Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

¿Para qué la Iglesia?... y ¿por qué no?


por Jordi-Maria d´Arquer

Opinión

¿Por qué critican que la Iglesia quiere imponer “la suya”, paternalista y retrógrada? Porque piensan que quiere quitarles la libertad de hacer lo que les dé la gana. Y no saben que es precisamente la Iglesia la garante de la libertad en nuestro mundo. Y eso, por mandato directo y explícito del mismo Jesucristo: “Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos” (Jn 14,15). “Conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” (Jn 8,32). Porque Jesucristo es el ser reaccionario por antonomasia. Revolucionó a contracorriente la sociedad caduca del Imperio Romano con doce pescadores y la sola ley del amor.

En efecto, Jesucristo es El Revolucionario. Con su Palabra y las manos de esos pescadores, extendió el hálito divino de Dios sobre el mundo, para preparar el camino que le ha de llevar a reinar en él, como Rey que es (Jn 18,37). No por capricho, sino para, con su naturaleza divina, como Hombre Dios que es, cerrar la Historia y el Tiempo y llevarse a los elegidos que le esperan gimiendo dolores de parto, ansiosos por ser elevados a la Gloria (Cfr. Rom 8,18-24).

Enmarquemos la situación. El hombre y la mujer, al ser tentados por el Traidor en el Paraíso que su Creador les había confiado, cayeron y rompieron la armonía del cosmos y con el Creador al consumar el Pecado Original que les esclaviza a ellos y a sus descendientes.

Pero, por la condescendencia divina, que es Amor, ya fueron liberados de una vez por todas al redimirlos en la Cruz nuestro divino Redentor. Porque el pecado fue tan grave que, para restaurar la armonía, el Mal debía ser vencido asumiendo el Hijo de Dios la carne mortal junto con el pecado, para, desde ahí, vencerlo, como afirma San Pablo (Rom 5,12-15). Pues en realidad, lo que había hecho inicialmente el Creador era crear al hombre y a la mujer por Amor y para la herencia de la bienaventuranza eterna. Ahora, ya redimidos, ya son nacidos libres y muertos libres. Jesús nos hace libres. ¡Auténticamente libres!

¿Que no te lo crees, eso de que Jesús nos hace libres? Escucha:

Uno: Jesús libera a la mujer, que era la total ignorada de las sociedades romana y judía, y sometida por ley a la voluntad del hombre. En ese panorama de sociedad que hoy llamaríamos machista, Jesús le abre camino y la pone al mismo nivel que el hombre, como había hecho el mismo Creador al crearlos.

-”El que repudia a su mujer (…) la expone al adulterio”: Mt 5,32.

-“Al crear Dios al hombre a su imagen lo creó macho y hembra, y los llamó ‘hombre’”, eso es, los crea con la misma dignidad: Cfr. Gen 5,1-2.

-“Que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo”: Ef 5,33.

-“El marido pague a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo: es el marido; e igualmente el marido no es dueño de su propio cuerpo: es la mujer”: 1 Cor 7,3-4.

-“Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo”: Ef 5,28.

Dos: Jesús desencadena al esclavo, que era la purria de las purrias:

-“Uno solo es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos”: Mt 23,8.

-“Dios no hace acepción de personas”: Ef 6,9.

Tres: Jesús libera la sexualidad, que era y es la gran esclavitud del ser humano por el mismo ser humano:

-“Serán los dos una sola carne”: Gen 2,24.

-“No adulterarás”, “No cometerás actos impuros”, sexto mandamiento: Dt 5,18.

-“Si tu mano (…) si tu pie (…) si tu ojo te hace caer, sácatelo” (Mc 9,43-48).

-“Huid de la fornicación (…) el que fornica peca contra su propio cuerpo” (1 Cor 6,18).

Jesús abre la puerta de toda la concepción nueva de la pureza, para restaurar la bienaventuranza perdida por el hombre y la mujer en un principio, enseñanza típica de la concepción cristiana.

“Pero la Biblia dice ‘no adulterarás’ y no ‘no fornicarás’. Tú te sacas de la manga el ‘no’ global al sexo” –me retas-. Yo te contesto que Jesús es el Renovador de la Ley mosaica, la cual fue dada más liviana, según palabras del Redentor, “por la dureza de vuestros corazones, pero al principio no era así” (Cfr. Mt 19,8). Jesús lo renueva todo, restaurando desde el Origen.

Además, con ese “no adulterarás” que me dices sucede lo mismo que con el mandamiento “no matarás”, que de facto es el enunciado que engloba otros muchos pecados, como “no murmurarás” o “no someterás a tu prójimo”. Advirtamos que todo en la Biblia está escrito en perfecta coherencia y complementariedad indivisible como parte de un todo, clara en este punto como en casi todos. Solo viviendo la pureza se experimenta la gran libertad en esta vida, la cual también puede llegar a verla en los puros e intuirla una persona de buena voluntad, aunque no la viva.

La experta guía de esos consejos, de ese camino claro y diáfano como la luz de la mañana, es la Iglesia. Ella no hace más que recordarnos y ponernos en cuestión nuestra conciencia. No olvidemos que la conciencia rectamente formada es la garante de nuestra salvación en Cristo Jesús. Y será nuestra propia conciencia la que nos juzgará ante Él y los hombres en su Juicio Universal, tras la muerte. ¡Ahí nos veremos todos las caras!

* * *

Si es cierto que eso es así, ¿por qué se empeñan los oponentes de Jesucristo y su Iglesia, los enemigos de Dios, además de los débiles y los tontos, en impedirle su programa liberador? Por una razón tan ignorada como obvia: por comodidad, orgullo y dejadez y porque ceden por intereses amañados. ¿Con quién? Con los que tienen el programa que pretenden imponernos para que los cuatro gatos poderosos acaudalados de la cruzada global tengan la sociedad planetaria en sus manos. ¿Para qué? En definitiva, a fin de poder abrirle la brecha a la victoria definitiva al Príncipe de este mundo, Satanás, el Mentiroso, que pretende quitarle de las manos la Creación al Creador.

…Claro que eso de “victoria definitiva” se lo tienen muy creído. Porque Satanás -el Sometedor, el Embustero- no tiene nada de liberador. Pero, como sus secuaces andan obnubilados por el poder y la gloria que les ofrece como aparente victoria, lo que pretende es usarlos también a ellos con engaño, para imponerse él finalmente a todo ser mortal, también a ellos, en el mismo momento en que esos infelices le pongan en sus manos el mundo, y cargárselo. Es El Odiador, que con mentira y usura se rebela contra todo lo que huele a amor, bien y bondad. Es El Maligno, que odia todo lo que no sea él mismo, porque su soberbia le llevó a creerse el poder que Dios le había dado al crearlo también a él, antes de la creación del ser humano y la fundación del mundo.

Digo que se lo tienen muy creído, porque, ciertamente, de Dios Creador no se ríe nadie. “Él tiene el bieldo en la mano (…) aventará la parva (…) y quemará la paja con un fuego que no se apaga” (Mt 3,12). Son palabras -fuertes- del Precursor, Juan el Bautista. Pero el mismo Redentor, el Cristo Hijo de Dios vivo, lo aclara –contundente- en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30.36-43).

Me dirás: “Y, si es cierto lo que dices, ¿de verdad piensas que son tan tontos los que siguen a Satanás, como para seguirle?”. Te insistiré simplemente en que la mayoría de los hombres y mujeres que se rebelan contra el plan de Dios, lo hacen por ignorancia, debilidad (sobre todo orgullo) y comodidad; también los hay, pero no tantos, que lo hacen por aquella maldad pura y dura de hacer el mal con total conciencia de lo que hacen.

Más bien son unos inmisericordes indigentes sedientos de gloria y de grandeza, dignos de compasión. Pareciera que por inercia caen, porque su inteligencia, además de no ser angélica como la del Maligno, y que, por tanto, es muy limitada, está ofuscada por las pasiones, que son la puerta de entrada del Mal en su alma. Un alma que, a medida que se ensucia con el pecado, oxida y corroe cuanto toca, dentro y fuera. Porque el ser humano, expresado por la Naturaleza misma como hombre o como mujer, es un ser integral que a su vez integra y es integrado por sus semejantes los hombres y mujeres de todas las épocas y el resto de la Creación. (Vid. Encíclica Laudato Si’, n. 11, 89 y ss.).

Por eso, el mundo que conocemos, que es la Creación por medio de la cual nos habla Dios Creador, está en la actualidad al borde del abismo. Porque está oxidado, corroído por el Mal que extiende el mismo ser humano con su acción, que le ofusca y autodestruye. Hasta el punto -incluso- de no adivinar ya su vocación de eternidad, su herencia de la bienaventuranza para la que Dios lo ha creado… y hermanarse contra la Iglesia, que custodia la Verdad. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), nos avanza Jesucristo. “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). “Por medio de la Palabra se hizo todo” (Jn 1,3). “Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Todo esto nos lo aclara el principio del Nuevo Testamento, en referencia al Mesías Redentor, el Cristo Resucitado.

Sucede entonces que, por este motivo, el mundo -entendido en el sentido peyorativo del término-, con sus esclavitudes y manipulaciones sociales, políticas y culturales, ni capta ni asimila que la Iglesia haya sido instituida para bien espiritual de la Humanidad entera. Al unísono, la misma Iglesia respeta el gobierno de los hombres en todo lo que no es de orden espiritual, eso es, todo lo humano.

En efecto, es algo que constatamos en las siguientes citas de la Biblia. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del Infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos. Lo que ates en la Tierra quedará atado en el Cielo y lo que desates en la Tierra quedará desatado en el Cielo” (Mt 16,18-19). “Que toda persona esté sujeta a las autoridades que gobiernan, porque no hay autoridad que no venga de Dios” (Rom 13,1). “Estad sujetos, por el Señor, a toda institución humana: lo mismo al emperador, como soberano, que a los gobernadores” (1 P 2,13-14). Asimismo, San Pablo, el gran Apóstol de las gentes, se refiere a su amada Iglesia con palabras sin costura: “Obedeced a vuestros pastores y someteos a ellos” (1 Hb 13,17).

Constatamos, pues, con la observación de la realidad que, acostumbrados como están los que persiguen o ignoran al Cristo y su Iglesia a arrastrarse entre las pasiones más bajas, los muy condenados se rebelan contra la luz que les ciega. ¡Y “la Palabra era la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre”! (Jn 1,9). Aún mucho menos pueden aceptar que sea la Iglesia, con su luz inmaculada, con su doctrina indudablemente exigente, la que les pueda de verdad ofrecer esa mano que les tiende con insistencia y amor de madre para llevarlos al Amor.

Contrariamente, observamos con pasmo que, no obstante, el mundo del que hablamos entiende que no entiende aquel entregarse a todo tipo de costosas técnicas y prácticas de una espiritualidad fofa, ñoña, vana y sucia (¡quién da más?) que, aunque le sugieren libertad y autocomplacencia, no le llenan, y sin embargo le arrastran poco a poco con su credulidad resbalando de bajada hacia la muerte. Y es que ya sabemos que para pactar con el diablo no hace falta más que ir cediendo… cediendo… hacia… el Infierno, como adviertes a tu llegada.

Eso es así, en definitiva, porque no hay peor muerto que el que llega previamente muerto, como aquello que apunta el proverbio de que “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Pues, aunque parezca mentira a un observador imparcial, se tapan los oídos a todo lo que venga de la Iglesia, que se les ofrece gratis. Ya lo repite como un estribillo Jesús en el capítulo 13 de Mateo: “¡Quien tenga oídos que oiga!”.

* * *

Y en esas estamos. Hasta que crean por las buenas en la Iglesia y su Cabeza, Jesucristo. O bien, también será posible que le obliguen al Amor de los amores a hacerlo por las malas. Puesto que será Él, y no otro, el que un día vendrá a liberarnos a todos, sí, pero después de mucho mal que nos estamos provocando nosotros mismos, como ya empezamos a comprobar con el cambio climático, las guerras, el caos personal, social y familiar; las ansiedades e inestabilidades mentales, la pobreza extrema, la perversión sexual, el aborto, la eutanasia… y con ellas la contradictoria primacía de la muerte sobre la vida.

“¡Y no queréis venir a mí, para tener vida!”, nos grita Jesús (Jn 5,40). No obstante, si Él es Vida y es Rey, con Él viviremos y reinaremos los que a Él le sigamos. “De nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros” (Jn 14,3). “Si sufrimos con Él, reinaremos con Él” (2 Tim 2,12). Ciertamente, será por sorpresa. “El día y la hora nadie los sabe, ni los ángeles del Cielo, ni el Hijo, solo el Padre” (Mc 13,32).

Pues sí. Los pobres felices elegidos reinaremos aquí en la Tierra y allá en el Cielo, de la mano de Jesús Rey, que vendrá a coronar a su Iglesia en la pobreza. Solo falta que queramos reinar, pero para ello será necesario que actuemos aplicándonos sabiamente en el advenimiento del Reino. Ya sabemos que la participación de los seguidores de Cristo en la vida pública pertenece a la esencia del cristianismo, por mandato explícito y directo de Jesús a sus apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). “Expulsad demonios” (Mt 10,8).

Posteriormente a la muerte de Jesús, lo atestigua de palabra y de obra San Pablo (el Apóstol de los gentiles) en todas sus cartas del Nuevo Testamento, escritas tras su conversión. Fue ni más ni menos que la consecución del mandato del Señor en su conversión, según palabras de Ananías: “Serás su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído” (Hch 22,15).

Si tomamos los socialismos y los capitalismos, la Doctrina Social de la Iglesia no es tercera vía política, sino el modo de caminar ineludible con cualquier sistema de gobierno humano lícito. Con ellos y en ellos, habrá que interpretar y aplicar correctamente la praxis y la globalidad del mensaje cristiano a la luz del Bien y la Verdad en Dios, siguiendo los pasos de nuestro divino Maestro.

En esa perspectiva tan amplia, habrá que advertir, asimismo, que, a medida que avanza el Mal, constatamos que la vida de la Iglesia es el pálpito del mundo, su propia alma, su esperanza. Así es, puesto que “yo soy la puerta”, nos asegura Jesús (Jn 10,9). Observemos que la puerta está en y nos la abre la Iglesia, que es nuestro redil, nuestro aprisco. “El que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, ese es ladrón” (Jn 10,1).

Por otro lado, no olvidemos jamás que la Virgen nos introduce como Madre en la Vida sin fin de su Hijo, con y por Amor de Madre. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le confía Jesús desde su Cruz el apóstol Juan, antes de recalcarle al apóstol: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,26-27). Y por eso la tenemos como Madre. Porque es Madre de la Iglesia y Puerta del Cielo, como recitamos en las letanías del Rosario. Ella es nuestra Letanía. Letanía del Universo. Reina del Cielo. Nuestra Reina. Y, si reinamos con su Hijo, con ellos reinaremos eternamente.

Concluyamos, pues, nuestra disertación con el aire fresco del Paraíso. “Al que venza le daré a comer del Árbol de la Vida que está en medio del Paraíso de Dios” (Apc 2,7). Como hemos visto, no caminamos solos, sino acompañados de nuestros hermanos cristianos y con los demás hombres y mujeres de buena voluntad, en la promesa de la Gloria. “Quien venza no será dañado por la segunda muerte” (Apc 2,11). “Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe (…). Ahora bien, Cristo ha resucitado (…). Como por un hombre vino la muerte, también por un hombre la resurrección de los muertos” (1 Cor 14-21). “Si perseveramos, también reinaremos con Él” (2 Tim 2,12).

¡Esa es nuestra fe! Juntos la vivimos en la Iglesia, y juntos crecemos. Por eso es perseguida, por eso nos persiguen y por eso nos perseguirán. Como nos advierten la parábola del tesoro escondido y la de la perla (Mt 13,44-50), ese es el precio a pagar por el Tesoro. ¡Hay que darlo todo! En la Gloria lo disfrutaremos. Seremos –al fin- la Iglesia triunfante. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2,9). Y no será que todo comience, sino que, como dicen las buenas novelas, ¡continuará! nuestra película sin fin…, entonces ya con el final feliz en nuestras manos e hinchiendo nuestros corazones. ¡Final sin fin!

Artículo publicado en Forum Libertas en tres partes: primera, segunda y tercera.

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