Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La Cruz de los Jóvenes


Muchos se preguntarán cómo dos tablas cruzadas pueden cambiar el sentido de la vida de tantas personas… En medio de una cultura que se mueve con la lógica del bienestar, del placer, del prestigio, del poder, del poseer…etc., la Cruz sigue resultando para muchos necedad o escándalo (cfr. 1 Co 1, 23).

por Monseñor José Ignacio Munilla

25 años después Se cumplen veinticinco años desde que nuestro inolvidable Juan Pablo II, confiase a los jóvenes del mundo entero, una austera y sencilla cruz de madera, de 3,8 metros de altura. Lo hizo en un marco solemne: era el Domingo de Pascua de 1984 y se clausuraba el Año Santo de la Redención, en el que se habían conmemorado los 1950 años de la muerte salvífica de Cristo. Las palabras del Papa lanzaban un reto que ha resultado ser verdaderamente profético: “Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención”. En las bodas de plata de aquel acontecimiento, un grupo de cuatro mil jóvenes españoles se dispone a peregrinar a Roma, encabezados por el Cardenal Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal, D. Antonio María Rouco. Van a vivir un acontecimiento singular, en el marco de la celebración del Domingo de Ramos, presidida por el Papa en la Plaza de San Pedro del Vaticano: el traspaso de esta “Cruz peregrina”, de las manos de los jóvenes australianos a las de los jóvenes españoles. Preparados para el relevo: ¡recibimos el testigo! En estos veinticinco años, la “Cruz peregrina” ha visitado los lugares más recónditos de la Tierra: consiguió entrar en los países de la Europa comunista, para terminar pasando por la Puerta de Brandenburgo, una vez caído el muro de Berlín; visitó la Zona Cero de Manhattan tras el atentado de las Torres Gemelas, sin dejar por ello de hacerse presente en los países más pobres; presidió en el año 2000 el memorable Vía Crucis de Juan Pablo II en el Coliseo romano, así como también fue transportada en trineo por los esquimales del Canadá… Ante todo y, sobre todo, es la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, en las cuales ha estado presente desde su inicio. Su llegada a nosotros, nos trae el impulso de revitalización que la JMJ de Madrid 2011 puede y debe dar a toda la Pastoral Juvenil española. Hasta ahora, el “testigo” de la fe lo habíamos recibido mayoritariamente, en el seno de nuestras familias, en el contexto de una tradición católica; pero, en el momento presente, es necesario que sean los propios jóvenes quienes también se entreguen ese “testigo” de la fe, unos a otros. Por ello, la “Cruz peregrina” visitará detenidamente la geografía española, derramando las gracias divinas que hagan verdaderas las palabras del apóstol San Juan: “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno” (1 Jn 2, 14). ¡Por tu Santa Cruz redimiste al mundo! Muchos se preguntarán cómo dos tablas cruzadas pueden cambiar el sentido de la vida de tantas personas… En medio de una cultura que se mueve con la lógica del bienestar, del placer, del prestigio, del poder, del poseer…etc., la Cruz sigue resultando para muchos necedad o escándalo (cfr. 1 Co 1, 23). Sólo aquellos que se han abierto al Espíritu Santo -que es quien nos familiariza con la “sabiduría de la Cruz”-, pueden llegar a entender que la Cruz es la prueba definitiva del amor de Dios Padre a los hombres: “En verdad, apenas habrá quien muera por un justo -por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5, 7). Junto a la Cruz, estaba su Madre Dos años antes de su fallecimiento, Juan Pablo II entendió que el signo que había legado a los jóvenes en la “Cruz peregrina”, podía ser enriquecido. Aprovechando el momento en que los jóvenes canadienses entregaban la cruz a los jóvenes alemanes, añadió un segundo elemento que completaba el símbolo de la transmisión de la “antorcha” de la fe: un icono de la Virgen María, con la advocación “Salus Populi Romani”. Lo propio de la Madre no sólo es aliviar el peso de los sufrimientos de sus hijos, sino también enseñarnos a descubrir la presencia del Resucitado en medio de las cruces diarias. El Crucificado y el Resucitado, no sólo son la misma persona, sino que son dos condiciones inseparables de nuestra propia existencia. María se encarga de mostrarnos que ¡no hay rosa sin espina, como tampoco hay espina sin rosa! La Virgen María ha resultado ser la “embajadora de la Cruz”. Ella nos introduce en esta gran fiesta de unidad y de universalidad de la Iglesia Católica, en la que la “Cruz peregrina” llega desde las antípodas del planeta hasta nosotros. ¡Bienvenida sea! + José Ignacio Munilla, obispo de Palencia
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