El sueño de una noche de verano
Asimismo un grupo importante de obispos declaraba que desde ese momento desaparecían de sus diócesis las absoluciones colectivas y que si alguien osaba reincidir en su práctica quedaba destituido de su ministerio
Esta noche he tenido un sueño maravilloso y de larga duración. Os lo voy a contar. Primero vi a un cardenal de nuestra Santa Madre Iglesia que declaraba que ningún sacerdote de su diócesis podía defender el aborto y menos ayudar a que se pueda realizar y que si alguno lo hiciere que se atenga a las disposiciones canónicas pertinentes. Después vi a un obispo que con casco en vez de mitra se encaramaba a un andamio adosado a los muros de una iglesia. En lo alto, un alcalde se disponía a borrar unos nombres. El obispo, cuando llegó a su altura, le dijo: Alcalde, llevate tu andamio al ayuntamiento y alli borras o pones lo que te dé la gana pero mis iglesias no las tocas. Si me has tomado por el pito del sereno te has equivocado. Yo no voy a ser menos que otro hermano mío en el episcopado que ha denunciado a otro colega tuyo que se creyó que la iglesia era suya. Y a tu ayuntamiento le puedes llamar así o concejo, concello, ayuntament ayuntamientoak o como te dé la gana pero el nombre de mi diócesis es cosa mía. Luego, todos los obispos españoles, reunidos en Asamblea plenaria manifestaron a los católicos de España que, secundando la voluntad de Benedicto XVI, de quienes se consideraban fidelísimos hermanos, decidían que en todas las catedrales de nuestra nación se celebrara todos los domingos una misa según el rito extraordinario y en hora no intempestiva. Y que a partir de ese momento en todas la iglesias españolas se impondría no sólo el pro multis sino también el consustancial, los hombres de buena voluntad y alguna cosa más. Y que se repondrían asimismo los comulgatorios para que todos los fieles que quisieran pudieran comulgar de rodillas. También vi en el sueño a numerosos teólogos, vestidos con los hábitos de sus institutos y de sotana o clergyman los seculares, que manifestaban su fidelidad al magisterio y a los obispos y que después todos juntos recitaban el Credo como expresión de su fe. Y a un sacerdote, de fisonomía vasca y algo ruda, que expresaba su reconocimiento a los obispos por haberle hecho ver que en un texto suyo había expresiones no concordes con la fe de la Iglesia o que no la transmitían bien y que desde ya las rechazaba y las daba por no expresadas. Asimismo un grupo importante de obispos declaraba que desde ese momento desaparecían de sus diócesis las absoluciones colectivas y que si alguien osaba reincidir en su práctica quedaba destituido de su ministerio. También vi a cinco obispos que me parecieron de Galicia porque se expresaban en castellano y gallego que declaraban suprimidas en sus diócesis las Romaxes mientras no les garantizasen que la Eucaristía se iba a celebrar conforme dispone la Iglesia. Y a muchísimas monjas, todas con sus respectivos hábitos, proclamando su adhesión a la Iglesia, al Papa y a los obispos. En una parroquia que me pareció madrileña pues creí reconocer la Avenida de la Ciudad de Barcelona vi como tres sacerdotes celebraban misa con extraordinaria unción sacerdotal que transmitían a todos los asistentes. Estaba yo feliz con ese sueño maravilloso, deseando que nunca terminara, cuando algo me despertó. Y comprobé que desgraciadamente todo era un sueño. Y los sueños, sueños son. Francisco José Fernández de la Cigoña
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