Dignitas personae, un documento de extraordinaria importancia
Es obvio decir que la enseñanza teológica y moral católica sobre estos temas debe adecuarse en todo a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia expresado con toda claridad. Contrariamente a los que pretenden hacer muchos sofistas, la Iglesia no es enemiga de la ciencia.
Hoy, doce de diciembre de 2008, se hace público un documento del Magisterio de la Iglesia de extraordinaria importancia y gran oportunidad: La Instrucción Dignitas Personae sobre algunas cuestiones de bioética. A más de veinte años de la instrucción Donum vitae, la Iglesia ofrece hoy a sus fieles y al mundo unas enseñanzas de gran trascendencia. Tenerlas en cuenta o no marcará el presente y futuro de la humanidad. El ritmo de la investigación biomédica, los últimos veinte años, ha sido trepidante. Por parte de todos se veía la necesidad de dar respuesta, desde los principios fundamentales de la fe, a las nuevas preguntas e interrogantes que se han ido planteando. Desde los más variados ámbitos de reflexión se ha ido viendo, cada vez con más claridad, que los avances científicos, especialmente de las ciencias biomédicas,, sin una iluminación ética de sus alcances y límites y posibilidades, puede conducir a enormes retrocesos humanos. Así, han surgido numerosos comités de asesoramiento ético. No todo lo que es científicamente posible es igualmente humanamente aceptable. La Iglesia, custodio de la Revelación y experta en humanidad, no ha dejado de iluminar las conciencias ante los numerosos retos que se han ido planteando. Ahora lo hace nuevamente, en un desarrollo armónico y homogéneo de su Magisterio, iluminando nuevas problemáticas. Al proponer principios y juicios morales para la investigación biomédica sobre la vida humana, la Iglesia Católica se vale de la razón y la fe, contribuyendo así a elaborar una visión integral del hombre y de su vocación, capaz de acoger todo lo bueno que surge de las obras humanas y de las tradiciones culturales y religiosas, que frecuentemente muestran una gran reverencia por la vida. El Magisterio quiere ofrecer una palabra de estímulo y confianza a la perspectiva cultural que ve la ciencia como un precioso servicio al bien integral de la vida y dignidad de cada ser humano (DP, 3). Contrariamente a los que pretenden hacer muchos sofistas, la Iglesia no es enemiga de la ciencia. Más aún, la Iglesia mira con esperanza la investigación científica, deseando que sean muchos los cristianos que contribuyan al progreso de la biomedicina y testimonien su fe en ese ámbito (DP, 3). En su misión de defensora del hombre, la Iglesia, también ve que no faltan en nuestro panorama cultural filosófico y científico muchos que consideran el creciente desarrollo de las tecnologías biomédicas desde un punto de vista sustancialmente eugenésico (DP, 2). Y por esta razón, la Iglesia debe reproponer una y otra vez que la ciencia debe estar al servicio de la persona, de su vida y dignidad, sin instrumentalizarla jamás para otros fines. Este es el principio fundamental del personalismo cristiano que anima toda la instrucción Dignitas Personae. El inicio del documento no puede ser más expresivo: “A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona. Este principio fundamental, que expresa un gran “sí” a la vida humana, debe ocupar un lugar central en la reflexión ética sobre la investigación biomédica, que revista una importancia siempre mayor en el mundo de hoy” (DP, 1). La instrucción Dignitas Personae, que se dirige a todos los fieles cristianos y atodos los que buscan la verdad, comprende tres partes: la primera recuerda algunos aspectos antropológicos, teológicos y éticos de importancia fundamental; la segunda, afronta nuevos problemas relativos a la procreación; la tercera y última parte examina algunas nuevas propuestas terapéuticas que implican la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano. Los clásicos decían: Principia tene, ten claros los principios fundamentales. Esto es lo que hace la primera parte del documento: refrescar los principios básicos de la antropología cristiana. La nueva instrucción explícita, si cabe, de manera más clara el estatuto personal del ser humano en todos los estadios de su constitución y evolución. La Donum vitae ya decía que el fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado, que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el deseo inviolable de todo ser humano inocente a la vida (DP, 4). Eso decía el Magisterio hace dos décadas y como escribí hace muy poco en un artículo, suponía una afirmación, indirecta pero clara, del estatuto personal del embrión. Algunos especialistas en bioética lo interpretaban más como una exigencia ética por nuestra parte pero no como una afirmación metafísica de la realidad de las persona en el embrión. Decían: “En ninguna parte del Magisterio se dice que el embrión sea persona; por nuestra parte, basta que sepamos que, si no lo impedimos, lo será (persona)”. A nuestro parecer, esta argumentación es insuficiente. Era una lectura muy pobre de la enseñanza del Magisterio y además introducía un debate muy complejo: ¿Cuándo aparece la realidad personal? Nosotros creemos que si no se afirma desde el mismo inicio de la existencia del ser humano en el sentido que apuntaba Dignitas persona se introducen unas argumentaciones metafísica y éticamente insostenibles. Argumentaciones de este estilo: “En este instante es persona y un instante antes no lo es…”. La nueva instrucción insiste en que el orden jurídico implica un orden ético y éste, a su vez, una verdad de carácter ontológico. Si la Instrucción Donum vitae no definió que el embrión es una persona, lo hizo para no pronunciarse explícitamente sobre una cuestión de índole filosófica. Sin embargo puso de relieve que existe un nexo intrínseco entre la dimensión ontológica y el valor específico de todo ser humano…las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde el primer surgir de la vida humana: ¿Cómo un individuo humano podría no ser persona humana? En efecto, la realidad del ser humano, a través de toda su vida, antes y después del nacimiento, no permite que se le atribuya ni un cambio de naturaleza ni una gradación de valor moral, pues muestra una plena cualificación antropológica y ética. El embrión humano, por lo tanto, tiene desde el principio la dignidad propia de la persona (DP, 5) y sólo la persona puede tener dignidad propia de persona. El embrión es persona humana. De este gran principio se derivarán las aplicaciones y consideraciones concretas que se tratarán en las otras partes del documento. Otro gran principio que se formula es el siguiente: El origen de la vida humana tiene su auténtico contexto en el matrimonio y la familia, donde es generada por medio de una acto que expresa el amor recíproco entre el hombre y la mujer. Una procreación verdaderamente responsable para con quien ha de nacer es fruto del matrimonio (DP, 6). Esta es la ley de Dios conforme la verdad del hombre que halla su expresión en el amor. Lam ley natural, que está en la base del reconocimiento de la verdadera igualdad entre personas y pueblos, debe reconocerse como la fuente en la que se ha de inspirar también la relación entre los esposos en su responsabilidad al engendrar nuevos hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza, y sus leyes siguen siendo norma no escrita a la que todos deben remitirse (DP, 6). Desde el misterio del Hijo de Dios encarnado comprendemos en profundidad el misterio del hombre y se nos revela con mayor plenitud la convicción que la persona es digna de ser amada por sí misma, independientemente de cualquier otra consideración: inteligencia, belleza, salud, integridad, etc (DP, 8). Finalmente, la primera parte del documento, recuerda que el valor ético de la ciencia biomédica se mide en referencia tanto al respeto incondicional debido a cada ser humano, en todos los momentos de su existencia, como a la tutela de la especificidad de los actos personales que transmiten la vida (DP, 10). Es innegable que, ante el panorama que estamos viviendo en nuestro país (crecimiento alarmante de abortos, permisividad para los logros biomédicos sin reparar en el precio humano de los mismos, despersonalización y banalización de la sexualidad…) la reacción por parte de muchos ante el presente documento de la Santa Sede es de imaginar. Descalificación típica y tópica de la Iglesia a la que presentaran como enemiga del hombre y de la ciencia, cuando en realidad la Iglesia está haciendo, muchas veces casi en solitario, una férrea apuesta por el hombre, por su vida y dignidad cada vez más manipuladas y amenazadas. Probablemente muchos medios de comunicación citarán texto fuera de contexto, resaltando frases que contienen prohibiciones explícitas sin referirse a la rica antropología contenida en la primera parte de la Instrucción Dignitas Personae. Nada nuevo bajo el sol. Pero estoy convenció que muchas personas, cada vez más, personas de buena voluntad que buscan la verdad y quieren ser libres, encontrarán en este extraordinario documento mucha luz y también, ojalá así sea, muchos honestos investigadores de las ciencias biomédicas serán cada vez más conscientes de lo que se traen entre manos. La misma instrucción Dignitas Personae lo explicita claramente en su conclusión: A veces se ha oído la acusación de que la enseñanza moral de la Iglesia contiene demasiadas prohibiciones. En realidad, esa enseñanza se funda en el reconocimiento y la promoción de los dones que el Creador ha concedido al hombre; dones como la vida, el conocimiento, la libertad y el amor (DP, 36). Juan Pablo II afirmó que el camino de la Iglesia es “el camino del hombre” y, ciertamente, una Iglesia que callara, que dejara de iluminar y ayudar al hombre cuando más lo necesita, sería una Iglesia infiel a su misión. Nos hemos extendido intencionadamente en la presentación de la primera parte de este nuevo y luminoso documento porque creemos que contiene los principios fundamentales que dan sentido e inteligibilidad al resto del contenido. Ahora, de manera casi telegráfica, vamos a dar cuenta de algunas enseñanzas fundamentales contenidas a los largo de la treintena de páginas de la Dignitas Personae. Confiamos que en los próximos días, especialistas competentes, irán desarrollando las ricas enseñanzas de este documento magisterial llamado a hacer mucho bien. Nuevos problemas relativos a la procreación Las técnicas de ayuda a la fertilidad deben ser valoradas por su relación a la dignidad de la persona humana. Deben respetar tres bienes fundamentales: a) el derecho a la vida y a la integridad física de cada ser humano desde la concepción hasta la muerte natural; b) la unidad del matrimonio, que implica el respeto recíproco del derecho de los cónyuges a convertirse en padre y madre solamente el uno a través del otro; c) los valores específicamente humanos de la sexualidad que exigen que la procreación de una persona humana sea querida como el fruto del acto conyugal específico del amor entre los esposos (DP, 12) No son aceptables todas las técnicas de fecundación artificial heteróloga y las técnicas de fecundación artificial homóloga que sustituyan el acto conyugal (DP, 12). La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede permitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance su finalidad natural (DP, 12) Nos parece destacable esta recomendación: Para responder a las expectativas de tantos matrimonios estériles, deseosos de tener un hijo, habría que alentar, promover y facilitar con oportunas medidas legislativas el procedimiento de adopción de los numerosos niños huérfanos… (DP, 13). Yo añadiría también que habría que salvar a muchos condenados a muerte por el aborto… En los números 14 a 16 de la Instrucción se afirma muy razonadamente la inaceptabilidad moral de la fecundación in vitro. Es de suponer que estos números del documento serán objeto de rayos y truenos… La inyección intracitoplasmática de espermatozoides es una técnica intrínsecamente ilícita, pues supone una completa disociación entre la procreación y el acto conyugal (DP, 17) Hay que acabar con la producción y congelamiento de embriones y su manipulación. No es aceptable la crioconservación. La situación actual es dramática (DP 18-19). La crioconservación de óvulos en orden al proceso de procreación artificial es moralmente inaceptable (DP, 20). Desde el punto de vista ético, la reducción embrionaria es una aborto intencional selectivo (DP, 21) El diagnóstico preimplantatorio, siempre vinculado a la fecundación artificial, que ya de suyo es intrínsecamente ilícita, se ordena de hecho a una selección cualitativa con la consecuente destrucción de embriones… tal discriminación es inmoral y debería ser considerada jurídicamente inaceptable (DP, 22). El uso de los medios de intercepción y contragestación forma parte del pecado del aborto y es gravemente inmoral (DP, 23). Enseñanzas referentes a nuevas propuestas terapéuticas que comportan la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano (Tercera parte de Dignitas Personae) Las intervenciones sobre las células somáticas con finalidad estrictamente terapéutica son, en principio, moralmente lícitas (DP, 26), aplicando, evidentemente, las normas fundamentales de deontología médica. Respecto a la terapia médica germinal, en el estado actual de la investigación, no es moralmente admisible actuar de modo tal que los daños potenciales consiguientes se puedan difundir en la descendencia. En la hipótesis de la terapia génica al embrión, hay que añadir, además, que necesita ser realizada en el contexto de fecundación in vitro, y por tanto es pasible de todas las objeciones éticas relativas a tales procedimientos. Por estas razones hay que afirmar que, en el estado actual de la cuestión, la terapia génica germinal es moralmente ilícita en todas sus formas (DP, 26). Manipulaciones genéticas con finalidad eugenésica son inaceptables. Al declarar este tipo de intervención como éticamente negativa, en cuanto implica un injusto dominio del hombre sobre el hombre, la Iglesia llama también la atención sobre la necesidad de volver a una perspectiva centrada en el cuidado de la persona y de educar para que la vida humana sea siempre acogida, en el cuadro de su concreta finitud histórica (DP, 27). La clonación humana es intrínsecamente ilícita (DP, 28). Para la valoración ética (del uso de las células troncales o células madre) hay que considerar tanto los métodos de recolección de las células troncales como los riesgos de su utilización clínica o experimental (DP, 32). Es gravemente ilícita la extracción de células troncales del embrión humano viviente. La hibridación (mezcla de elementos genéticos humanos y animales) es intrínsecamente perversa. Son reprobables todas las formas de utilización de “material biológico” humano de origen ilícito. Hay que precisar que el deber de rechazar el “material biológico” deriva de la obligación de separarse, en el ejercicio de la propia actividad de investigación, de un marco legislativo gravemente injusto y de afirmar con claridad el valor de la vida humana (35). Esperamos que esta presentación resumida de la Instrucción Dignitas Personae ayude a captar sus contenidos fundamentales y estimule a la lectura y estudio de este importantísimo documento de la Iglesia. Es obvio decir que la enseñanza teológica y moral católica sobre estos temas debe adecuarse en todo a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia expresado con toda claridad. Dr. Joan Antoni Mateo García Delegado Diocesano para la pastoral de la Familia y la Vida Diócesis de Urgell
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