La moral cristiana y la crisis de vivienda
De acuerdo con el documento Gaudium et Spes, a considerar como uno de los documentos clave del Concilio Vaticano II, figuraría la vivienda como uno de los principales requisitos para la excelsa dignidad de la persona humana. En otros términos, esta contribuiría, en gran medida, a unas condiciones verdaderamente humanas.
En otros textos de lo que se puede considerar como Doctrina Social de la Iglesia, se habla de que se «tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, como son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica...» (concretamente, así se manifestó el pontífice Pablo VI).
De ahí que, desde el ámbito más espiritual o clerical, en función de la correspondiente precisión, se intente abordar uno de los problemas del escenario económico español en la actualidad: la dificultad del acceso a la vivienda por parte de las familias de menor poder adquisitivo y no pocas personas jóvenes que buscan independizarse y/o sentar las bases para un proyecto familiar.
El asunto deviene en distintos grados de prioridad así como en una considerable varieda de enfoques de análisis (en cierto modo, ocurre lo mismo que con otras conversaciones y disertaciones sobre la distribución eficiente de unos recursos escasos en el orbe, es decir, aquello que podemos interpretar y conceptualizar como economía).
Se corre el riesgo de que algunos planteamientos concretos sean malinterpretados y considerados como egoístas, ávaros, usureros y/o individualistas. Ahora bien, para desarrollar el correspondiente argumento de argumentos, quizá sea lo más eficiente partir de un versículo bíblico de referencia (procede de Éxodo 20, 17, que viene a ser el segundo libro de la Biblia):
No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.
Como se puede leer, se hace énfasis notorio y evidente en uno de los diez mandamientos de las tablas de Moisés, en el cual se prescribe que, en absoluto, debe el ser humano de codiciar los bienes ajenos. Ahora bien, uno puede pensarse, maliciosamente, que se está estigmatizando y demonizando a las personas en riesgo de exclusión social. Tampoco se resta prioridad a otras bases del florecimiento social.
Un problema abordado y generado por compilaciones satánicas de los pecados capitales
No se puede negar que existe un considerable problema en el mercado inmobilario español, del mismo modo que no se puede negar que hay personas que no prosperan como es debido y merecido por cuanto y en tanto se les imposibilita disfrutar, con mayor plenitud, del fruto del trabajo (en su sentido más amplio). Tampoco es una cuestión espontánea y puntual.
Existe un pronunciado déficit de oferta de vivienda en distintos ámbitos de la geografía española, el cual, dependiendo de la coyuntura macroeconómica (por ejemplo, en lo relacionado con la inflación), da lugar a que la elevada demanda, conforme a las leyes naturales, dispare los precios del reducido abanico del mercado inmobiliario.
El escenario no puede considerarse de "sobrevenido" como si de una catástrofe natural se tratase (póngase que se habla de un maremoto o de un escenario de "gota fría"). Podemos decir que está condicionado y marcado por una serie de instituciones que, al margen de su legitimidad y licitud, son las que, en circunstancias presentes, actúan en el ámbito social.
Hablamos de los gobiernos intrínsecos a eso que llaman Estado y tiene un corte artificial y demoníaco. La ordenación del territorio y la urbanización del mismo están ampliamente condicionadas por una sarta de burócratas y legisladores que participan, por activa y por pasiva, en un conglomerado de acciones de ira, soberbia y envidia, a la par que manipulan a la población en base a cierta ingeniería social.
Del mismo modo, se ha podido introducir una malintencionada tergiversación de los códigos morales para fomentar los actos delictivos de allanamiento de morada o para quien, partiendo de su inteligencia y buen criterio, pretende participar libremente en ese mercado, que ha de responder a las distintas necesidades de los integrantes de la sociedad.
Así pues, se han vulnerado tres pilares esenciales: la propiedad privada, derecho natural precondicionado por la vida y la libertad (pero, en cualquier caso, otorgado por Dios), la vocación emprendedora y la subsidiariedad (que evita la inadecuada interferencia por parte de capas de orden superior en lo que dudosamente se pueda considerar hoy como sociedad orgánica, aparte de requerir una economía de mercado).
Digamos que el burócrata y el dirigente político, dentro de ese proyecto de sustitución divina, han contribuido a la humillación constante de la sociedad. Practican los mismos "designios" que la empujan a la igualdad de miseria, a la dificultad para pensar libremente y al flagrante desprecio a un considerable orden moral. Es todo eso mismo que también le impide disfrutar del fruto del trabajo u obrar adecuadamente por cuanto y en tanto hay un robo legal pero ilegítimo.
Con lo cual, se ha de tener cautela y evitar caer en la trampa que demoniza términos como ahorro, inversión e innovación. No hay nada ilegítimo en permitir a los emprendedores ofrecer una oferta más espontánea y flexible. Tampoco en perseguir al atracador-okupa y en respetar la libre gestión dineraria del fruto del trabajo (frente al expolio fiscal, de progresiva magnitud). Hay numerosas trabas que la capa de la soberanía política, de la casta y mafia política, pretende conservar.
Ergo, si se quiere solucionar el problema, se ha de partir de la base de la confianza en la sociedad y las vocaciones emprendedoras frente a los desarrollos de pecados capitales (compilados como socialismo, de corte inmobiliario en este caso). Dejemos que la sociedad se desarrolle y prospere económicamente, de modo que así pueda dar el mejor ecosistema físico para el florecimiento familiar y espiritual.