más. A la hora de la verdad su fuerza y su poder es la seguridad económica, la salud, el que me quieran, que me correspondan, que me hagan caso, que me aplaudan, que me inciensen. Es una incoherencia supina que acudamos con los labios a Dios, y luego en la práctica nos hagamos dioses a nosotros mismos, haciendo depender del éxito de la propia vanidad nuestra fuerza y sostén.
"Poneos las armas de Dios". Hay un combate. Se requieren armas para el mismo. Dios nos las proporciona. Pero antes, Pablo recuerda algo importantísimo de lo cual hacemos hoy muy poco caso, por no decir que lo tenemos olvidado, negado.
"Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire".
Hemos caído en un sopor tan profundo desde el punto de vista espiritual, que hemos acabado "materializando" la verdadera batalla cristiana. Hemos desustancializado la verdad de las cosas. Por ejemplo, hemos dicho "no, el demonio no existe en sí, es el egoísmo, el dinero, la injusticia etc.". Y lo peor es que esta grave confusión entró en su momento en la misma Iglesia, y en la misma Liturgia.
En la oración de exorcismo del rito del Bautismo, ahora se lee: "Dios todopoderoso, que has enviado a tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal...". Al menos en castellano, este modo de expresar la identidad del demonio es, muy cuando menos, confusa, opaca y super equívoca. No hay que ser muy agudo de inteligencia para darse cuenta de que aquí hay una influencia clarísima de esa herencia que la teología marxista ha tenido sobre el pensamiento cristiano. Herencia que, sin desdeñar lo constructivo que ésta le ha recordado, le ha hecho confundirse en temas cruciales como el que estamos diciendo.
Hemos situado el contexto del combate cristiano en una perspectiva meramente inmanente, horizontal y social. Hemos negado la tremenda y decisiva influencia del "cielo" en la lucha que el hombre y la historia llevan a cabo. Cuando digo cielo aquí, me refiero por ejemplo al papel que juegan los ángeles, sobre todo los caídos, en la misma. Incluso este discurso resulta "incómodo", poco "táctico", poco sensible a una línea teológico-pastoral que va más en la direción de una evangelización horizontal que, sin darse cuenta, pierde su fundamento, Dios y este papel decisivo de sus enemigos.
El problema del mundo es el desmembramiento de una estructura justa y armónica respecto a la justicia y la belleza, lo cual está muy bien, pero sin horizonte, sin perspectiva, sin transcendencia, en una palabra, sin fe, es decir entonces, marxista. Se habla del amor y del amor de Dios sin la exigencia de conversión; se habla del mal sin juicio particular; se habla de la belleza del mundo sin la belleza del cielo. Se habla de la tierra, pero poco del Cielo;y, en definitiva, poco se entiende que toda acción que comprenda el Reino de Jesucristo tiene ineludiblemente una gran incidencia en el Cielo. Tanto es así, que en algunos casos se ha ofuscado tanto el Cielo, que al final se ha terminado no hablando de él, situando el contexto de la batalla antedicha, en el mero avatar histórico intramundano. Insisto, lo cual no es más que una lectura marxista de la fe. Una lectura que, en estos elementos, la destruye, la desustancializa.
Sin embargo, para el que es consciente de la verdadera naturaleza espiritual del mundo y de esta lucha, la Palabra de Dios, Su presencia y Su fuerza, junto con las armas que Dios nos da, suponen el escenario justo y el contexto adecuado. ¿Cuáles son, pues, estas armas?
"Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Abrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, por todos los santos. Pedid también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien sin temor el misterio contenido en el Evangelio".
Como este texto es de un valor incalculable, trataré de comentar cada idea por separado.
"Estad firmes". Esto es importante al comienzo de todo el párrafo, porque lo primero que han perdido nuestras convicciones es precisamente la firmeza, que viene de la fe. "Estad firmes" es una invitación inicial a sucumbir a los embates de las olas de este mundo, olas que traen frescor y fecundas novedades, pero mezcladas con la contaminada espuma de ideologías altamente contaminantes contra la fe, imagen que podemos aplicar a lo antedicho.
"Ceñid la cintura con la verdad". ¡¡Esta es la base más esencial, más sólida, más fecunda que existe!! Pero, no por casualidad, la pérdida de contexto que venimos describiendo, ha traído en consecuencia el desprecio a la verdad. Y miedo, porque se teme invocarla. ¡Vamos, una auténtica locura! A quien se le pasa por la cabeza invocarla, en seguida queda disuadido de que, hoy, apoyarse en ella, es el mayor atentado que existe contra el postulado más importante del nuevo contexto ideológico. Postulado que podría expresarse así: la única verdad que podemos invocar es la de que no existe "la" verdad, ni "una" verdad, sino una pluralidad legítima que debemos acatar y aceptar por todos, so pena de ser portadores de un discurso oscurantista, medieval, destructor, intolerante, inaceptable. Los únicos postulados que pueden ser defendidos, so pena de hoguera, son los que ella misma impone: Sí, al aborto aceptado como derecho, y como la mentira de ser llamado "interrupción voluntaria del emabrazo" que, en lenguaje cinéfilo, se traduce por "licencia para matar". Sí, a la equiparación antropológica de una sexualidad sin orden ni verdad, más que aquél que cada uno le quiera dar; la exigencia de reconocimiento de la homosexualidad como una orientación moral y espiritual perfectamente equiparable a la heterosexualidad. El dinero como el único dios al que se adora, busca y rinde culto. La globalización de la indiferencia y la cultura del descarte. El trabajo para la clase media-alta. La continuación de la explotación y de una nueva forma de colonialización más sutil pero igualmente destructiva etc. etc.
Al desembarazarse de la verdad por incómoda, pétrea e intransigente, hemos quedado a merced de un relativismo que, en su mismo fundamento, se hace insostenible de raíz.
"Revestid la coraza de la justicia". En la fe, la justicia no es un "en sí" que emana ni de la historia ni de la misma naturaleza humana, como pretende el marxismo. La justicia es un rayo de luz que procede de la santidad de Dios, y, por tanto, consecuencia de ésta. Una justicia inmanente, ya lo ha demostrado la historia, es falsa en su fundamento y peligrosa en su ejecución. Ni de la misma naturaleza humana. Así es. Porque ésta es imagen de Dios, y, sólo en cuanto su imagen, tiene verdad y ser la naturaleza humana. Esta justicia "justa" que viene de Dios y derivada de la verdad, hace que quienes mejor expresen socialmente la justicia no sean los políticos ni los demagogos (incluidos los que están en la Iglesia) sino los santos.
"Abrazad el escudo de la fe". De la fe deriva el resto como su fundamento. Y como horizonte justo: "poneos el casco de la salvación". Sin la meta hacia donde se dirige realmente la historia y cada persona, se pierde la verdad para el presente y se falsea el juicio inexorable que nos espera. Se destruye la salvación, vocación última a la que Dios nos ha llamado. En una palabra, el infierno consigue el éxito de su urdimbre. "Empuñad la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios". Desde que hemos dejado de ser conducidos por la Palabra, o la hemos manipulado, buscando en ella lo que nos interesaba, y construido un discurso propio, hemos acabado conduciéndonos por nosotros mismos, y no tenemos entonces el derecho de invocar al verdadero y Santo Espíritu, por cuanto que lo hemos amordazado con nuestro atrevimiento. Sólo el que parte de la verdadera fe viva se deja conducir por el Espíritu, y tiene en su mano su espada y la Palabra. Estos no viven de "su palabra", sino de "Su Palabra".
Y, por último, la oración y súplica. Pero sin fe viva no se sabe ni se está en grado de orar en "espíritu y verdad". Se despide el Apóstol pidiendo oración para él, para que anuncie sin temor el Evangelio. Y eso tenemos que hacer nosotros, orar y pedir oración para que no tengamos miedo de seguir anunciando el único Evangelio de Jesucristo, firmes en la fe, con las armas que hemos descrito, tomando conciencia de quiénes son nuestros verdaderos enemigos.
Se acude de "boquilla", para pedir, pero sin más. A la hora de la verdad su fuerza y su poder es la seguridad económica, la salud, el que me quieran, que me correspondan, que me hagan caso, que me aplaudan, que me inciensen. Es una incoherencia supina que acudamos con los labios a Dios, y luego en la práctica nos hagamos dioses a nosotros mismos, haciendo depender del éxito de la propia vanidad nuestra fuerza y sostén.
"Poneos las armas de Dios". Hay un combate. Se requieren armas para el mismo. Dios nos las proporciona. Pero antes, Pablo recuerda algo importantísimo de lo cual hacemos hoy muy poco caso, por no decir que lo tenemos olvidado, negado.
"Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire".
Hemos caído en un sopor tan profundo desde el punto de vista espiritual, que hemos acabado "materializando" la verdadera batalla cristiana. Hemos desustancializado la verdad de las cosas. Por ejemplo, hemos dicho "no, el demonio no existe en sí, es el egoísmo, el dinero, la injusticia etc.". Y lo peor es que esta grave confusión entró en su momento en la misma Iglesia, y en la misma Liturgia.
En la oración de exorcismo del rito del Bautismo, ahora se lee: "Dios todopoderoso, que has enviado a tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal...". Al menos en castellano, este modo de expresar la identidad del demonio es, muy cuando menos, confusa, opaca y super equívoca. No hay que ser muy agudo de inteligencia para darse cuenta de que aquí hay una influencia clarísima de esa herencia que la teología marxista ha tenido sobre el pensamiento cristiano. Herencia que, sin desdeñar lo constructivo que ésta le ha recordado, le ha hecho confundirse en temas cruciales como el que estamos diciendo.
Hemos situado el contexto del combate cristiano en una perspectiva meramente inmanente, horizontal y social. Hemos negado la tremenda y decisiva influencia del "cielo" en la lucha que el hombre y la historia llevan a cabo. Cuando digo cielo aquí, me refiero por ejemplo al papel que juegan los ángeles, sobre todo los caídos, en la misma. Incluso este discurso resulta "incómodo", poco "táctico", poco sensible a una línea teológico-pastoral que va más en la direción de una evangelización horizontal que, sin darse cuenta, pierde su fundamento, Dios y este papel decisivo de sus enemigos.
El problema del mundo es el desmembramiento de una estructura justa y armónica respecto a la justicia y la belleza, lo cual está muy bien, pero sin horizonte, sin perspectiva, sin transcendencia, en una palabra, sin fe, es decir entonces, marxista. Se habla del amor y del amor de Dios sin la exigencia de conversión; se habla del mal sin juicio particular; se habla de la belleza del mundo sin la belleza del cielo. Se habla de la tierra, pero poco del Cielo;y, en definitiva, poco se entiende que toda acción que comprenda el Reino de Jesucristo tiene ineludiblemente una gran incidencia en el Cielo. Tanto es así, que en algunos casos se ha ofuscado tanto el Cielo, que al final se ha terminado no hablando de él, situando el contexto de la batalla antedicha, en el mero avatar histórico intramundano. Insisto, lo cual no es más que una lectura marxista de la fe. Una lectura que, en estos elementos, la destruye, la desustancializa.
Sin embargo, para el que es consciente de la verdadera naturaleza espiritual del mundo y de esta lucha, la Palabra de Dios, Su presencia y Su fuerza, junto con las armas que Dios nos da, suponen el escenario justo y el contexto adecuado. ¿Cuáles son, pues, estas armas?
"Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Abrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, por todos los santos. Pedid también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien sin temor el misterio contenido en el Evangelio".
Como este texto es de un valor incalculable, trataré de comentar cada idea por separado.
"Estad firmes". Esto es importante al comienzo de todo el párrafo, porque lo primero que han perdido nuestras convicciones es precisamente la firmeza, que viene de la fe. "Estad firmes" es una invitación inicial a sucumbir a los embates de las olas de este mundo, olas que traen frescor y fecundas novedades, pero mezcladas con la contaminada espuma de ideologías altamente contaminantes contra la fe, imagen que podemos aplicar a lo antedicho.
"Ceñid la cintura con la verdad". ¡¡Esta es la base más esencial, más sólida, más fecunda que existe!! Pero, no por casualidad, la pérdida de contexto que venimos describiendo, ha traído en consecuencia el desprecio a la verdad. Y miedo, porque se teme invocarla. ¡Vamos, una auténtica locura! A quien se le pasa por la cabeza invocarla, en seguida queda disuadido de que, hoy, apoyarse en ella, es el mayor atentado que existe contra el postulado más importante del nuevo contexto ideológico. Postulado que podría expresarse así: la única verdad que podemos invocar es la de que no existe "la" verdad, ni "una" verdad, sino una pluralidad legítima que debemos acatar y aceptar por todos, so pena de ser portadores de un discurso oscurantista, medieval, destructor, intolerante, inaceptable. Los únicos postulados que pueden ser defendidos, so pena de hoguera, son los que ella misma impone: Sí, al aborto aceptado como derecho, y como la mentira de ser llamado "interrupción voluntaria del emabrazo" que, en lenguaje cinéfilo, se traduce por "licencia para matar". Sí, a la equiparación antropológica de una sexualidad sin orden ni verdad, más que aquél que cada uno le quiera dar; la exigencia de reconocimiento de la homosexualidad como una orientación moral y espiritual perfectamente equiparable a la heterosexualidad. El dinero como el único dios al que se adora, busca y rinde culto. La globalización de la indiferencia y la cultura del descarte. El trabajo para la clase media-alta. La continuación de la explotación y de una nueva forma de colonialización más sutil pero igualmente destructiva etc. etc.
Al desembarazarse de la verdad por incómoda, pétrea e intransigente, hemos quedado a merced de un relativismo que, en su mismo fundamento, se hace insostenible de raíz.
"Revestid la coraza de la justicia". En la fe, la justicia no es un "en sí" que emana ni de la historia ni de la misma naturaleza humana, como pretende el marxismo. La justicia es un rayo de luz que procede de la santidad de Dios, y, por tanto, consecuencia de ésta. Una justicia inmanente, ya lo ha demostrado la historia, es falsa en su fundamento y peligrosa en su ejecución. Ni de la misma naturaleza humana. Así es. Porque ésta es imagen de Dios, y, sólo en cuanto su imagen, tiene verdad y ser la naturaleza humana. Esta justicia "justa" que viene de Dios y derivada de la verdad, hace que quienes mejor expresen socialmente la justicia no sean los políticos ni los demagogos (incluidos los que están en la Iglesia) sino los santos.
"Abrazad el escudo de la fe". De la fe deriva el resto como su fundamento. Y como horizonte justo: "poneos el casco de la salvación". Sin la meta hacia donde se dirige realmente la historia y cada persona, se pierde la verdad para el presente y se falsea el juicio inexorable que nos espera. Se destruye la salvación, vocación última a la que Dios nos ha llamado. En una palabra, el infierno consigue el éxito de su urdimbre. "Empuñad la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios". Desde que hemos dejado de ser conducidos por la Palabra, o la hemos manipulado, buscando en ella lo que nos interesaba, y construido un discurso propio, hemos acabado conduciéndonos por nosotros mismos, y no tenemos entonces el derecho de invocar al verdadero y Santo Espíritu, por cuanto que lo hemos amordazado con nuestro atrevimiento. Sólo el que parte de la verdadera fe viva se deja conducir por el Espíritu, y tiene en su mano su espada y la Palabra. Estos no viven de "su palabra", sino de "Su Palabra".
Y, por último, la oración y súplica. Pero sin fe viva no se sabe ni se está en grado de orar en "espíritu y verdad". Se despide el Apóstol pidiendo oración para él, para que anuncie sin temor el Evangelio. Y eso tenemos que hacer nosotros, orar y pedir oración para que no tengamos miedo de seguir anunciando el único Evangelio de Jesucristo, firmes en la fe, con las armas que hemos descrito, tomando conciencia de quiénes son nuestros verdaderos enemigos.
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