Viernes, 06 de septiembre de 2024

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La carencia de palabras limita la vida del hombre

La carencia de palabras limita la vida del hombre

por Familia, Educación y Cultura

El animal que tiene palabra

Regresemos por un momento a la Grecia clásica y recuperemos sus reflexiones sobre la palabra, sobre el logos. Y una de las primeras evidencias que ellos constatan es que el hombre es un animal que habla, piensa y convive organizadamente. La expresión aristotélica ζώον λόγον ἔχον (zòon lògon èchon) significa literalmente “animal que tiene palabra” (Aristóteles, Política, Libro I).  Y con la palabra, que es también razón, inteligencia, se comunica, conoce, transmite su saber, proyecta su futuro. La centralidad del lenguaje para la Grecia clásica era incontestable. Hoy, aquella verdad no deja de confirmarse cada día desde diferentes ciencias (neurociencia, psicología, lingüística, pediatría, etc.): el lenguaje es un eje fundamental en la vida del hombre. Para los griegos de entonces la sabiduría consistía en preservar la democracia y promover la excelencia y la virtud (ἀρετή, areté). El medio era la palabra.

Necesitamos las palabras para pensar y progresar

Consecuentemente la carencia de palabras, de vocabulario, de gramática limitan al hombre. La calidad y la cantidad de palabras que manejamos no son indiferentes: importan en la actividad cognitiva y ético-social de cualquier sociedad. Hablar bien, articuladamente, reflexivamente es pensar, es conocer y transmitir el conocimiento. Desde esta perspectiva la adquisición del lenguaje entre los más jóvenes, ya desde niños, es una condición de posibilidad de su progreso intelectual y vital. Es decir, el éxito escolar y personal dependerá de su mejor manejo de las palabras para entender el mundo, conocer la realidad, aprender y relacionarse con los demás oportuna y respetuosamente.  En términos socioeconómicos podríamos decir que el capital humano y el capital social de las naciones tiene una de sus bases en el manejo de lenguaje más afinado.

Necesitamos hombres cultos

José Ortega y Gasset (1883-1955) fue un destacado filósofo español del siglo pasado que cuenta con una vasta obra en la que sobresale un libro denominado Misión de la Universidad (1930). En esta obra nos señala el papel de la Universidad como aquel espacio donde tiene lugar la transmisión del conocimiento y la cultura, el lugar donde se forman los hombres cultos. Los hombres cultos no solo deben ser primero estudiantes especializados sino a la vez personas capaces de conocer y rescatar día a día la civilización en la que habitan y que es también el resultado de la conversación con la herencia de las grandes ideas que han conformado la sociedad occidental. Y, para nuestro filósofo, el afán del hombre culto ha de ser ejercer un liderazgo ético para apuntar a la mejora social y cultural de toda la sociedad desde la democracia real. Y esta tarea tan seria solo es posible en una formación humanística, en una formación integral que apuesta por unos hombres sabios formados a la medida de las necesidades de su época. Y nuestra época necesita mucho juicio y cordura.

La formación universitaria se fragua en la palabra

En estos tiempos de ignorancia (condimentada con mucho odio) necesitamos hombres cultos a los que hay que nutrir de palabras y pensamiento desde los primeros años de vida antes de que los devore la vorágine de imágenes omnipresentes. Desde la primera infancia, aunque no entiendan cada palabra enteramente, están empapándose fonéticamente, alimentándose de la prosodia, imitando, ensayando sonidos en una conversación constante con sus progenitores y cuidadores que les hablan y les leen. Pronto archivarán esta información y la desplegarán en palabras, frases, oraciones, pensamientos cada vez más complejos que son la base para la formación escolar en primaria, en secundaria, en la universidad. La neurociencia no deja de repetirlo: la neuro-plasticidad de los primeros años debe ser aprovechada y cultivada para sentar las bases de la elasticidad de esa dualidad lenguaje-pensamiento que no dejará de crecer durante toda la vida. ¿El lenguaje alimenta el pensamiento, el pensamiento se despliega en el lenguaje?  Se ha matizado mucho sobre si esta interdependencia lenguaje-pensamiento es más amplia o es mas relativa. En una primera mirada quien maneja más palabras y estructuras gramaticales complejas es capaz de hacerse cargo de la realidad que le rodea y de pensar más en abstracto: en una palabra, es más capaz de pensar.

Primera providencia para promover hombres cultos: limitar las pantallas

Giovanni Sartori (1924-2017) fue un politólogo italiano conocido por sus estudios sobre la democracia. Escribió, a finales del siglo XX, una poderosa reflexión que cada día cobra más vigencia y que lleva por título Homo Videns: televisione e post-pensiero (Homo Videns: La sociedad teledirigida, 1997). La televisión prioriza el entretenimiento sobre la información y la educación y esta circunstancia afecta negativamente el desarrollo intelectual de los niños. Este es un asunto que incide en nuestras democracias y en su mejor viabilidad, argumenta Sartori. Es decir, la sociedad pierde penetración intelectual cuando comparamos el Homo Videns, el actual ciudadano predominantemente visual (entonces televisivo, hoy digital), frente al Homo Sapiens, aquel ciudadano más verbal y reflexivo. Los ciudadanos más visuales padecen, para Sartori, el riesgo de ser permanentemente peor informados, menos críticos y más manipulables en la medida en que no manejan refinadamente el lenguaje. No cuentan con las suficientes palabras ni con las más cuidadas estructuras lingüísticas. Los ciudadanos más verbales (Homo Sapiens) cuentan con la ventaja de un discurso más elaborado, complejo y abstracto que les facilitaba situarse mejor ante el mundo y sus problemas. Los hombres cultos proceden de entornos más formados, conversacionales, instruidos y de la lectura de libros. Las pantallas dificultan el desarrollo de ese hombre culto que necesitamos hoy.

La ciencia hoy destaca los perjuicios del déficit de palabras

Las ideas de Ortega y Gasset, las predicciones de Sartori tienen un correlato en la ciencia actual muy sólido si aceptamos que la cultura y el pensamiento están basados en las palabras, en el mejor lenguaje. Y que las bases de este lenguaje amplio en calidad y cantidad se comienzan a fraguar en la primera infancia. La pediatría más avanzada señala que los niños con una base sólida en habilidades lingüísticas está asociada con resultados positivos a largo plazo en el ámbito académico, ocupacional y social.  Académico (escuela y universidad), ocupacional (encontrar trabajo y mantenerlo) y social (vivir una vida de relaciones estables y responsables). Y esto es así debido a la alta prevalencia de trastornos del lenguaje y las implicaciones de por vida de los retrasos tempranos en la adquisición del mismo: consecuentemente la prevención es de suma importancia. Y la prevención pasa por entornos conversacionales enriquecidos, por el constante intercambio de palabras, de respuestas adecuadas y de preguntas sutiles. Y progresivamente el lenguaje avanza en la lectura en voz alta, en lectura interior, en la comprensión en la trasmisión de conocimientos, en la escritura informada y el cultivo de una mente culta alimentada por grandes libros y grandes ideales. Clásicos como Juan de Salisbury (ca. 1120-1180),  erudito y clérigo del siglo XII, nos señalarían ahora mismo la vigencia hoy del Trivium medieval (Gramática: reglas para el uso del idioma; Lógica: razonamiento y argumentación; Retórica: persuasión y elocuencia en la oratoria).

Unos padres, unos maestros, una educación atenta y sensible

Cuando los padres en la relación con sus hijos ejercen una respuesta atenta y sensible estamos en la línea correcta. Desentenderse y coger el móvil es letal. Estamos hablando de la capacidad de un padre para percibir, interpretar y responder, de manera rápida y adecuada, a las señales emitidas por los niños. Las señales pueden ser los iniciales balbuceos, miradas y gestos, que se irán convirtiendo progresivamente en palabras. La ciencia pediátrica unida a la neurociencia postula que la respuesta sensible implica una respuesta contingente para fomentar los intercambios comunicativos coordinados que favorecen la sinaptogénesis. La prisa y las pantallas deben menguar y dar paso a una parentalidad (parenting, en español se habla de crianza) atenta y delicada, cálida y proporcionada a las señales que emite el niño. En esa dirección no es adecuada tampoco una escuela infantil donde la maestra no se puede relacionar directamente con cada niño porque hay muchos pequeños. Ni son oportunas las escuelas masificadas sin la presencia de maestros que se explican bien, que responden adecuadamente a cada pregunta de los estudiantes. La excelencia anda de la mano de los tutores atentos, en la mentoría cercana. Siempre en el estrecho contacto profesor-alumno. ¿Y en la universidad? Acerquémonos, para responder a esta pregunta, a John Henry Newman, influyente teólogo, académico y cardenal inglés del siglo XIX.  

El estudio de las artes liberales tal como proponía Newman.

La universidad, a tenor del magisterio de Newman (The Idea of a University, La idea de la universidad, 1852), también necesita de esta conversación constante entre estudiantes y profesores pues supone el intercambio dinámico de ideas. En ese intercambio conversacional se disciplina la mente, se aprende a pensar de manera ordenada y rigurosa, se aclaran conceptos y los estudiantes aprenden de sus mentores de un modo integral: desde el conocimiento y las conductas ejemplares. ¡Pero cuidado con la mera especialización!: Newman habla de conocimientos amplios, de la herencia de los clásicos para alcanzar el progreso de toda la persona que aspira a ser culta. Newman propone una educación holística: además del conocimiento intelectual, la universidad debe enfocarse en la educación del individuo como un todo, fomentando la integridad, la responsabilidad y el liderazgo moral. Sí, estamos hablando del hombre culto de Ortega y Gasset, del hombre que piensa de un modo elevado en Sartori, del hombre responsable y cívicamente comprometido como vemos que defiende Newman. La universidad no puede aspirar a ser neutra (asunto por otro lado inalcanzable): se debe comprometer en una honda educación moral. Estamos defendiendo la educación liberal, el estudio de las artes liberales tal como proponía Newman. E insistamos, alegóricamente, la universidad empieza en la niñez.

Entornos de aprendizaje del lenguaje y la brecha de los 30 millones de palabras

Consecuentemente hay que nutrir saludablemente el lenguaje. La ciencia pediátrica y pedagógica está utilizando esta terminología, nutrición lingüística saludable (healthy language nutrition), en sus estudios para concienciar sobre el déficit de palabras y sus riesgos. La fuerza de este concepto pone el énfasis en la necesidad de alimentar la mente, el cerebro tanto como el cuerpo. Entonces la investigación habla en estos términos: hay que fomentar los entornos de aprendizaje del lenguaje para alcanzar los mejores resultados lingüísticos de los niños.

¿Cómo son estos entornos de aprendizaje del lenguaje? Son entornos, climas, circunstancias y actividades ricos en la cantidad y calidad de palabras. Este es el primer aspecto: cantidad de habla (palabras, frases, preguntas) dirigida a los niños directamente marcan la diferencia. Betty Hart (1927-2012) y Todd R. Risley (1937-2007), profesores en psicología y educación de la universidad de Kansas, en  (1995) hicieron observaciones seminales que les llevaron a concluir que los niños de padres con un alto nivel educativo escuchaban muchas más palabras que los niños de padres con menos educación. Estos primeros niños se traducían en mejores habilidades lingüísticas al ingresar a la escuela. El déficit se consignaba en que, a los 3 años, los niños de procedencia humilde escuchaban 30 millones de palabras menos que los niños de procedencia más culta. Desde entonces se destaca la necesidad de promover entornos ricos en lenguaje para superar esta significativa brecha de las palabras (Word Gap en el mundo anglófono). Tras este estudio inicial se ha ido, con los años, corroborando estas primeras observaciones de Hart y Risley en 1995. El segundo aspecto es la calidad del lenguaje en términos gramaticales: sutilidad en las construcciones, abstracción en las argumentaciones. El tercer aspecto clave es el afecto, la positividad, la calidez en la conversación, en la instrucción: parentalidad ejercida por los padres, positividad ejercida por los maestros y profesores de cada nivel.

Concluyamos: todos nos hemos de formar en iniciativas que mejoren estos planos lingüísticos porque necesitamos hombres y mujeres cultos para aprender a conversar y mejorar una sociedad en riego altamente polarizada y poco instruida.

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