Yo acuso a la FERE y compañía de...
Si los miembros de esta federación mantuvieran con la Jerarquía eclesiástica el mismo grado de “entendimiento” que con el el poder político, la Iglesia española sería una piña muy difícil de ningunear. No espero, sin embargo, que mi alegato cambie mucho las cosas o sirva de algo.
Con este título, el escritor francés Émile Zola, publicó hace exactamente ciento once años (1311898) un duro alegato a toda plana en la primera del diario de París “L’Aurore”, a favor del capitán de origen judío Alfred Dreyfus, condenado injustamente en medio de una feroz campaña antisemita, por supuesto espionaje a favor de los alemanes. Pablo Neruda, siendo senador, también utilizó el mismo recurso para oponerse en el Congreso Nacional chileno a la llamada “ley maldita”. Ahora soy yo, libre de todo complejo, quien acusa a la FERE y compañía de sumisión al poder civil, cualquiera sea la ideología de este poder, de servilismo al “mando”, sin importarles las consecuencias éticas y religiosas de una actitud tan claudicante. No es la primera vez, ni mucho menos, que los integrantes de la FERE colaboran con los gobernantes en la imposición de políticas educativas despóticas. En tiempos de Franco ya lo hicieron, mientras otros nos jugábamos la seguridad personal y laboral, no solamente por legítimas convicciones políticas, que las teníamos, sino para que el día de mañana nadie pudiera decir que los católicos no habíamos estado donde había que estar cuando había que estar –y no ahora con tanto antifranquista repugnante, como la mayoría de los “tirititeros”, que no lo fueron cuando era necesario que lo fueran-. La FERE no hizo nunca ningún amago de protesta, ni una leve queja colectiva por la falta de libertad –el gran déficit de aquel régimen- que se padecía incluso en la enseñanza. Estaban demasiado ocupados en hacer caja, como Jesús Polanco, con los beneficios que otorgaba el ministerio de Educación a los colaboradores. Tampoco estuvo la FERE –que yo recuerde- en los movimientos, aunque tardíos necesarios, que la Iglesia hizo para marcar distancias con el “Régimen”, como la “conjunta” de 1971, ni en la “movida” contestataria de la UNAS (Unión Nacional de Apostolado Seglar), que determinó su disolución por el arzobispo de Madrid, don Casimiro Morcillo, y su obispo auxiliar y consiliario de la Acción Católica, don José Guerra Campos. Al llegar la democracia, la gran mayoría de los colegios religiosos no se distinguieron por su adhesión al espíritu libertario (de libertad) y al fomento de sus virtudes, sino que de una dictadura pasaron a ideologías aún más autoritarias, como las distintas variedades de marxismo, bajo el manto de la Teología de la Liberación, el pretexto fraudulento de la “opción preferencial por los pobres” y otras hierbas más o menos venenosas. Siendo ministro de Justicia e Interior el turolense Juan Alberto Belloch (19931996), el movimiento objetor de conciencia a la “mili” alcanzó tales proporciones, que el gobierno socialista de Felipe González, no sabía que hacer para “colocar” a tanto objetor en la “prestación sustitutoria”, de modo que recabó la colaboración de numerosas organizaciones “sociales”, entre ellas Cáritas, que tenían que admitir objetores –es decir, operarios gratuitos en régimen forzoso- si querían seguir percibiendo las generosas subvenciones que les concedía el Gobierno. Las órdenes y congregaciones religiosas, entre ellas las integradas en la FERE, presionaron al entonces presidente de Cáritas nacional, Alfredo Marugán, santo varón que había presidido durante muchos años las Hermandades de Trabajó –en las que yo colaboré activamente también durante años- para que la institución caritativa admitiera objetores, a fin de remitirle a sus respectivos novicios o postulantes, que se declaraban todos objetores, pero que, una vez en Cáritas, no los veían allí ni en fotografía. Era una manera de burlar la ley y escaquearse de la ignominiosa “mili”. Sin embargo, ¡ay de aquel objetor enviado a Cáritas que no tuviera padrinos ni enchufe en ella para saltarse a la torera el año de “prestación sustitutoria”! A un hijo mío objetor –todos ellos objetaron por instigación mía-, fue “destinado” en mala hora a esta institución “benefactora”. Por supuesto no se presentó y Cáritas, ni corta ni perezosa, lo denunció al ministerio de Justicia como “no presentado”, hecho que le supuso un largo proceso de años, amenazado de cárcel por insumiso, que no terminó hasta que el “malvado del bigotín” suprimió el perverso servicio militar obligatorio. ¿Saben quienes defendieron a mis hijos objetores? Ningún abogado de ninguna organización católica, sino un equipo de letrados del partido Humanista que encabezaba Oscar Legido, que lo hicieron bien y muy barato. Por mi parte escribí quejándome de la injusticia a monseñor José María Guix, obispo de Vic y presidente de la comisión episcopal de Pastoral Social, y por su indicación, a don Felipe Duque, consiliario entonces de Cáritas Española. El obispo no me prestó mayor atención y mi “amigo” Duque se rió de mí diciendo que después de todo no pasaba nada si mi hijo invertía un año en ayudar a Cáritas, pero de modo forzoso y haciendo trabajos gratis por los que cobraban buenos sueldos los que allí estaban. El daño moral que Cáritas hizo a mi hijo, no sé si alguna vez alguien podrá repararlo. Desde luego, Cáritas no ha entonado nunca el mea culpa por los atropellos que cometieron en aquella época... para no perder subvenciones. Ahora la FERE vuelve a donde solía, situándose en el nefasto tema de la no menos nefasta y masónica EpC en la órbita del Gobierno y contra el derecho de los padres a elegir la educación que prefieran para sus hijos, contra a la legítima objeción de conciencia a una imposición despótica, y, en definitiva, contra la libertad de enseñanza, ese derecho fundamental que aterra a los dirigentes de la FERE, como lo prueba el hecho de su oposición frontal al cheque escolar. Si los miembros de esta federación mantuvieran con la Jerarquía eclesiástica el mismo grado de “entendimiento” que con el el poder político, la Iglesia española sería una piña muy difícil de ningunear. No espero, sin embargo, que mi alegato cambie mucho las cosas o sirva de algo. Si no parece que vayan a hacer mucho caso al cardenal Bertone, ¿cómo van a prestar atención a un simple escribano? Me conformaría, no obstante, con que alguien lo leyera en las comisiones episcopales de Enseñanza y Apostolado Social, para que se tome nota del enorme daño que se causa a la fe de la buena gente, sobre todo a los jóvenes, cuando se antepone la cuenta de resultados a las exigencias de la misión que Cristo nos confió a todos sus seguidores. Por supuesto, a los curas y religiosos también. Vicente Alejandro Guillamón
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