Una aventura increíble
UNA AVENTURA INCREÍBLE
Los milicianos no salían de su asombro. Habían matado a tres y no había más que dos. Indagan por los alrededores y nada.
El P. Galipienzo se había adelantado unos segundos a las balas y se había tirado a tierra. Con el menor ruido posible y conteniendo la respiración se aleja entre la maleza. Se interna en un maizal y salta una pequeña acequia; escala un ribazo y a unos 50 metros de los asesinos se siente seguro. Los milicianos apagan los focos para percibir algún ruido que los oriente. Se marchan sin resultados murmurando:.
Con sed, con fiebre y un ansia inmensa ve a las cuatro de la mañana acercarse un auto con el juez y médico de Alboraya. Deben testificar sobre los cadáveres para poder enterrarlos. Al amanecer, emprende embarrado su caminata. Saluda en una primera vivienda que encuentra y pide agua. El dueño se la ofrece y le dice que es comunista. Sigue su camino. En la segunda casa encuentra en el portal: <>. Pensó, y con razón, que allí no se equivocaba. Contó su historia heroica y descansó en un pajar como lugar más seguro. Los huertanos mataron una gallina en honor de su huésped. Él le entregó las 400 pesetas que no le habían arrebatado los milicianos, para que pagara los nichos de sus hermanos mártires.
No podía continuar allí. Un comunista lo había delatado y los verdugos de la otra noche le buscaban despechados. Decidió volver a Valencia.
Vestía de pescador valenciano. No le sirvió.
A los dos días entraba en penal de San Miguel de los Reyes. Lo llevaron al Gobierno civil para su declaración. Todos conocían lo sucedido en la noche del día 13. Allí estaba uno de los asesinos que expresaba su regocijo con ferocidad: ¡De esta si que no te escapas!
En el penal de San Mguel se encuentra también con el claretiano P. Modesto Jorcano, venido de Cartagena. El P. Galipienzo le narra toda su odisea. Conocí que su sentencia a muerte era firme. El día uno de septiembre se le dio orden d esalir <>. Era la orden que recibían centenares de sacerdotes, religiosos y seglares comprometidos con la fe para subir al vehículo que los llevaría al martirio.
El P. Galipienzo, que ya bahía ensayado lo que significaba aquel paseíllo, caminaba con serenidad total. Nos lo dice el P. Jorcano que salvó la vida: <>.
Don Alfonso Sebastiá, Consiliario de la Acción Católica de la Catedral y el P. Galipienzo daban la absolución a sus compañeros. Todos murieron en el Campo de tiro de Paterna. Uno que no estaba atado y que escapó, lo ha podido contar.
Los restos de los mártires claretianos de Valencia han despertado gran devoción; sobre todo el P. Gordón. Nunca faltaron flores en su sepulcro. Primero en Játiva y luego en la iglesia de San Vicente Mártir en Valencia.
Los milicianos no salían de su asombro. Habían matado a tres y no había más que dos. Indagan por los alrededores y nada.
El P. Galipienzo se había adelantado unos segundos a las balas y se había tirado a tierra. Con el menor ruido posible y conteniendo la respiración se aleja entre la maleza. Se interna en un maizal y salta una pequeña acequia; escala un ribazo y a unos 50 metros de los asesinos se siente seguro. Los milicianos apagan los focos para percibir algún ruido que los oriente. Se marchan sin resultados murmurando:
Con sed, con fiebre y un ansia inmensa ve a las cuatro de la mañana acercarse un auto con el juez y médico de Alboraya. Deben testificar sobre los cadáveres para poder enterrarlos. Al amanecer, emprende embarrado su caminata. Saluda en una primera vivienda que encuentra y pide agua. El dueño se la ofrece y le dice que es comunista. Sigue su camino. En la segunda casa encuentra en el portal: <
No podía continuar allí. Un comunista lo había delatado y los verdugos de la otra noche le buscaban despechados. Decidió volver a Valencia.
Vestía de pescador valenciano. No le sirvió.
A los dos días entraba en penal de San Miguel de los Reyes. Lo llevaron al Gobierno civil para su declaración. Todos conocían lo sucedido en la noche del día 13. Allí estaba uno de los asesinos que expresaba su regocijo con ferocidad: ¡De esta si que no te escapas!
En el penal de San Mguel se encuentra también con el claretiano P. Modesto Jorcano, venido de Cartagena. El P. Galipienzo le narra toda su odisea. Conocí que su sentencia a muerte era firme. El día uno de septiembre se le dio orden d esalir <>. Era la orden que recibían centenares de sacerdotes, religiosos y seglares comprometidos con la fe para subir al vehículo que los llevaría al martirio.
El P. Galipienzo, que ya bahía ensayado lo que significaba aquel paseíllo, caminaba con serenidad total. Nos lo dice el P. Jorcano que salvó la vida: <
Don Alfonso Sebastiá, Consiliario de la Acción Católica de la Catedral y el P. Galipienzo daban la absolución a sus compañeros. Todos murieron en el Campo de tiro de Paterna. Uno que no estaba atado y que escapó, lo ha podido contar.
Los restos de los mártires claretianos de Valencia han despertado gran devoción; sobre todo el P. Gordón. Nunca faltaron flores en su sepulcro. Primero en Játiva y luego en la iglesia de San Vicente Mártir en Valencia.
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