Así se pierde la fe
Ya me gustaría a mí que la jerarquía y el clero de las diócesis españolas bajaran de su soberbio pedestal y copiaran –que no es pecado copiar lo bueno de otros, aunque sea de los malditos gringos- esta excelente iniciativa, fundamental en la recuperación de la fe en la decreciente feligresía española, porque al paso que vamos, los pocos sacerdotes que van quedando aún estarán de sobra.
La inmensa mayoría de los niños españoles son bautizados y hacen la primera Comunión; además muchos de ellos reciben el sacramento de la Confirmación, pero a partir de aquí un porcentaje desproporcionado desaparecen de nuestras parroquias, aunque reciban clases de Religión en los colegios, y ya no se les vuelve a ver el pelo hasta que se casan, si es que lo hacen por la Iglesia o ni siquiera por lo civil. ¿Qué ha pasado entre la catequesis de primera Común y la de Confirmación hasta llegar a la condición de “creyente y no practicante”. Eso en el mejor de los casos, porque los hay que van más allá y terminan en la apostasía o en el ateísmo. Han podido pasar muchas cosas, como el despertar del cuerpo y la libido, el paso por la enseñanza pública media o superior –verdadera fábrica de increyentes-, el laicismo dominante, pero, sobre todo, ha pasado que dejaron de asistir a la misa dominical, esa puerta que mantiene la fe si permanece abierta y transitada. Y ahora viene la segunda pregunta, ¿por qué se deja de asistir a misa los “domingos y demás días de guardar”? En la mayoría de los casos, porque dejaron de hacerlo sus padres, por la frialdad religiosa que afecta a no pocas familias. En general son personas de fe, de buena fe, pero les vence la pereza, la desidia, o el dejar para el fin de semana las no pocas cosas que no han hecho durante los días laborables anteriores, sobre todo si trabajan ambos esposos (esposos y no pareja) y, naturalmente, ya no les queda tiempo para más. O, también, porque anteponen el ocio y el legítimo disfrute del tiempo libre al encuentro con el Señor en la eucaristía. Sea por una razón o por otra, el caso es que muchos feligreses, siempre demasiados para quienes nos duele la Iglesia, pasada la primera Comunión (tan gozosa y nunca olvidada) y acaso la Confirmación, se alejan de su parroquia y muchos de ellos nunca vuelven a pisarla, con sus consecuencias nefastas para mantener la fe. La falta de asistencia a misa conduce a la frialdad religiosa, y la frialdad a la indiferencia, a la pérdida de sensibilidad creyente, y esta pérdida acaso al olvido de la identidad cristiana. Los obispos norteamericanos han entendido el proceso corrosivo que acaba con la fe de los fieles, y algunos de ellos han emprendido un campaña de “chapó” a fin de tender puentes a los alejados para que “vuelvan a su casa”. Estos días hemos conocido la llevada a cabo por el arzobispo de Phoenix a lo largo de un año, con resultados altamente positivos. Arizona es un estado muy dinámico y emprendedor, donde han recalado empresas de alta tecnología electrónica, como Intel y Motorola, que han huido de la decadencia y agobio fiscal de California. El aeropuerto de Phoenix es uno de los de mayor tránsito de EE.UU., entre otros motivos porque la ciudad tiene, en su perímetro, nada menos que 150 campos de golf, contados por mí sobre su plano en mi última visita a esta capital. Pues bien, a lo que se ve, la Iglesia católica de este estado no va a la zaga de su dinamismo vital, y sus iniciativas pastorales sirven de modelo a otras diócesis norteamericanas. Tanto es así, que el arzobispado de Wasghinton ha emprendido, hace unas semanas, una campaña similar a la de Phoenix, en vallas y televisión, y según las informaciones recogidas en esta misma página, hay más diócesis de allá que estudian hacer algo parecido. Ya me gustaría a mí que la jerarquía y el clero de las diócesis españolas bajaran de su soberbio pedestal y copiaran –que no es pecado copiar lo bueno de otros, aunque sea de los malditos gringos- esta excelente iniciativa, fundamental en la recuperación de la fe en la decreciente feligresía española, porque al paso que vamos, los pocos sacerdotes que van quedando aún estarán de sobra, pues apenas quedaremos cuatro viejos asistiendo a misa. Pregunto a quien corresponda, que si en lugar de perder el tiempo en los planes trienales de menudencias pastorales (que nadie conoce porque no sé si se informa a alguien y que al parecer no tienen otro objeto que mantener “ocupados” a los funcionarios clericales de Añastro), no sería mejor concentrar todo el esfuerzo en un empeño ambicioso como el que están llevando a cabo los americanos. La Iglesia española, cuando quiere, sabe hacerlo. Ahí están, como ejemplo, las meritorias campañas del “X tantos” y la más reciente y espléndida en defensa de la vida. Ánimo, queridos obispos y renuentes curas, que el tiempo y la situación apremian. Vicente Alejandro Guillamón
Comentarios