Maestros de todo, maestros de nada

Dice un proverbio castellano: “Aprendiz de todo, maestro de nada”. Jugando con las palabras, diremos que “maestros de todo, maestros de nada”. ¡Está en el orden del día! Porque ¿quién de nosotros no tropieza cada día con esos sabios megalómanos de saberes variopintos que abren la boca cada vez que tienen una ocurrencia? ¡Y cuanto más ocurrente, mejor! Hasta colarlo con una sonrisa benevolente, como los famosos cuando saben que van a ser vistos por los pobres mortales que no lo son, o esos católicos “no practicantes” que vienen con las orejas tiesas a darnos lecciones de cómo “debería” ser la Iglesia. Si tanto interés tienen, ¿por qué no viven en cristiano, y entonces verán qué pueden hacer para ser juntos, todos nosotros, haciendo Iglesia? Ya sabemos, porque tufa a ajillo, que hoy los hay a puntapala de esos que se han creído que, como son el centro del universo porque en Twitter les ríen todas la gracietas, eso les impulsa a creer a pie juntillas que todo lo que se les ocurre ha de tener salida. ¡Pues sí! ¡Incluso encuentran quien les da dinero por hacerlo!

Cierto que de cada fracaso, si se aprende de él, sale una gran enseñanza. El ejemplo vívido e inapelable son los niños... y los hay adultos que no aprenden ni a golpes. Pero de ahí a jugar a fracasar va un pino, y además, repleto de procesionaria, esa oruga urticante que si te coge mirando desde abajo te deja ciego. ¡Ciegos ellos, y además con filoxera, ese parásito del que van sobrados! No es porque sí, pues encuentran tantos que los parasitan, por aquello de chupar la sangre del poderoso. Sí. Porque los hay que, además, tienen poder. Ese poder al que han llegado con política y tejemanejes, auténticas cabriolas.

En esa línea nos encontramos altos cargos, también en la Iglesia, que no pastorean el rebaño hacia frescas praderas, sino que frescamente las pierden en medio de una manada de lobos. Celibato opcional, teoría de género, la mujer en la Iglesia, confesión, sexualidad... Presionan con insistencia y mala fe algunos que no buscan el bien del Pueblo de Dios, sino la gratificación personal que les puede reportar el saborear ese poder corrupto y ese dinero sucio en sus propias manos.

Hasta tiene que salir al ruedo el Papa Francisco para denunciarlo con insistencia, ¡porque no es para menos! Como hace en su nuevo libro-entrevista San Giovanni Paolo Magno, al atribuir esa roña de la teoría de género a "una peligrosa raíz cultural" que no tiene en cuenta la realidad, la diversidad de las personas y la particularidad de cada uno, y advierte de la "aparente uniformidad" que lleva a la "autodestrucción". Y añade que "anular las diferencias no nos pondrá más cerca, sino justamente lo contrario”, porque debemos procurar y conseguir “la acogida al otro en sus diferencias. El género se concibe como una idea que quiere imponerse sobre la realidad y esto de una manera sutil pretende socavar la humanidad en todas las áreas".

Como en otras ocasiones, defiende que la doctrina social de la Iglesia es "del Evangelio" y no pertenece a "ningún partido político”, porque no es ideología, y denuncia una "interpretación ideológica" del magisterio de San Juan Pablo II. "Una ideologización que nace de querer tomar solo algunos aspectos de su magisterio (...) y convertirlos en eslogan, separándolos de la realidad, del contexto concreto y de la experiencia viva de la gente. La ideología mata, asesina la vida, convierte el magisterio en una pieza de museo, en algo no vivible".

En este Reino de las Tinieblas que es nuestro mundo de hoy, los hay que pretenden enfrentar Tradición y “Nueva Iglesia”, cuando la Tradición es siempre renovadora, forjadora de una Iglesia siempre nueva porque va en camino. Caminando vamos de la mano del Papa Francisco, que es continuista y no rompedor, como querrían algunos. Su reforma de la Iglesia no es en modo alguno sustituir el corpus doctrinal, que es invariable porque es Palabra de Jesucristo, sino las formas, para que esa doctrina llegue al Pueblo de Dios íntegro y sea asimilado y vivo. Aggiornamento, Iglesia puesta al día, para que sea actual y perenne. Pues, en definitiva, la Palabra de Jesús es Palabra Viva, “una fuente de agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14).