El Jubileo y la esperanza en la maternidad

Estamos dando los primeros pasos de este Jubileo del 2025, un camino que la Iglesia nos recomienda vivir, de modo especial, centrados en la esperanza. Ése es el lema de este año jubilar: Peregrinos de la esperanza, y peregrino es alguien que camina, que va avanzando paso a paso, y que, al menos parte del tiempo, no recorre un camino fácil, cómodo y agradable. Peregrino es el que camino en el claroscuro de la vida.

En estos días de “cremallera” entre el año viejo y el año nuevo, es frecuente hacer recuento del año que termina y planificación y buenos propósitos para el año que comienza. Es el conteo de cómo está la situación, teniendo en mente qué situación nos gustaría para el próximo año. Y si miramos a los datos demográficos y de población, el balance es un tanto preocupante; y no parece que para el futuro haya buenos augurios. En España, por ejemplo, el número de españoles ha bajado (han muerto más personas de las que han nacido), si bien la población ha aumentado gracias a la llegada masiva de inmigrantes.

No es negativo que aumenten los inmigrantes (habría que analizar muchos y diversos factores), pero sí preocupa que descienda tanto el número de niños. Si vemos la tasa de fecundidad, llevamos años a la cola de la natalidad en Europa; y la natalidad en el resto de Europa tampoco es muy boyante. Estos datos, de España y de casi todos los países, son un reflejo de la “esperanza social”, el proyecto de vida con el que miramos al futuro. Los hijos, el deseo real y efectivo de fecundidad son un reflejo de cómo miramos hacia el futuro.

Son muchos los problemas que están detrás de esta situación, y de ello hablan demógrafos, sociólogos, psicólogos, economistas… Casi todos aluden a la grave situación actual, aunque pienso que “ningún tiempo pasado fue mejor”. Las dificultades y problemas sociales, económicos, laborales… siempre han existido y seguirán existiendo. ¿Realmente estamos peor que hace cincuenta o cien años? Sin minusvalorar los problemas actuales, constatamos que hay muchos signos positivos de situación económica, bienestar, ocio, vacaciones…

Hay problemas, como siempre, pero cada vez somos menos “peregrinos de la esperanza”. Calificamos rápidamente a cualquier optimista como “pesimista mal informado” y nos empeñamos en seguir llorando bajo el muro del “es difícil”, “no se puede”. Peregrinamos en este valle de lágrimas, pero de la mano de aquella que es vida, dulzura, esperanza nuestra, y de la mano de su Hijo, que ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de la vida eterna. O como decía aquel sabio: si lloras porque no ves el sol, las lágrimas no te dejarán ver la luna y las estrellas.

Peregrinos de la esperanza, y por ello amantes de la vida y de la maternidad. En el último Angelus del Papa antes de celebrar la Navidad, Francisco hablaba de “dos mujeres felices por el don de la maternidad”, María e Isabel. Ante la maternidad, ante cualquier mujer embarazada, podemos decir “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Es el asombro y la gratitud ante la vida que nace, la vida que ha nacido en Navidad (el Hijo de Dios) y la vida que nace en tantos momentos del año, de tantas mujeres generosas, amadas y cuidadas por su marido, su familia y toda la sociedad.

Muchas madres lo dicen abiertamente, y muchas más lo saben aunque no lo dicen: “Lo más hermoso de mi vida ha sido poder traer a mi hijo al mundo. Y lo traigo porque creo en él, creo en futuro hermoso y maravilloso".