Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La izquierda arruina lo que toca


La izquierda siempre produce en todas partes los mismos resultados catastróficos, tanto más cuanto más dogmática y sectaria se muestra. Y si algo “inventa” es, mayormente, instrumentos perniciosos.

por Vicente Alejandro Guillamón

No necesito recurrir a grandes argumentos para demostrar que el comunismo, la izquierda por antonomasia del siglo XX, fue un desastre absoluto en todos los aspectos allí donde gobernó, sometiendo a un régimen de esclavitud y terror, con cientos de millones de víctimas, a la mitad de la Humanidad que tuvo la desgracia de caer bajo su dominio. Si ahora China está prosperando económicamente, pese a la gravedad de la crisis actual, es porque en esta parcela ha prescindido del dogmatismo marxista, pero mantienen una férrea dictadura en lo político, lo que confirma que el marxismo es intrínsicamente perverso. La izquierda siempre produce en todas partes los mismos resultados catastróficos, tanto más cuanto más dogmática y sectaria se muestra. Y si algo “inventa” es, mayormente, instrumentos perniciosos. La Revolución francesa, hija de las intrigas masónicas y espejo en el que se mira la masonería española desde su implantación en estos predios, creó el Terror, la guillotina, el servicio militar obligatorio –“la nación en armas”-, el nacionalismo excluyente, el laicismo beligerante y el democratismo, es decir, la dictadura de las mayorías electorales, que es todo lo contrario de la verdadera democracia de espíritu liberal y cristiano. En España, los peores momentos o períodos de su historia moderna, los pilotaron la masonería jacobina o el socialismo marxista, con desenlaces funestos en todos los casos. Recordemos, simplemente a modo de ilustración, los más llamativos: Riego y Quiroga, sublevados en Las San Juan hace ahora exactamente 189 años, inauguraron, tras el general Elío, la figura patética del espadón golpista salvador de la Patria. Su triunfo trajo consigo el turbulento trienio constitucional (1820-23), donde gobernaban abiertamente las logias. El masón Álvarez Mendizábal decretó la maliciosa desamortización de los bienes religiosos, un verdadero desastre para el patrimonio artístico nacional. La Revolución Gloriosa del sesenta y ocho que puso en fuga a Isabel II, seguida del infausto reinado del “intruso” saboyano, tuvo como salida grotesca la estrambótica Primera República, devenida en un caos total, sobre todo durante la presidencia del federalista prudoniano Pi y Margall, propiciador de la descomposición cantonalista e inspirador remoto, con su teoría de las “nacionalidades”, del disparatado modelo autonomista actual. La serie de acontecimientos trágicos de la Restauración, siempre dirigidos por elementos de izquierda, cuyo simple relato demandaría un libro, destruyeron la estabilidad de aquel régimen –con la ayudita de Alfonso XIII-. Y, por último, para no alargarme más de la cuenta, la II República, ilegítima desde su nacimiento, la hundió el Frente Popular, conculcando desde el propio poder todas las normas legales de convivencia pacífica y respeto democrático. Ahora, cuando oigo o leo que Franco se sublevó contra la “legalidad republicana”, me da un ataque de risa floja. Hace falta ser muy sectarios o cínicos llamar legalidad a la criminalidad imperante, impulsada principalmente por los partidos de la coalición gobernante. Vamos a ver, ¿quién asesinó a Calvo Sotelo sino la escolta privada de Prieto? Sus autores materiales nunca fueron castigados, aunque murieron todos en el frente a poco de empezar la guerra civil. Incluso, ¿quién mató al teniente Castillo?, un crimen confusísimo que aún está por aclarar y que nada hicieron por aclararlo las autoridades de entonces. No obstante, sería injusto si no mencionara la parte alícuota de responsabilidad que tuvieron en tanto siniestro nacional, el rey “felón” y la reacción montaraz que provocó las guerras carlistas, mas, pese a todo, los principales causantes de tanta desdicha fueron, siempre, las izquierdas. ¿Y qué tenemos ahora? ¿Simplemente un Gobierno incapaz de afrontar una crisis económica de grandes proporciones que hace tiempo que se veía venir? “Casualmente”, los dos períodos más ruinosos y negativos de este país desde la Transición, han estado gobernados por el partido socialista. Por supuesto, de estos desastres no tiene ninguna culpa la impericia de los gobernantes “siniestros”, sino que la tiene el empedrado, o más propiamente los malditos americanos, o aún más en concreto el malvado de Bush. ¡Faltaría más! Sin embargo, es algo extraño que todo lo que en España funciona mal o produce los peores resultados está dominado por gentes de izquierda. Las autonomías que ocupan los furgones de cola del tren nacional, están gobernadas por el PSOE según parece a perpetuidad: Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha. A su vez, la enseñanza pública, avasallada por los “sindicatos de clase”, es una calamidad en todos sus niveles, pero no exclusivamente en España, sino en otras partes, como en Francia, sometida a la férula del poder sindical, según informa Carlos Semprún Maura en sus crónicas desde París en este periódico digital. Y no hablemos de la cultura en todas sus expresiones colectivas. Ahí está el cine, que salvo alguna película aislada de director independiente, es una fábrica de bodrios infumables, indecentes y panfletarios, cuya supervivencia se debe al dineral de las subvenciones. Me pregunto yo, de qué hablarían esta plaga de directores de “alucine” si no hubiera existido el general o suprimieran las escenas de cama. Pero no estamos solos en este despiporre. Ha sucedido lo mismo en los países vecinos. ¿Qué queda ahora de aquel delicioso cine francés de “La Puerta de las Lilas”, o “Mi tío”, o “Un hombre y una mujer”. O en Italia una vez agotado el ciclo de las fabulosas sátiras del neorrealismo postbélico. No las raspas de aquello, destruido por la invasión de los bárbaros discípulos de Antonio Gramsci. Hasta los principales festivales de cine (Venecia, Cannes, Berlín, San Sebastián...), han terminado siendo una exhibición del más deleznable sectarismo de dirección única. ¿Y el teatro? Puedo hablar él porque pertenezco a la Asociación de Autores de Teatro. Salvo algunos productores independientes, que se atreven con musicales de gran formato u obras ajenas al circuito de agit-prop, todo lo demás es, sobre todo, meros panfletos que arrastran su indigencia artística y empresarial por esa red inmensa de teatros oficiales, mayormente municipales, que cuestan a los contribuyentes un ojo de la cara. Todo sea a mayor gloria de la “kultura” del caballo de Atila. Y aquí me paro. Seguiré la semana próxima, porque queda aún mucha tela que cortar. Vicente Alejandro Guillamón
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