El ciervo y la fuente
La Iglesia ha ido experimentando, en el tránsito de cierta época a la actual, que la planificación pastoral cadavérica no obtiene fruto. Llamo así al intento de querer evangelizar sin compromiso
por Manuel A. Serra
En el Mensaje que Benedicto XVI escribió a los jóvenes para convocarlos a la JMJ en Madrid, leíamos que “la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande”.
Esta vida más grande sigue siendo hoy la carta fundamental con la que presentemos a la juventud la belleza de la fe. En ningún discurso papal me ha parecido encontrar mención alguna a “planes pastorales” o “nuevas tecnologías”. ¿Y cómo canaliza usted esas grandes ideas? Pues esta es la cuestión donde se debate la nueva evangelización. Evangeliza una sonrisa diferente a la efusividad pasajera de las novedades o los fines de semana. Evangeliza los efectos de un Amor diferente que da una nueva identidad a quien lo experimenta. Evangeliza el vivir alimentados y animados por un Agua viva cuya Fuente abre el corazón más allá de su propia pequeñez.
La Iglesia ha ido experimentando, en el tránsito de cierta época a la actual, que la planificación pastoral cadavérica no obtiene fruto. Llamo así al intento de querer evangelizar sin compromiso. Se crean importantes eventos diocesanos para la juventud en los que se invita a la oración, incluso se reúnen para ello, pero quienes portan la invitación no son hombres de oración. Se invita a “enamorarse de Jesús” pero sin estar enamorados de Él. Se habla de Dios, pero sin estar en unión con Él. Existe la forma de atraer al joven al Evangelio: creerlo, que es vivirlo. Hablar de Dios cuando se está enamorado de Dios, atrae. Invitar a esa vida más grande cuando se está experimentando esa nueva vida, atrae. Pero hasta que no nos demos cuenta del previo compromiso, nada conseguiremos, todo se pierde en números, estadísticas y vanaglorias.
El compromiso significa vivir antes lo que se predica. ¿Cómo pretendemos iniciar a la oración sin ser hombre de oración? El fracaso está en pretender la conversión por la mera palabra. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de intensa vivencia de aquello que se ofrece. No se está enamorado de Cristo sólo porque esté comprometido en su causa. Se puede hablar de Dios al mismo tiempo que el corazón está distraído, incluso en ese mismo mero compromiso. Si al apóstol le faltan ratos de encuentro sólo para Jesús, si le falta la familiaridad habitual con Su Palabra, entonces es como un metal que retiñe, no es aún enamorado sino charlatán. Esto es compromiso.
Pero el corazón del joven, disparado por su juventud, es como el ciervo sediento que busca la fuente donde brota el agua de su subsistencia, de su plenitud. No existe joven sin ilusión, sin ganas de amar, de reír, de llegar al todo en la vida. Y nosotros, perdidos en la indecisión, regateamos la pureza del agua de la Fuente. ¿No es acaso Cristo, Su Rostro, Su Palabra de vida eterna, ese Amor más grande deseado por todos? ¿No transforma el encuentro con Él nuestra vida, haciéndonos descubrir la más alta cima, la de nuestra plenitud?
Esta vida más grande sigue siendo hoy la carta fundamental con la que presentemos a la juventud la belleza de la fe. En ningún discurso papal me ha parecido encontrar mención alguna a “planes pastorales” o “nuevas tecnologías”. ¿Y cómo canaliza usted esas grandes ideas? Pues esta es la cuestión donde se debate la nueva evangelización. Evangeliza una sonrisa diferente a la efusividad pasajera de las novedades o los fines de semana. Evangeliza los efectos de un Amor diferente que da una nueva identidad a quien lo experimenta. Evangeliza el vivir alimentados y animados por un Agua viva cuya Fuente abre el corazón más allá de su propia pequeñez.
La Iglesia ha ido experimentando, en el tránsito de cierta época a la actual, que la planificación pastoral cadavérica no obtiene fruto. Llamo así al intento de querer evangelizar sin compromiso. Se crean importantes eventos diocesanos para la juventud en los que se invita a la oración, incluso se reúnen para ello, pero quienes portan la invitación no son hombres de oración. Se invita a “enamorarse de Jesús” pero sin estar enamorados de Él. Se habla de Dios, pero sin estar en unión con Él. Existe la forma de atraer al joven al Evangelio: creerlo, que es vivirlo. Hablar de Dios cuando se está enamorado de Dios, atrae. Invitar a esa vida más grande cuando se está experimentando esa nueva vida, atrae. Pero hasta que no nos demos cuenta del previo compromiso, nada conseguiremos, todo se pierde en números, estadísticas y vanaglorias.
El compromiso significa vivir antes lo que se predica. ¿Cómo pretendemos iniciar a la oración sin ser hombre de oración? El fracaso está en pretender la conversión por la mera palabra. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de intensa vivencia de aquello que se ofrece. No se está enamorado de Cristo sólo porque esté comprometido en su causa. Se puede hablar de Dios al mismo tiempo que el corazón está distraído, incluso en ese mismo mero compromiso. Si al apóstol le faltan ratos de encuentro sólo para Jesús, si le falta la familiaridad habitual con Su Palabra, entonces es como un metal que retiñe, no es aún enamorado sino charlatán. Esto es compromiso.
Pero el corazón del joven, disparado por su juventud, es como el ciervo sediento que busca la fuente donde brota el agua de su subsistencia, de su plenitud. No existe joven sin ilusión, sin ganas de amar, de reír, de llegar al todo en la vida. Y nosotros, perdidos en la indecisión, regateamos la pureza del agua de la Fuente. ¿No es acaso Cristo, Su Rostro, Su Palabra de vida eterna, ese Amor más grande deseado por todos? ¿No transforma el encuentro con Él nuestra vida, haciéndonos descubrir la más alta cima, la de nuestra plenitud?
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