Obama, cien días
La cuestión, como dije hace un mes en esta misma sección, es que los grandes retos que tiene el presidente norteamericano no los podrá afrontar con éxito si no logra unir a todos los norteamericanos, y el camino que ha emprendido no es el más adecuado para conseguirlo.
por Santiago Martín
Obama no ha sorprendido a nadie en los cien días que han pasado desde que ganó las elecciones. Ha hecho lo que se esperaba de él. Y ahí, precisamente, ha estado el problema. Porque lo que cabía suponer era que designara fondos públicos para apoyar el aborto en el mundo o que, como ha anunciado, levantará el veto que impuso Bush a la investigación con células madres de origen embrionario. Estas dos cosas, entre otras, parecen formar parte inevitablemente del programa del gobierno de todo «progre» que se precie. Y Obama, efectivamente, no ha decepcionado a aquellos que le votaron sabiendo que iba a hacer precisamente eso. Tampoco habrá sorprendido a los que no le votaron porque temían que hiciera exactamente lo que ha hecho. La cuestión, como dije hace un mes en esta misma sección, es que los grandes retos que tiene el presidente norteamericano no los podrá afrontar con éxito si no logra unir a todos los norteamericanos, y el camino que ha emprendido no es el más adecuado para conseguirlo. De hecho, ante las medidas contra la crisis económica, los republicanos se han quejado de que no ha aceptado ningún diálogo: les ha pedido apoyo incondicional a sus planes, tanto si les gustaban como si no. Y como no se lo han dado, les ha acusado de no querer colaborar para resolver los problemas. La oposición, pues, según Obama, debe desaparecer y limitarse a ser «palmeros» del Gobierno. Como en España. Así, con la apisonadora, se podrá vencer, pero no unir. Y sin unidad, aunque a Obama o a Zapatero no les guste, no se resuelven los grandes problemas. ¿Pero es capaz de dialogar la izquierda? La Razón
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