La blasfemia de Nochevieja y la libertad
por Eduardo Gómez
El inevitable error histórico de los católicos liberales fue asentir a las consignas políticas enemigas del cristianismo. Comulgaron con una idea de libertad llena de pájaros en la cabeza y de frenesí en el corazón, sentada en la no reglamentación de la conducta individual, con una noción de la política meramente formal dictada por los contratos constitucionales. ¿Qué podía salir mal? Se tragaron una libertad peregrina modulada por los sacrosantos constitucionalismos, según la cual la licencia de cada individuo empezaba justo donde acaba la del otro y viceversa.
El problema que tenía aquella libertad para románticos embriagados era que nunca se sabía qué había en el territorio interior correspondiente a la libertad de cada cual. Con otras palabras, qué era lo que se plantaba o criaba en el campo libre de cada persona, si se cultivaba trigo o se criaban serpientes. Como ustedes se imaginarán, las serpientes muerden también donde acaba la libertad de unos y empieza la de los otros. Aquellos católicos liberales no entendieron que a las serpientes hay que pisarles la cabeza allá donde se encuentren tal como reza la Biblia, porque la Biblia, que es palabra de Dios, entiende mejor que nadie que la libertad jamás puede consistir en criar serpientes y mucho menos (dado su historial teológico) en hacerles caso, aunque no molesten a nadie.
La maldición de los católicos liberales fue confiarse antes al pensamiento político de germen protestante que al católico. Solo hay que echar un vistazo al magisterio balmesiano para saber cuán equivocados estaban. En su teoría del poder, Jaime Balmes recuerda que solo los ateos pueden objetar que todo poder viene de Dios porque el poder es -ante todo- ser, dominio y derecho; y Dios es fuente del ser, dueño de las cosas y origen de cualquier derecho. Naturalmente, Balmes, siguiendo a San Pablo, aclara que la potestad es lo que viene de Dios (cf. Rom 13, 1), y no el gobernante ni el régimen. Pero ese derecho divino -advierte Balmes- se utiliza como un "espantajo que se presenta a los ignorantes y a los incautos para hacerles creer que la Iglesia católica, al enseñar la obligación de obedecer a las potestades legítimas como fundada en la ley de Dios, propone un dogma depresivo de la dignidad humana e incompatible con la verdadera libertad".
Es entendible que la mamarrachada blasfema de las campanadas de Nochevieja en Televisión Española haya dolido a los cristianos, aunque menos entendible que les haya causado asombro. Hay muchos cristianos en España -ya en minoría- no conscientes de que el liberalismo y el Estado aconfesional que trajo consigo la última Constitución son el portaaviones perfecto para el laicismo más beligerante. El problema no es que dos sujetos salgan en televisión mofándose del Sagrado Corazón de Jesús, sino la ignorancia del humus que antecede y precede: una sociedad secularizada que ya concibe mayoritariamente el cristianismo como una superstición trasnochada; y una pastoral pasada por agua que, con buena intención, llama a la concordia por una sana laicidad tan sana como el cianuro.
Tras la estupidez licenciosa de la libertad de expresión y otras consignas de la misma progenie vela armas el laicismo de los estúpidos comecuras de cada época. La licenciosa estupidez de entender “la libertad de expresión“ como expresión de la libertad implica necesariamente que la libertad de expresión consista en atacar aquellas confesiones que se consideren atacables como expresión genuina de la libertad. Según Balmes, son exigencias del derecho divino la existencia de un poder que gobierne la sociedad, pero también que "ésta no quede abandonada a merced de las pasiones y los caprichos", los cuales ya sabemos que forman parte de la libertad de expresión blindada por ley.
A los católicos liberales partidarios de las libertades abstractas hay que recordarles que la mamarrachada blasfema de Broncano y su compañera de ceremonias no es ni mucho menos el origen de la propaganda anticatólica. Para quien tenga interés en hurgar en la historia, John Locke, uno de los padres del liberalismo, fue de los primeros pregoneros del espantajo anticatólico cuando dijo que había que tolerar todas las religiones exceptuando a la católica por su intolerancia.
En España, el régimen liberal imperante salido de la última Constitución se ha encargado de demonizar la religión católica asociándola sistemáticamente al oscurantismo y la tiranía, ante la pasividad de una Iglesia nacional de actitud moderantista, deseosa de domesticar a las hienas con ambivalencias complacientes en lugar de evangelizar a los sencillos de corazón y combatir sin complejos las mentiras de las ideologías rampantes. Al respecto, un Jaime Balmes, con mirada proléptica e implacable, denunciaba que al igual que había una democracia no estrictamente política pero loable, en la que la libertad se ejercía con arreglo a la razón y la justicia, existía otra "errónea en sus principios, perversa en sus intenciones, violenta e injusta en sus actos, cuyo dogma fundamental es la negación de toda autoridad, cuyo resultado es la anarquía". Esta última constituye el marco en el que se están produciendo los ataques desatados a los símbolos cristianos. Si los católicos españoles quieren contrarrestarlo, tendrán necesariamente que empezar por entender las causas primeras: el liberalismo y su nefasta noción aconfesional del Estado (que nada tiene que ver con los Estados multiconfesionales contra los que no caben ataques al amparo de la libertad de expresión).
No es viable invocar la sana laicidad y asombrarse de sus consecuencias. No se puede asentir con los espantajos del infausto John Locke y a la par afligirse con las mamarrachadas sacrílegas de sus últimos epígonos. No se puede admitir la libertad de expresión y rechazar ipso facto las expresiones concretas de esa aberrante libertad. Un catolicismo dispuesto a convivir con la Revolución y a rechazar sus fechorías tiene los días contados. El hecho de que Broncano y su compañera de ceremonias se burlen del Sagrado Corazón de Jesús es indicativo del lugar que actualmente ocupa la religión católica en España: sin peso político alguno y camino de la irrelevancia social, usada como payaso de las bofetadas en el cadalso de la intransigencia.
Ese catolicismo, que ha perdido buena parte de su vigor en favor de su principal enemigo conceptual, el liberalismo, va camino de ser políticamente un fiambre y solo podrá resucitar entre quienes, acogiéndose al sabio magisterio balmesiano, rechacen de plano todas las ideologías y dogmas liberales. Lo demás es una grotesca pataleta disfrazada de ejercicio de resistencia. O se pisa la cabeza de la serpiente o anidará en los templos antes de derruirlos con la rúbrica de su sonrisa blasfema.
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