Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El quererse a sí mismo y el egoísmo


En la relación entre amor y sexualidad no debemos pensar que el amor es el resultado de la simple satisfacción sexual, sino que, por el contrario, la felicidad en sus diversas facetas, y desde luego también en el aspecto sexual, es el resultado del amor.

por Pedro Trevijano

Uno de los principales peligros que, a lo largo de la vida, acechan la maduración personal es el del egoísmo, que hay que saber distinguir del quererse a sí mismo. En efecto, el mandamiento principal de Cristo dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo”. Es decir, el quererme a mí mismo forma parte del mandamiento fundamental. Es indiscutible que todos tenemos que buscar nuestro propio bien y felicidad, siendo una clara enfermedad mental o una gran degradación no hacerlo así, pero el mandamiento del amor me indica cómo debo intentarlo, no buscándome exclusivamente a mí mismo, sino por el camino de la apertura a los demás y del amor al prójimo, es decir a través de la generosidad. Mi realización personal pasa por el bien y la felicidad de los demás, siendo condición necesaria para quererme a sí mismo el amar a los otros. En cambio, el individuo egoísta procura llamar la atención sobre sí, se cree el centro del universo, sólo le importa él y considera a las personas y al mundo exterior únicamente desde el punto de vista de su utilidad o conveniencia para sí. Al cerrarse en sí mismo, al intentar utilizar y manipular a los otros, no es que se ame demasiado, sino demasiado poco; en realidad se siente infeliz y ansiosamente preocupado por arrancar a la vida las satisfacciones que no logra obtener por su incapacidad de desarrollar sus aspiraciones más íntimas, ya que al no creer en los demás le es imposible acercarse a ellos con afecto y comprensión, por lo que fracasa en sus relaciones interpersonales y no logra resolver el problema afectivo de su soledad. Freud sostiene que el egoísta es narcisista, como si negara su amor a los demás y lo dirigiera hacia sí. Para Fromm, en cambio, los egoístas son incapaces de amar a los demás, porque tampoco se aman a sí mismos. Esto se debe a que el egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son en realidad opuestos. Las notas del egoísta son: a) la imposibilidad de amar, puesto que su amor es un amor vacío, dirigido a sí mismo, debido al miedo a abrirse a los demás; b) además provoca la hostilidad hacia él, en cuanto los demás ven frustrado su amor por falta de correspondencia; c) el mismo egoísta narcisista llega a odiarse, en cuanto un amor de este modo hacia sí mismo no puede llenar el corazón del hombre, sino que le lleva a la tristeza de la soledad y a un sentido mayor de frustración. Resumiendo: hemos de superar el egoísmo para llegar al verdadero amor, porque el amor hacia mí mismo sólo obtiene justificación y fruto verdadero de madurez y riqueza humana en cuanto nos lleva a un amor más profundo hacia los demás. La condición fundamental para lograr amar es la superación del egoísmo. La madurez personal de todos, incluidos nosotros los adultos, es desarrollar nuestras cualidades para que lleguemos a ser personas capaces de amar, responsables de nuestros actos y solidarias con los demás. El amor es desde luego un poder activo del hombre; un poder que atraviesa las barreras que nos separan de los demás y que capacita para superar el sentimiento de aislamiento y separación. En su sentido más general, puede describirse el amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, aunque amar es también estar dispuesto a que los demás te ayuden. Consiguientemente, sólo podemos afirmar la presencia de un verdadero amor allí donde respetamos la dignidad del otro y tenemos unas relaciones interpersonales fuertes, hondas y vitales. Por ello, en la relación entre amor y sexualidad no debemos pensar que el amor es el resultado de la simple satisfacción sexual, sino que, por el contrario, la felicidad en sus diversas facetas, y desde luego también en el aspecto sexual, es el resultado del amor. Hechos clínicos obvios muestran que los hombres y mujeres que dedican su vida a la satisfacción sexual sin restricciones, no son felices, con frecuencia sufren graves trastornos psíquicos y suelen tener gran necesidad de ayuda psiquiátrica. El amor hacia nosotros mismos, en cambio, nos impone la obligación de querernos, de buscar nuestro propio bien y realización personal, a través del camino del amor al prójimo. Nuestra felicidad, por tanto, pasa por buscar el bien y la felicidad de los demás, siendo condición necesaria para quererse a sí mismo el amar a los demás. Esta es la gran diferencia: el mandamiento del amor a mí mismo sólo lo realizo si practico la generosidad y busco el bien de los demás. Éste es el modo correcto de quererme, mientras el egoísta está radicalmente equivocado. Mi felicidad la conseguiré si busco la felicidad de los demás; pero, si por el contrario, los demás no me importan, o me cierro a ellos, seré un desgraciado y no lograré mi propio bien y felicidad. Pedro Trevijano, sacerdote
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