Miércoles, 08 de enero de 2025

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Cohousing de familias cristianas: la vida comunitaria

Cohousing de familias cristianas: la vida comunitaria

por Familia, Educación y Cultura

La familia y las relaciones

El longitudinal Estudio sobre Desarrollo Adulto de Harvard (empieza en 1938 y sigue en curso) subraya que las relaciones personales y familiares son el factor más determinante para una vida larga, saludable y feliz.

Breve evolución de la familia en los dos últimos siglos

La sociología desde sus inicios (Emile Durkheim, Max Weber y Ferdinand Tönnies) destaca que la industrialización ha sustituido un mundo comunitario de compromiso, tradición, lazos estrechos y religiosos, por unas sociedades urbanas, contractuales, fundadas en acuerdos reversibles, marcadas por el interés, la división del trabajo y la racionalización burocrática.

En este marco general la familia pasa de ser una unidad de producción -rural y agrícola, comunitaria- a ser una unidad de consumo eminentemente urbana. Esta nueva familia, como unidad de consumo, emerge de su traslado -progresivamente- del campo a la ciudad más industrial y como consecuencia de todo ello el trabajo se separa del hogar. Crece el trabajo asalariado fabril (en fábricas) y la familia ya no es productora sino consumidora. Decrece la familia extensa con tres generaciones y sus ramificaciones y crece la familia nuclear de dos generaciones. Nos movemos en el contexto de un gran proceso de urbanización -crecimiento de las ciudades- imparable en estos dos últimos siglos. Los hijos ya no son, dicho sin matices, mano de obra para un hogar agrícola/artesano. Hoy los hijos son una elección de los padres en función de su voluntad de perpetuarse y como resultado de la unión de los esposos: no hay tantos intereses económicos. Progresivamente la familia se convierte en un lugar de acogida, de apoyo afectivo, de punto de partida para alcanzar una independencia y un estatus profesional. Una nueva familia nuclear casi siempre en los ámbitos urbanos.

Qué nos dice la Doctrina Social de la Iglesia

Nos habla de los "Derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa." (DSI, n. 166)

Reflexionemos, entonces, desde la DSI (Doctrina social de la Iglesia) para analizar estos cambios: nos encontramos que las últimas décadas en Occidente están marcadas por un sinfín de dificultades.

La ciudad -gobernada por el mercado a veces ciego- se ha vuelto inhóspita. En sentido estricto: no es hospitalaria, crea aislamiento. Es fría y los intereses económicos desaforados crecen exponencialmente en el último capitalismo más desregulado de las últimas décadas.

Los salarios decrecen tras las últimas crisis -desde la crisis del petróleo de los años ’70 hasta la crisis financiera del 2008- y convergen, entre otras muchas consecuencias, con un encarecimiento de la vivienda y del alquiler agravado recientemente por los pisos turísticos. El paro aumenta detrás de una globalización rampante en la que compite una mano de obra cara - en un estado del bienestar necesario pero costoso- comparada con una mano de obra muy barata procedente de países en vías de desarrollo.

El beneficio a toda costa, inserto en las raíces del último capitalismo desregulado, da lugar a un debilitamiento de los controles y los trabajos se convierten en lugares de paso en los que la exigencia de productividad viene marcada por una competencia global muy estresante. Salvo que se cuente con una muy alta cualificación, el mundo laboral es implacable y además no suele alcanzar económicamente para vivir dignamente a una familia de clase media que ha de pagar una hipoteca o un alquiler exorbitantes. Un fenómeno que en las clases bajas nos habla de la paradoja de los nuevos pobres con trabajo. Ya no solo la conciliación laboral-familiar es muy exigente, sino que iniciar y formar una familia se hace muy costoso. Consecuentemente la natalidad decrece (Amoris Laetitia, 32-57. Capítulo segundo: Realidad y desafíos de las familias)

Además, estos vectores se traducen en fragmentación familiar.  Crecen los hogares unipersonales -en muchos casos formados por una persona muy mayor. En una palabra, aumenta una epidemia de soledad entre mayores y entre gente joven. Como dice el Instituto Nacional de Estadística: “En 2039 habría 7,7 millones de hogares unipersonales, el 33,5% del total”

A pesar de los cambios en este mundo inhóspito, el lugar ideal sigue siendo la familia y los amigos. La esfera relacional de amigos y familia es quien más esperanza proporciona. Consecuencia: la familia es un verdadero colchón social y afectivo en el que, en casos extremos, los mayores, con sus viviendas y pensiones, deben acoger a los hijos (y nietos) que han perdido el empleo o han visto como se rompía su joven familia. En otras ocasiones son los hijos los que deben acoger a los mayores. En muchos otros casos, en las ciudades grandes, se aíslan voluntariamente en geriátricos a los mayores o se los desatiende porque se los visita muy poco en sus propios hogares de toda la vida.

Nostalgia de otra vida familiar

Una familia bien avenida, con sus luchas y problemas, es un verdadero testimonio de esperanza. La alegría de los miembros de esta familia es la carta de presentación dado que es una familia que además se amplía a los amigos que a su vez suponen más familias. Y la primerísima puesta en escena es la paz, el acogimiento, en encuentro. El resultado: bienestar y salud.

Si cumple sus fines, la familia -en la suma de la familia nuclear y la familia extensa repartidas por la ciudad- se ha convertido en el antídoto de la ciudad inhóspita, fría y a veces, una verdadera selva en la que constantemente se lucha por subsistir con dignidad. Aunque el individualismo y la carestía reinante ha fragmentado muchas familias (lo estamos señalando) y ha hecho crecer los hogares monoparentales y decrecer la natalidad, la familia sigue siendo aquel lugar donde siempre se vuelve. Allí donde es posible un afecto con pocas condiciones. Y esta es una percepción transversal: todos encuentran en la familia un acogimiento que permite afrontar los retos de la calle, los retos del estudio y el empleo.

Dado el clima reinante, en la ciudad, la familia nuclear y extensa se ha convertido en una pequeña comunidad no territorial, donde se vive en paz si es que en ella no ha entrado la turbulencia de una sociedad carente de vínculos. Es decir, no olvidamos que abundan las familias que reproducen el ambiente crispado de la calle, padecen el empleo precario o el desempleo. Y asimismo heredan y trasmiten la fragmentación -las rupturas- que caracterizan a toda la sociedad. Una sociedad occidental que aún se agita más con un flujo de inmigración constante que, aunque se ocupa de los trabajos que nadie quiere hacer, es percibida como otra raíz de muchos problemas.

Una familia de familias

Qué se puede hacer ante este ambiente que muchos tildan de oscuro, de futuro incierto. Reflexionemos: los ciudadanos están hambrientos de otro mundo más tranquilo. Sedientos de amistad, paz, identidad y esperanza. De relaciones más estables, de espacios de confianza, de relaciones de reciprocidad, de un lugar que defina su identidad cohesivamente, su sentido de pertenencia. La sociología habla en estos caso de capital social familiar.

La gente, si se me permite este sustantivo tan genérico, tiene sed de regresar a una comunidad visible e integrada, aunque reconocemos de entrada que es un camino presenta infinitas dificultades y es muy complicado construirlo. Pero la gente sigue necesitando que le digan quién es y a dónde ir más allá del azar que preside muchas ciudades que son atractivas pues hay más trabajo, pero que, al mismo tiempo, este atractivo hace que todos se agolpen a la puerta de los empleadores y estén dispuestos a aceptar cualquier trabajo, cualquier salario con la aquiescencia de las leyes que permiten muchos abusos en un mundo donde el trabajo se convierte en precario.

Si damos un paso más, la esperanza se encuentra en una familia de familias con identidad cristiana. Familia de familias que se entienden para tomar iniciativas y educar a sus hijos en coherencia con sus creencias donde los propios padres apuestan por una formación siempre necesaria. Y esta cooperación además supone ahorrar en muchos planos y sortear la especulación sobre todo urbana.

Imaginemos otro lugar para las familias

Imaginemos (es gratis) que elegimos constituir una comunidad intencional en un espacio rural cercano  a una ciudad de tamaño medio (a unos 20 km) que cuenta con suficientes servicios. Imaginemos que podemos organizar en un tren o en un par o tres de camionetas grandes un acercamiento laboral/académico a la ciudad. Y que en el espacio rural tenemos a mano una parroquia y una escuela. Una parroquia y una escuela que convergen con los intereses de los padres formando una comunidad dinámica.

No estamos proponiendo nada que no sea un afán global y muy real. Estamos hablando del mundo del cohousing. Y es que no solo en el ámbito cristiano se busca una vida más social, amical, comunitaria y de cultura y de aprendizaje. Los ámbitos cohousing -muchos de ellos pensados para gente de la tercera edad- no son tan comprometidos e intensos como las comunidades intencionales, pero hablan también de mejorar la calidad de vida, salud, eficiencia económica, superación de la soledad, vida saludable. En estas líneas nos fijamos más en comunidades intencionales sin olvidar que el cohousing aporta mucho saber hacer (know-how) muy valioso. Por eso insistamos también en que proponemos una comunidad de vida donde cada uno tiene su casa, pero en un plan integrado donde es necesario compartir un proyecto educativo en una escuela privada, y una biblioteca -lo mejor es que esta esté situada en la escuela- que también puede albergar eventos culturales, musicales, teatrales. Y de un templo cristiano con un párroco dispuesto.

Hablamos de comunidad intencional en clave cristiana, aunque es muy importante que se pueda elegir siempre permanecer o no en el proyecto: entrar y salir libremente. Una comunidad intencional en la que no existe un capital económico compartido -a diferencia del colectivismo que encontramos en los Hechos de los Apóstoles (2: 44-45 y 4:32-35)-, sino una voluntad compartida de encontrar una escuela rural razonable y un párroco asequible. Pero los Hechos nos hablan de una esperanza y una providencia de las que no nos podemos desentender.

La clave es la austeridad que libera

Sigamos los Hechos. Existe entre las familias cristianas una verdadera anhelo de formar parte de una comunidad de familias que crecen en entornos tranquilos. Una comunidad de familias a las que no se les escapan de las manos los contenidos y el estilo de la escuela, y que confían en el párroco de un templo abierto a toda la población que se acerque.  Una comunidad de familias que está abierta a aceptar a más familias que quieran sumarse si aceptan los principios fundacionales. Advertencia: La opción benedictina (Rod Dreher, 2018) nos sirve para pensar, pero no, desde luego, para imitar.

La escuela sería muy oportuno que fuera privada (sin intromisiones ajenas) y muy pequeña (multinivel), y de una sola línea y es difícil aspirar a cubrir más que infantil y primaria.

La clave es la simplicidad, la vida sencilla capaz de pasar con menos que con más.

El secreto radica en una auténtica aspiración de alejarse (aunque es necesario tenerla académica y laboralmente cerca) de la vida intensa y acelerada de las ciudades donde todo son imponderables: una escuela que no afina, quizá una parroquia inasequible por su volumen, la falta de lugar para reunirse y hacer planes las familias. Y la lucha desesperada por estar a la última, a la moda. Esta lucha por la “pasta” es descorazonadora y desgasta en familia. Es el estrés y nos hace enfermar. Superar el estrés, el aislamiento, la soledad individual y familiar, mejorar la salud.

La clave es aprender a vivir materialmente con poco y espiritualmente apuntando muy arriba. Y esta vida del espíritu la entiendo: a) como cultura; y b) la vida espiritualmente enfocada a Dios.

Entonces las vacaciones consisten en estar siempre en casa: es más barato. No pienso en cooperativas para construir casas sino en casas existentes -quizá de pueblo, desperdigadas- reformadas que se abaratan claramente pues no están en el centro de la ciudad. Un régimen de propiedades segregadas -no fusionadas- que dan mucha libertad de acción. Se pueden comprar y vender e incluso alquilar.

Disfrutar familiarmente de la vida sencilla

Las familias jóvenes quieren hoy mismo verse y entenderse para apuntar directo en una dirección constructiva y a la vez disfrutar de los amigos -los padres de otras familias- y ver como los hijos disfrutan de sus amigos -los hijos de las otras familias. No es fácil, pero ahí el asociacionismo y el voluntariado son las claves de muchos éxitos comunitarios. Y digo voluntariado pues esta idea de familia de familias se funda en la ayuda mutua grata y gratuita.

Algún detalle ilustrativo. Las familias modernas tienen muy difícil hacer planes familiares y han de desplazarse lejos. Un plan familiar en una gran ciudad es caro. Si esta familia de familias realmente se preocupa de la educación de sus hijos no pueden conformarse con las amistades que surjan azarosamente de la escuela, o de la misma parroquia y no conocer a sus padres. Por eso, esta familia de familias crea un circulo de amistades por afinidad muy valioso y a la vez económicamente viable. Los planes son excursiones que empiezan en la puerta de casa, por ejemplo.

Vida sencilla sin complicaciones frente a una familia urbana -a veces muy aislada- que lo quiere tener todo cerca -gran superficie, hospital, centro de asistencia primaria y así, a veces, lo pierde todo. Y por supuesto contar con colegio (¿fiable?) más cercano. Pero eso es sumergirse en el aparatoso ritmo urbano. En una palabra: un sinvivir.

La virtud se vive en comunidad: es la esperanza

Detrás de estas líneas hay una esperanza profética, la promesa de que las cosas pueden cambiar, la paz, el silencio están en la solución rural con buenas comunicaciones enfocadas a una ciudad que no esté a más de 20 kilómetros y que no cuente con más de 40.000 habitantes en la que se puede ir a trabajar y estudiar (¿en tren?). ¡Qué maravilla! ¿Hasta ahora estábamos imaginando el cuento de la lechera? No es un asunto fácil, pero hay que saber, por lo menos, a dónde se apunta.

Solo ahí palpamos la esperanza de no malgastar la vida.  De no vivir solo para trabajar y pagar hipotecas desproporcionadas. Sino de vivir en concordia, paseando, comiendo bien y saludablemente y yendo en bicicleta, sin prisas, sin tener que buscar lugares de vacaciones y veraneo inverosímiles. Y teniendo muy cerca a los mayores. Leamos qué dice de los mayores San Pablo, en la carta a Timoteo (1 Timoteo 5:3-4).

Si rebajamos nuestro nivel de consumo las cosas cambian. Nos enamoramos de las personas y nos desenamoramos de las cosas. Ya no mandan las experiencias de consumo, ni la falsa comodidad de una gran superficie a tres minutos de casa, ni la tienda de ropa más a la moda o el gimnasio con los amigos para luego no saber donde colocar a los niños. El planazo es que en una de las viviendas exista un hogar, un fuego, una chimenea alrededor de la cual reunirse.

Hemos vendido nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Traducido: hemos vendido nuestra felicidad familiar y de amistad por un trabajo/consumo que nos agota.

Hay que parar, bajar los decibelios del entorno y dejar que el cielo estrellado ilumine nuestras almas. ¿Puro idealismo? No lo sé. Pero si se logra es muy sanador y redentor.

En este sentido, Bauman, recuperando el sentido común sobre lo comunitario, destaca que “la comunidad es un lugar cálido, acogedor y confortable [...] aquí nos sentimos seguros, no hay peligros [...] nunca somos extraños los unos para los otros [...] podemos contar con la buena voluntad mutua. Si nos tropezamos y caemos, otros nos ayudaran” (Zigmunt Bauman, Comunidad, 2009). Bauman no defiende la sociedad líquida, solo la define, la analiza y creo que ansía su superación.

Propuestas como las de Alasdair MacIntyre sugieren que las comunidades intencionales recuperen su papel como espacio de prácticas virtuosas, narrativamente. Ahí está la vida buena y bella. Seguiremos con este tema del filósofo escocés en el siguiente artículo.

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