Educar en un lenguaje que nos ayuda a pensar
Desafíos de nuestra civilización
En su obra Nobleza de espíritu: Un ideal olvidado (2017), Rob Riemen presenta una defensa apasionada de la nobleza de espíritu como un valor esencial para esta humanidad asediada por desafíos agudos. A través de un compromiso con la verdad, la belleza y la justicia, y mediante la educación y la cultura, Riemen sostiene que es posible revitalizar la sociedad y afrontar las crisis contemporáneas.
Y el primer paso para afinar el alma, para educar en un espíritu noble y desinteresado es lograr que el lenguaje, como logos, como razón (madurado en familia por padres e hijos y por los estudiantes a lo largo de su vida académica) sea el más afinado, sutil, flexible y a la vez capaz de transmitir el conocimiento y la tradición de siglos. El objetivo es llenar de sabiduría la ignorancia del presente. Y uno de los medios es el cultivo de lenguaje -lectura, escritura, oratoria- que es un don recibido de inapreciable valor.
Dejemos que se exprese Riemen: “El lenguaje es la esencia de ser humano. Podemos pensar gracias al lenguaje, pues el pensamiento solo existe por la gracia de las palabras. Es el lenguaje el que nos permite nombrar y conocer el mundo”.
Forjar el lenguaje desde el inicio
Consecuentemente, hay que comenzar por forjar atentamente el lenguaje que luego cimentará ideas, defenderá principios, cultivará el alma y desplegará las virtudes más sabias. De este modo se construye la casa de la nobleza del espíritu desde sus fundamentos, desde sus raíces: para recuperar un lenguaje capaz de pensar la totalidad de la realidad desde la sencillez y con un horizonte de justicia y de verdad llenos de apertura a la gran conversación con el universo de nuestros pensadores, artistas, literatos más grandes. Otros discursos interesados, cortoplacistas y materialistas desconfían de las palabras más inquebrantables sino es para imponer su ideología, su control, manejar los hilos del poder.
El lenguaje noble no calcula mezquinamente y se enfrenta a los hechos y a la realidad sin oscurecerla, sin retorcerla. Es un lenguaje audaz que utiliza palabras que responden a proyectos grandes, a ideales con esperanza. Riemen cita estas palabras clave, que a mí me gusta llamar inquebrantables, para aumentar la esperanza en la reflexión sobre las grandes ideas: “sentido, valor, bien y mal, belleza, virtud, conocimiento y justicia”, entre muchas otras posibilidades. Desde luego no son los conceptos de la ciencia más avanzada y especializada sino aquellos que nos acercan a justicia sin hacer componendas con el poder político.
Entonces el intelectual más culto -gran lector y conversador- se arriesga a utilizar este lenguaje comprometido sabedor de que ha de librar una batalla pacífica con el nihilismo, con el relativismo más corrosivo. Y ha de hacerlo sin el temor de hablar de valores absolutos y permanentes que una civilización materialista olvida para no despertar la libertad más honda que embarga el corazón de todo hombre: vivir civilizadamente, compasiva y piadosamente y alejarse de la barbarie del utilitarismo mercantilista que esclaviza.
El lenguaje como base del pensamiento entre los clásicos
Los clásicos sabían que el lenguaje era la gran herramienta para pensar. Era su luz en las tinieblas, su antorcha, su camino hacia el bien. En el lenguaje crecía el conocimiento de uno mismo -como reza la frase inscrita en el frontón del templo de Apolo en el santuario de Delfos: "Conócete a ti mismo"- y crecía también la civilidad de la polis. La vida del espíritu, la vida del alma precisa de un dialogo interno que exige las palabras más sutilmente ordenadas para resolver las preguntas más grandes y urgentes. Luego vendrá la lectura, el diálogo, la retórica, la gran conversación entre sabios de todas las épocas y finalmente la acción.
- Platón (427 a.C. - 347 a.C) en la República (Libro 3) señala que debe darse a los niños un aprendizaje inicial de la gramática y la música, para que a través de éstas puedan conocer y asimilar la verdad de las cosas y las virtudes.
- Su contemporáneo y conciudadano Isócrates (436 a.C. - 338 a.C.), que contó con su propia escuela de retórica en Atenas, en su obra Antidosis (15), afirma de un modo contundente que “Adquirir sabiduría en el uso del lenguaje es introducir educación en los hombres”. Y concluye que el lenguaje empieza a armarse en los primeros años.
- Aristóteles (384 a.C. - 322 a.C), que se forma en la Academia de Atenas de Platón, confirma que la educación, en su libro Política (Libro VIII), debe estar orientada hacia la nobleza de carácter y hacia el desarrollo de la razón. Así pues, los jóvenes deben aprender primero las letras, ya que estas son necesarias para muchas otras enseñanzas. El lenguaje entendido como logos es la herramienta capital tal como afirma de nuevo el Estagirita en Política (Libro VIII): el hombre es por naturaleza un animal político, y es el único animal que posee logos, que no solo significa el habla, sino también la capacidad de razonar y deliberar sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto.
- Ya en el mundo romano Cicerón (106 a.C. - 43 a.C), nacido en Arpino (Italia) y educado entre Roma y Atenas, es, el gran retórico y filósofo latino anterior al Imperio, quien recomienda, en su obra central De Oratore (Libro I), que el niño debe ser educado en la lengua latina y griega, para que su mente pueda ser moldeada por el aprendizaje y la elocuencia, que son la base de la sabiduría y la virtud.
- En el Alto Imperio destacan Quintiliano y Plutarco a los que les podríamos atribuir la escritura de los primeros documentos pedagógicos de Occidente. Quintiliano (35 d.C. - 100 d.C.) nacido en la actual Calahorra (España) escribe un libro principal Institutio Oratoria sobre la educación de la infancia y la adolescencia. Este retórico y educador, en su Institutio Oratoria (Libro 1, capítulo 1), habla con mucha claridad sobre el tema del lenguaje desde el nacimiento, sobre las primeras letras: argumenta que a los niños se les debe enseñar con gran cuidado a hablar correctamente desde la infancia, porque los errores cometidos en los primeros años de vida son difíciles de corregir en la edad adulta.
- Plutarco fue un filósofo, biógrafo y educador (46 d.C. - 120 d.C.) que nació en Queronea (Grecia) pero fundamentalmente trabajó en Roma. Su obra que centra nuestro interés es De Liberis Educandis (De la educación de los hijos). Y nos sitúa ante los primeros compases de los futuros estudiantes de retórica señalando que los padres deben ser muy cuidadosos en las palabras que dicen en presencia de sus hijos, para que aprendan a hablar correctamente desde el principio, pues el lenguaje es el vehículo del pensamiento. Deben cuidar incluso de que criadas y ayos sean expertos en la lengua latina para afinar las palabras que los niños reciben en los primeros años de vida.
Erasmo de Rotterdam
Este filósofo, humanista y teólogo renacentista -cuyo nombre latinizado era Desiderius Erasmus Roterodamus- nació 1466 y murió 1536 en los Países Bajos. Fue un gran pensador itinerante que también impartió docencia en Cambridge entre otras universidades. Su tarea académica discurrió siguiendo a los clásicos, citándolos, repensándolos. Y ahí encontramos su pensamiento sobre la centralidad del lenguaje. Erasmo defendía una profunda y rigurosa enseñanza lingüística desde la infancia para el desarrollo intelectual y moral. Su libro De pueris statim ac liberaliter instituendis (Sobre la enseñanza firme pero amable de los niños-1528), escrito inicialmente en latín y luego traducido a diferentes lenguas vernáculas, encierra verdades muy profundas. Es una obra capital sobre los temas que nos ocupan pues cita a algunos de los autores clásicos mencionados más arriba reflejando ideas muy semejantes. Como sus antecesores grecolatinos insistía en que el principio de la sabiduría debe ser establecido desde las primeras uñas de los niños, para que la mente infantil sea correctamente formada a través de las mejores letras.
El lenguaje nos hace humanos y civiliza nuestra vida
Es un tema muy serio trabajar con el lenguaje más afinado desde los inicios de la educación. Nos jugamos mucho manejando bien las palabras. Nada menos que las transmisión del conocimiento base de la justicia y del seguimiento de la verdad. La cultura que hemos recibido en herencia exige ser transmitida con claridad, sabiduría, desde la recuperación de una ética de las virtudes, con un pensamiento trascendente que es el único capaz de superar el utilitarismo ciego actual. Recuperemos este saber y despleguémoslo con la sabiduría de la gran conversación acumulada durante siglos entre antiguos y modernos, pero siempre conscientes de que andamos sobre los hombros de gigantes.
La barbarie del último siglo largo, iniciada en la Iª Guerra Mundial y presente en el discurso envilecido y nihilista de Nietzsche, nos exige hoy, tras el fallido proyecto ilustrado y moderno, hablar cada vez más claro desde una razón ampliada y basada en la ética de las virtudes y en la trascendencia. No basada en una razón instrumental y por tanto en una razón limitada como la que nos ha proporcionado una tecno-ciencia eficiente pero también a la par mezclada con otra ciencia llena de afán de lucro desmedido, dominación y violencia contra el hombre.
Escuchemos esta idea: "La racionalidad de la tradición, en lugar de ser irracional, es más racional que el marco moral fragmentado de la modernidad". Pertenece a la obra de Alasdair MacIntyre titulada After Virtue: A Study in Moral Theory (Después de la Virtud: Un Estudio en Teoría Moral, 1981). Este filósofo escocés, que nació en 1929, se ha convertido en un pensador capaz de meditar el presente desde un pasado que empieza en Aristóteles, sigue en Agustín de Hipona y continua en Tomas de Aquino. Aprendamos de este profesor de tantas universidades y tan prestigioso moralista. Recuperemos toda la sabiduría de la tradición de siglos para preservar nuestra civilización occidental hoy en riesgo.