La izquierda destruye, la Iglesia construye
La Iglesia propone, sin obligar a nadie a seguir sus enseñanzas; las izquierdas imponen desde el poder sus ideologías nefastas. Como no son capaces de construir nada en beneficio de nadie, se especializan en la conquista del poder para implantar su modelo desintegrador.
“Decíamos ayer...” que la izquierda arruina lo que toca, y bien dicho estuvo, según quedó demostrado, aunque hubiera sido más a acertado decir que destruye, que destroza lo que cae en sus manos. Hecho perfectamente lógico, puesto que la izquierda es una ideología negativa, sustentada en el odio, en la envidia. No es, sin embargo, un todo unido y compacto, sino que está formada por varias corrientes ideológicas, aunque hermanadas en el espíritu demoledor de cuanto no se someta a su dictado. Aquí y ahora, pueden distinguirse tres ramas perfectamente identificables: la jacobina-masónica, actualmente en el poder, “agnóstica”, sectaria y obsesionada con la Iglesia católica a la que quisiera ver enterrada bajo siete llaves como el sepulcro del Cid; los residuos del naufragio marxista, cuyo odio a toda clase de religión forma parte de su naturaleza y en guerra civil permanente (lucha de clases, de generaciones, de sexos, de culturas, etc.) con el resto de la humanidad, y los grupúsculos del resucitado anarquismo violento al que suelen llamarles antisistema, enfrentados a todos y a todo. La cara opuesta de estas ideologías, más bien la cara antagónica, la constituye la Iglesia, portadora de amor, bien y paz. Su pasión humanista, su entrega total a la salvación del hombre, tanto espiritual como materialmente, ha inspirado su gigantesca obra creadora, cuya simple relación excede incluso a los conocimientos del historiador más documentado: catedrales, monasterios, basílicas, incontables iglesias, capillas y ermitas esparcidas por todo el mundo; universidades, colegios, escuelas, hospitales, orfanatos, asilos, psiquiátricos; órdenes y congregaciones religiosas dedicadas enteramente a la educación de los más desfavorecidos y a la atención de los más pobres; la inmensa labor humanizadora que llevan a cabo los misioneros, la ayuda real y no meramente propagandista al desarrollo de los países del tercer mundo, y un larguísimo etcétera que escapa a toda enumeración. Incluso en el terreno puramente económico, los hombres y mujeres de Iglesia han hecho grandes aportaciones al servicio de las clases más desistidas. Hasta la guerra civil, todos los montes de piedad, cajas de ahorro y cajas rurales fueron fundadas o impulsadas por obispos, sacerdotes, religiosos o seglares comprometidos. De igual modo las cooperativas agrarias, las almáceras y bodegas vinícolas. El gran complejo cooperativo industrial de Mondragón fue obra del sacerdote don José María Aritzmendiarrieta y cinco jóvenes obreros pertenecientes a la JOC (Juventud Obrera Católica), aunque de allí haya salido posteriormente más de un comunista etarra, por culpa del veneno nacionalista. Frente a tanta evidencia apabullante, ¿qué han creado las izquierdas? Antiguamente nada, prácticamente nada de provecho para la sociedad. Ni siquiera escuelas profesionales para hijos de obreros como las de Tajamar en Vallecas que dirige el Opus Dei. O las que en su día crearon los salesianos, o los jesuitas hasta que se echaron a perder. Ahora quizás constituyan ONGs que no sabemos bien a qué se dedican, pero sí se sabe de qué viven, del subvencionismo oficial. No, las izquierdas no crean, destruyen. A lo sumo inventan organizaciones de agitación social como los “sindicatos de clase”, meras correas de transmisión para alborotar el gallinero, cuando conviene que se alborote, pero en absoluto para defender a los trabajadores, a sus afiliados, entre otras cosas porque no los tienen, sino que se arrogan una representatividad inexistente para vivir de la ubérrima ubre estatal, o sea, de lo que pagamos los esquilmados contribuyentes. Por eso pelean a muerte por todo lo “público” (enseñanza, sanidad, transportes, etc.), porque les va en ello su negocio personal y político. El suyo y el de sus jefes del partido. El filón de muchos individuos que seguramente no saben hacer otra cosa. Personas mediocres que la mayoría de ellas no se distinguen por haber destacado en sus profesiones, si es que tienen alguna. ¿Necesito citar casos concretos para demostrar lo que digo? Pues vayamos a ello. El propio presidente del Gobierno, ¿tiene alguna preparación especial para dirigir un “colectivo” de 45 millones de españolitos? ¿Qué ha sido de su vida, olvidadas ya aquellas lejanas clases en la Universidad de León, más allá de simple apretabotones en el Congreso durante varias legislaturas? ¿Se le nota alguna altura en sus discursos y acierto en sus acciones de gobierno? ¿Y qué me dicen de doña Carmen Chacón? A pesar de sus estudios de Derecho, ¿cree alguien que está capacitada para dirigir una maquinaria tan compleja y complicada como la que tiene a su cargo? Pero era muy espectacular poner al frente de todos los Ejércitos a una mujer –“por primera vez en la Historia”- y además con un bombo a punto de reventar. Pura propaganda. Siempre la política de escaparate y sólo de escaparate, la verdadera especialidad de la izquierda. Y qué decir de Celestino Corbacho, ¿ha sido alguna vez otra cosa que político? Lo mismo que José Montilla, o José Blanco, o Bibiana Aído (un año empleada de banca), o José Bono, o tantísimos más de la bancada socialista, ahora empeñados en una “cruzada” destructora de la fe, la Iglesia, el matrimonio según el orden natural, la familia, la vida del no nacido, la del anciano en fase más o menos terminal, la libertad escolar, incluso la libertad a secas. Y no hablemos del estado en que están dejando la Justicia y el empleo. La cultura de la demolición frente a la que crea y libera. Las izquierdas no resisten ni toleran las comparaciones. La Iglesia propone, sin obligar a nadie a seguir sus enseñanzas; las izquierdas imponen desde el poder sus ideologías nefastas. Como no son capaces de construir nada en beneficio de nadie, se especializan en la conquista del poder para implantar su modelo desintegrador. Si nadie cree ni piensa en nada, sólo en su goce personal, nadie les discutirá su hegemonía. Estamos ante la lucha eterna del bien frente a quienes lo combaten. La doctrina del amor (“amarás a Dios sobre toda las cosas y al prójimo como a ti mismo”) versus las ideologías del odio y el rencor. Nada nuevo bajo el Sol. Vicente Alejandro Guillamón
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