Miseria y grandeza de la condición humana
Hay que tener una calidad humana inferior a la de los perros para aprovechar un accidente de esta dimensión para arremeter contra la Iglesia Católica y exigir el laicismo de Estado. Hay que ser malvado para planear y llevar a cabo una manifestación así después de una manifestación pública e institucional de dolor.
Por lo general las catástrofes provocadas por sucesos naturales o por accidentes suelen sacar lo mejor de las personas. La solidaridad, el acompañamiento en el dolor, la disposición a dar lo mejor de cada cual salen a la luz cuando ocurren estas desgracias. Pero hay determinado tipo de seres humanos, con el alma llena de podredumbre y miseria, que aprovechan el dolor para conseguir algún tipo de ventaja. Así vemos que la rapiña asoma tras terremotos, huracanes o inundaciones y a veces hay gente que se acerca a un accidente para ver si puede llevarse “algo” de las víctimas (por ejemplo, anillos de oro de los dedos). Tras el accidente de ayer en Barajas estamos asistiendo a las dos caras de esa moneda que es el ser humano. La mayoría de los españoles asistimos más o menos conmovidos al dolor de las familias, a las historias escalofriantes que surgen de los restos del avión siniestrado. Pero ya hemos visto como en China hay un Comité Olímpico de la Infamia que ha puesto pegas a la manifestación de duelo de la delegación española. Y ahora acabamos de saber que en la madrileña plaza de Cibeles se ha producido una manifestación de ciudadanos miserables que, tras los cinco minutos de silencio por el accidente, se han puesto a berrear a favor de un funeral de Estado civil y a criticar la celebración de un funeral religioso y a la Iglesia que piensa celebrarlo. Hay que tener una calidad humana inferior a la de los perros para aprovechar un accidente de esta dimensión para arremeter contra la Iglesia Católica y exigir el laicismo de Estado. Hay que ser malvado para planear y llevar a cabo una manifestación así después de una concentración pública e institucional de dolor. Pero no nos engañemos. Esto es la consecuencia natural de la deriva laicista y anticristiana que está sufriendo este país desde hace años. Los vientos que se han sembrado y se siguen sembrado, empiezan a recoger tempestades. Y estamos sólo en el principio. Los odiadores profesionales de la fe están dispuestos a pisotear la memoria de las víctimas de cualquier masacre con tal de dar publicidad a su odio anticlerical en los medios. Va a ser difícil que nos acostumbremos a convivir con esta especie de leprosos de la moral y la dignidad humana, dicho sea esto con todos los respetos a los que en el mundo padecen la enfermedad de la lepra. La Iglesia, como no puede ser de otra forma, hará los servicios religiosos que sean menester por las víctimas del accidente. Allá sabrán las autoridades estatales, gubernamentales, autonómicas y de todo tipo lo que quieren hacer. Nadie obliga a ZP ni a nadie del gobierno a asistir a un funeral. El Rey se supone que es católico así que sólo faltaba que le sugieran que no vaya. Y si hay víctimas que no son católicas, nadie impedirá que se celebren por ellas las ceremonias religiosas de sus propias religiosas o, sencillamente, ningún tipo de culto religioso. Los católicos vamos a orar por todos ellos, sean de la religión que sean. Incluso rezaríamos por los que hoy han aprovechado la tragedia para arremeter contra nuestra Iglesia en caso de que ellos sufrieran una parecida. Otra cosa es lo que Dios haría después con esas oraciones. Es Él, y no nosotros, quien finalmente juzga a todo ser humano que parte hacia la otra vida. Luis Fernando Pérez Bustamante
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