Miércoles, 16 de octubre de 2024

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Educar a los niños en familia con objetivos elevados

Educar a los niños en familia con objetivos elevados

por Familia, Educación y Cultura

Los niños de menos de siete años en un mundo desorientado

En la enseñanza infantil, adolescente, universitaria se ha perdido la grandeza de ideales, los objetivos elevados, la excelencia y la virtud. Solo vale alcanzar la autonomía con los años, cierta especialización y encontrar un trabajo. Pero estos objetivos, aun siendo parcialmente imprescindibles, son muy pobres. Se ha olvidado apuntar hacia una educación integral que busca la verdad. En una palabra: educar con miras altas, con un fin último, de un modo unitario. Hoy esta línea parece una quimera. Educar al niño, al adolescente, al joven con la voluntad de que ofrezca lo mejor de sí armado de una formación que le lleve a contar con una alta cultura, conocimientos amplios y coherentes se está convirtiendo en un oxímoron. Precisamente hoy, en un tiempo oscuro como el actual, en el que necesitamos urgentemente sabios y santos.

Repensemos la educación hoy

Las anteriores consideraciones las entenderemos bien si vemos qué esta pasando hoy en la educación. En muchos hogares y escuelas parece que el objetivo sea resistir, sobrevivir con unos niños y estudiantes dependientes que solo dan quebraderos de cabeza. Hay mucho pesimismo.

La educación de hoy es fragmentaria y cambiante, cada familia y escuela tiran por su cuenta. El tiempo de los adultos es corto y además se administra a salto de mata y los hijos crecen sin una línea coherente. Al contrario, progresan al albur de la última ocurrencia. No hay un modelo de excelencia al que se pueda apuntar para integrar todos los pasos educativos de cara a obtener un resultado final sobre el que se ha estado trabajando un día tras otro, curso tras curso, con un reconocible objetivo pedagógico consistente y ponderado. Es el mito de Sísifo, hay que elevar cada día la piedra hasta la cima pues volverá a caer.

Sin embargo, ciñámonos a los primeros compases en el hogar. Nos interesan los primeros años y la realidad es que en casa se arrincona al niño cuando este reclama demasiada atención y entonces el único objetivo es que no moleste. Y la pantalla, no vamos a insistir, es omnipresente. ¿Educar al niño en casa con altura de miras? “Eso lo hacen algunos padres, a mí no me da la vida”

Si los dos padres trabajan, tras los permisos parentales, el objetivo de la escuela infantil, antes de la educación primaria, es realmente guardar a los niños. Es la guardería de siempre. ¡Qué pobreza de objetivos! Objetivo unidimensional: que el niño se canse y se duerma pronto al llegar a casa; que juegue a su aire, que -en ratios de una maestra para veinte niños- se entretenga en aulas hacinadas donde la gimnasia, la poesía, la memorización, la imitación de adultos -hay pocos- no puede tener lugar. Los niños no hablan solo balbucean. Nadie los escucha y nadie conversa con ellos.

Qué sucedía en la paideía griega clásica

Pues sucedía que contaban, como sociedad, con un modelo de hombre muy bien definido hacia el siglo IV antes de Cristo y que luego Roma heredó con bastante fidelidad. Aquel hombre debía ser alguien virtuoso, sabio y culto. Debía aspirar a contribuir con su inteligencia a la vida de la polis (ciudad-estado). Y comenzaba a ser educado, desde los primeros meses, primero en el hogar (a este periodo le llamaremos paideía familiar) y luego pasaba a la paideía escolar con siete años donde se formaba durante su adolescencia y juventud.

Desde los primeros compases de la de vida se dibujaba un proyecto de educación integral para aquellos niños que estaban llamados a convertirse en oradores, políticos, abogados, filósofos o poetas. El lenguaje era uno de los centros entendido como logos, razón, conversación. Crecer en el manejo de la dialéctica, saber argumentar con criterio y belleza al servicio de la polis (ciudad-estado) eran fines últimos. Y se tenía presente este ideal en esta infancia temprana cada día. Un ideal que acompañaba al joven ateniense hasta la juventud y la vida adulta

Y aquel programa -hoy hablaríamos de currículum- estaba muy claro para los pedagogos de Atenas. Alma y cuerpo debían armonizarse, palabra y pensamiento debían alcanzar su mejor conjunción. La virtud, la templanza, la justicia no eran únicamente buenas palabras: debían encarnarse en una vida ejemplar. Era una sociedad muy comunitaria. Sobresalían las clases libres, aristocráticas, pero el pueblo llano podía asistir, quizá con menos protagonismo, al ágora, a los gimnasios y palestras, a teatros y festivales y luego a las celebraciones religiosas como las Panateneas o los Misterios de Eleusis.  La virtud de la piedad y el culto debido a los dioses era central en la cultura griega. Todo educaba.

¿Educación para el éxito económico o para la excelencia?

La educación de hoy tiene una miras muy materialistas y cortoplacistas. Se ha esbozado más arriba. Este afán alicorto limita mucho los ideales de cualquier estudiante que bien educado podría aspirar a encarnar el bien, a la belleza y a la verdad. Y hoy necesitamos más estudiantes líderes, desprendidos y generosos que puedan mejorar la sociedad más allá de la “pasta y el jolgorio”. Necesitamos el gentelman que proponía John Henry Newman. Caballeros que, capaces de profundidad espiritual y ética, pueden inspirar cambios y reformas. Por ejemplo, una nueva pedagogía familiar y escolar auténticamente clásica y renovadora. El modelo existe.

Aristóteles, en su obra Politica, por ejemplo, diferenciaba entre la economía (oikonomía) (el manejo oportuno de los bienes para el bienestar familiar, moral y comunitario) y la crematística (la búsqueda de la riqueza por sí misma). Para el estagirita, y otros filósofos, la crematística era menos noble, ya que priorizaba el enriquecimiento personal sobre el bien común. Era mucho más valioso ser culto, inclinado a trabajar por el bien compartido que ser rico pero sin sabiduría. El estatus provenía de una vida desahogada, pero sobre todo porque proporcionaba ocio para el estudio (scholé) como alimento de la vida del alma cultivada. Era un ciudadano noble que sabía además intervenir en la sociedad con elocuencia: desde los grandes conocimientos de la gramática, la dialéctica y la retórica, etc. Contar con scholé (ocio), palabra que está en la raíz de la voz escuela, era un tesoro que no se podía desaprovechar.

El cultivo del alma y la finura del lenguaje daban unidad a la educación

Regresemos al hogar donde todo este futuro se fundamenta y se construye como señalan las ciencias sociales y la neurociencia. Una familia estable y culta asegura el futuro intelectual y social de sus hijos. Los griegos clásicos lo sabían. Había que empezar pronto pues los niños eran más dúctiles para el aprendizaje y lo habían descubierto, aunque no manejaban el concepto de neuroplasticidad. Y eran esmeradísimos en el cultivo de la vida familiar y, en concreto, de la vida educativa de los niños. Y la disciplina era firme pero no coactiva. Debían lograr que los hijos desearan lo mejor desde bien pequeños. Por ejemplo, amar el conocimiento.

Hay muchos aspectos en la paideía familiar (0-7 años) que se podrían contemplar. Pero nos fijaremos en dos planos ciertamente importantes: el cultivo del lenguaje entendido como logos, como razón, como pensamiento y, sobre esta base, el cultivo del alma. Este será el tema que nos ocupará a partir de ahora hecha este larga y necesaria introducción de lo que entendemos por una educación orientada a la grandeza de espíritu, a la excelencia.

Estos dos objetivos, no son los únicos, pero otorgan mucha unidad a la paideía familiar clásica y lógicamente a la posterior paideía más formal y escolar ya lejos de casa.

En esta Grecia clásica, el siglo de Pericles (siglo V a.d. C), en estos años de esplendor, (Sófocles, Fidias, Sócrates, es decir, la tragedia, el Partenón, la filosofía) los atenienses se sabían poseedores de una cultura, un arte y un pensamiento que los enorgullecía, pero que además los empujaba, en esa misma medida, a la conservación, estudio y transmisión de dicha herencia. Se sentían en deuda con sus grandes hombres casi contemporáneos.

Todo empieza con el poeta épico Homero alrededor del siglo VIII antes de Cristo. Sin embargo, ahora, en el siglo IV, son aún más conscientes de la trascendencia de esta cultura que, como hoy constatamos, se va situar en un lugar preeminente en la civilización occidental.  Gimnasia, música, matemáticas, y ciencias naturales, religión y mitología, etc. Pero nos gustaría destacar la grammatiké (lectura, escritura y literatura); la retórica (el arte de hablar bien en público) y la filosofía (desarrollo intelectual y moral). Me parece interesante denominar a estas últimas disciplinas como las artes de la palabra y el pensamiento.

En definitiva, un eje principal es el lenguaje más rico y articulado como vehículo para aprender y formarse en todos los otros saberes.  En la paideía familiar ya comienza este cultivo de la palabra y del alma.

Los padres primeros educadores

Es verdad que los padres de la Grecia clásica tenían más tiempo, pero también es verdad que sabían lo que querían. Se sentían absolutamente responsables de la educación de sus hijos con vistas a que en la paideía escolar obtuvieran el máximo partido del despliegue completo de las disciplinas (sintetizadas más arriba) que luego los medievales recogerán como el Trívium y el Quadrívium.

De este modo el lenguaje se comenzaba a cultivar desde los primeros meses en un clima de sosiego, templanza, obediencia y virtudes. Leamos esta idea de John Senior, un defensor de la educación liberal.

“Dado que el lenguaje es la propiedad distintiva de la razón, el principio formal de la especie humana, aprender a escuchar, hablar, leer y escribir es la principal labor de las escuelas, desde el parvulario hasta la universidad. La lectura es el caballo de la cultura que lleva la carga de “lo mejor que se ha pensado y dicho”

Y eso es lo que se iniciaba en familia, de la mano de los padres y de las ayas, y de los pedagogos (criados cultos y leídos) que debían manejar un griego muy afinado.

El juego, la literatura, el ejercicio, la piedad y la responsabilidad cívica

Por supuesto que el juego estaba ahí, en el centro de las actividades de un niño de tres o cuatro años.  Sin embargo, este juego era además de físico, era también social y moral. En el juego cabía el respeto y la armonía. No eran juegos sin fines. Estaban presentes en ellos los instrumentos musicales muy simples y las canciones y rimas correspondientes; se ensayaban los primeros lanzamientos de discos y se saltaba y corría para preparar la gimnasia de la escuela de la adolescencia y la juventud. Los juguetes eran carritos y muñecos que espoleaban la imaginación y que sobre todo animaban a la imitación de los mayores. Los mayores se hacían respetar porque contaban, aun los criados-pedagogos, con la autoridad de los años y la experiencia.

Luego llegaban las actividades más literarias en el relato de leyendas, cuentos y mitos de la antigua Grecia en la que aparecían los valores heroicos (a menudo homéricos) y también ejemplos de una vida virtuosa. Seguía la escritura, la caligrafía. Ahí, en esa exposición al lenguaje, se comenzaba a fundamentar la comprensión lingüística de una palabra poética llena de alusiones e iniciadora de la imaginación que les permitiría, con los años, enfrentarse a una lectura comprensiva con los textos más exigentes.

Rimas, canciones con su ritmo y métrica, que en ocasiones eran memorizadas. Así se iniciaba la recitación de versos simples de la central epopeya homérica.  Estas actividades suponían un intercambio verbal, conversacional, constante con sus educadores fueran los padres o los criados-pedagogos. El incremento del vocabulario era fundamental. Y como el adulto era el modelo, la imitación y la repetición de todo lo que hacía y decía el maestro era continua: estas repeticiones no solo les ayudaban a mejorar su pronunciación, sino que también les permitían internalizar estructuras gramaticales y conceptos culturales importantes.

Y los niños también asistían y participaban de los cultos religiosos y de la reverencia a los dioses. Esto les introducía en la piedad (eusebeia), un valor esencial en la cultura griega. Y los niños se impregnaban también del valor de las ofrendas, los sacrificios y oraciones de las festividades religiosas inscritas en la reflexión sobre la trascendencia. Los valores cívicos también se transmitían a los hijos que escuchaban las conversaciones de los padres y amigos sobre el compromiso, la justicia y la participación ciudadana. Presenciaban las actividades económicas que daban sustento a la familia, donde los esclavos formaban parte de la oikos (casa) y así eran tratados, como parte de la familia. Los niños de 6 ó 7 años a veces participaban en algunas tareas domésticas. Las niñas a partir de los 7 años se quedan en el hogar donde su formación estará presidida por su futuro papel de madres, verdaderas administradoras del hogar, como era común en aquel tiempo.

Nada se dejaba al azar. No estaban abandonados en casa a su aire. Un futuro de altas miras les esperaba. Desde muy temprano aprendían a pensar, a razonar, se responsabilizaban y vivían la cultura (literatura y religión) heredada de sus antepasados. Eran niños lingüísticamente diestros lo cual les permitía cultivar su alma y su virtud.

Sin embargo, el niño, hoy, antes de los siete años, no tiene un fin, un camino de perfectibilidad, una misión. En cambio, aquel niño en un clima de altas miras, podía con tres años comenzar a apreciar, la belleza, paladear el bien, disfrutar diciendo la verdad y siendo justo.  Sin embargo, la prisa y la desidia modernas ha matado su asombro y han convertido al niño en una inatenta máquina de consumir sin voz y sin ideales. Enganchado a una pantalla que todo lo castra.

La educación clásica, el modelo está ahí, nos espera.

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